CUANDO ya se apagan los ecos mediáticos de la agresión a una ecuatoriana en Barcelona, surgen los nuevos del ataque a un colombiano, cuya única motivación es ser extranjero. Y esto no es más que la punta del iceberg, ya que la mayoría de las agresiones no se denuncian (sobre todo si son a personas sin papeles) y otras apenas son recogidas por los medios de comunicación. Ya ha habido personas lisiadas de por vida a causa de una violencia irracional, como el tetrapléjico de Toledo, frecuentemente por grupos de ultraderecha, radicalmente nacionalistas y potencialmente violentos contra cualquier minoría que sea diferente.
Los españoles decimos que no somos racistas ni xenófobos pero la realidad cuestiona esa tesis. No somos tan diferentes de los países vecinos y la abundancia de inmigración origina nuevos problemas marcados por el rechazo del extranjero. Por eso tenemos que prevenir, antes que curar, como lo intentan otros países.
Y esto se da en la época de la globalización y el mestizaje, en que cada vez cuentan menos las fronteras, en un país que ha sido tradicionalmente de inmigrantes y en una sociedad supuestamente abierta y tolerante, que respeta los derechos humanos y las libertades democráticas. Y el problema puede ir a más, porque la inmigración no va a cesar y la xenofobia, el rechazo al extranjero, cala cada vez más en sectores de la sociedad, sobre todo en grupos potencialmente violentos.
Las consecuencias son nefastas, no sólo para los foráneos que residen entre nosotros, sino también para los españoles, que cada vez encuentran más violenta su sociedad y para los cientos de miles que residen en el extranjero, concretamente en América Latina. Una violencia reactiva en esos países puede volverse contra ellos en represalia de lo que ocurre en España. Y no olvidemos los acontecimientos que se han dado en nuestra vecina Francia, que nos obliga a actualizar el viejo refrán de ?poner las barbas a remojar cuando veamos las del vecino cortar??.
La exaltación de los ?nuestros?? a costa de los ?otros?? es tan vieja como las personas. Es un elemento marcado por el ?miedo a lo diferente??, que cuestiona identidades y certezas, además de ser favorecido por el complejo de superioridad de una colectividad respecto de otras. El inmigrante es el extranjero vecino, que por su propia existencia nos plantea nuevos retos y nos obliga a ampliar nuestra idea de la ciudadanía y aprender a vivir con gente que piensa, vive y actúa de forma distinta a nosotros. Por eso, los extranjeros son por definición conflictivos para la sociedad, sobre todo cuando su nivel social, cultural y económico es inferior a los que lo reciben. Por eso no hay muchas agresiones al extranjero rico que vive entre nosotros, ya que lo necesitamos, y sí contra los pobres.
Mucho más en una sociedad como la española, que es un ?nuevo rico?? en el escenario internacional y se apresura a tomar distancias de los países con los que compartía hasta hace poco, y con los que tiene grandes analogías culturales, sociales e históricas. De ahí la importancia política, económica, ética y cultural del problema que afrontamos, que debe ser objeto de atención del parlamento, que es el órgano que crea las leyes, de los jueces, que tienen que aplicarlas y ser conscientes de la relevancia social del problema, y de la opinión pública, en la que los medios de comunicación son fundamentales. Si no tomamos conciencia de que los españoles somos potencialmente racistas y xenófobos, como los otros europeos, no podremos dar respuesta a este nuevo reto.
Es un problema de concientización y de educación, entre otras cosas, que resalta la necesidad de una ?educación para la ciudadanía??. Tenemos que convivir en una sociedad democrática y plural, en la que ya no hay un poder autoritario que vele por la ley y el orden, y eso se aprende y exige virtudes cívicas y sentido de la responsabilidad colectiva. Esta exigencia va mucho más allá de una asignatura y debe iniciarse en la familia, continuar en la escuela y ser completada por los medios de comunicación. Los derechos humanos y las libertades democráticas deben ser la base de esa cultura cívica, tanto más necesaria cuanto más mestizaje, heterogeneidad y pluralidad hay.
En las sociedades democráticas hay que potenciar a la sociedad civil y el protagonismo de los ciudadanos a la hora de abordar la ley, el orden y el respeto a la persona, que antes se amparaban en un Estado autoritario. Aprender a convivir con los diferentes es una exigencia de las modernas sociedades complejas, como la española, y el rechazo de la xenofobia pasa también por la corresponsabilidad de todos. El problema es especialmente urgente en España, porque la capacidad de diálogo y tolerancia no ha sido precisamente una virtud nacional y la visión que tenemos en el extranjero es la de una sociedad propensa a la violencia y a la intolerancia.