Creo preciso hacer un par de apreciaciones a una carta publicada en este periódico el día 4 de diciembre contra la supresión del crucifijo en las aulas: en mi opinión, nadie ha puesto en duda el dato histórico de la existencia de Jesucristo ni que su paso por esta vida fuera positivo o no (eso sería otro debate); lo único que defendemos todos aquellos que luchamos por la eliminación de símbolos religiosos en las aulas es el derecho a decidir de todas las personas desde que nacen, entre otras muchas cosas, la religión que desean profesar.
Por si es necesario recordarlo, diré que constitucionalmente este país es aconfesional, esto es, según palabras textuales de la Real Academia de la Lengua Española, «que no pertenece o está adscrito a ninguna confesión religiosa». Por tanto, no es comprensible que en cualquier institución que dependa del Estado aparezcan símbolos religiosos, sean cuales sean éstos. Esto es aún más importante cuando se trata del lugar en el que se educan las generaciones futuras, ya que puede interpretarse como un intento de influir en sus ideas religiosas.
Lo siento, pero yo no quiero que mis hijos se vean sometidos a esta influencia, quiero que sean libres para elegir, y que si eligen aprender cualquier religión vayan al lugar apropiado para aprenderla, que no es un colegio público. Les aseguro que esto no significa en ningún caso que defienda el mal para su educación. Igual que hay quien elige a Jesucristo y nadie les juzga por ello, por favor, reconózcannos a los demás nuestro derecho a elegir lo que creamos «bueno», o simplemente justo.