El mensaje que el papa Benedicto XVI entregó a los obispos españoles el sábado podía valer para los obispos de cualquier parte de Europa y habría pasado sin demasiada pena ni gloria.
El mensaje acusa la creciente secularización de la vida de muchos hombres de hoy que actúan y se afanan como si Dios no existiera. Pero da la casualidad de que ha sido escrito para los obispos de España, y los ojos de muchos se han acercado a este texto con el curioso interés de espiar si de modo claro o al menos entre líneas podía entenderse alguna censura a la política del Gobierno Zapatero y, más en concreto a las difíciles relaciones Iglesia-Estado en este momento.
Cuantos esperaban algún tipo de varapalo habrán quedado desilusionados. Benedicto XVI no ha querido echar leña al fuego; ni siquiera un manojo de paja. Se ha limitado a una serie de afirmaciones válidas para cualquier pueblo. Es la de este mensaje una enseñanza que Benedicto XVI viene reiterando en todos los escenarios que se le ofrecen. El hombre moderno, que prescinde de Dios, acaba erosionando la propia verdad del hombre y poniendo en peligro o hipotecando el futuro de la cultura y de la sociedad. El hombre sin Dios corre el riesgo de naufragar en el mar proceloso de la vida moderna.
Dios, que es amor, afirma el Papa, actúa en medio de los hombres como luz y como fuerza. Es, comenta, fuerza para vivir y para actuar; es luz en la oscuridad del mundo. Dios es garantía de la libertad y de la verdad del hombre y, por ello, «una premisa para llegar a una humanidad nueva».
El mensaje comienza a tener un tono más doméstico cuando ensalza el pasado cristiano de España. El alma del pueblo español se ha nutrido de la fe en el Evangelio de Cristo. El Evangelio ha dado energía al alma del pueblo; y tal ha sido el ímpetu con que ha actuado en las entrañas de los españoles, que éstos han aportado el testimonio de la fe y la han difundido «en otras muchas partes del mundo».
Está claro que el Papa recuerda las glorias de este pasado religioso de los pueblos de España, no por un afán meramente historicista sino con la firme intención de cerrar el paso a la pretensión de «relegar la fe al ámbito meramente privado». No faltarán quienes traten de agarrarse a esta reflexión del Pontífice para ver en ella una censura determinados movimientos del Gobierno socialista; pero sería la de estos tales una pretensión excesiva. La tentación de privatizar la fe está en el ambiente social como un primer derivado de la secularización. Sí es, por el contrario, una afirmación específica para el hoy de la Iglesia española el elogio que profiere el Papa al largo y casi continuado magisterio de los obispos españoles. Es una enseñanza «sobre diversos aspectos de la realidad ante la cual se encuentran y que en ocasiones perturban la vida eclesial y la fe de los sencillos».