Os ofrecemos los editoriales que, sobre la visita del Papa, han aparecido en la prensa.
EL CORREO
El Papa en España
El Papa cerró ayer el curso pontificio en España con un viaje relámpago a Valencia de tan sólo 28 horas, pero denso en contenidos. Como ya se había anunciado, Benedicto XVI alteró su apretadísimo programa para acercarse hasta la boca del metro, en la estación de Jesús, a fin de recordar a las 42 víctimas mortales del trágico accidente que conmovió a la capital del Turia hace una semana, y compartir el sufrimiento con sus familiares. Un gesto del Ratzinger más cercano que agradeció la población valenciana que, junto a decenas de miles de peregrinos del resto de España, tomaron las calles para vitorear de forma calurosa al Santo Padre, participar en la vigilia nocturna y acompañarle en la multitudinaria misa de ayer. Como no podía ser de otra manera, la defensa de la familia ha centrado todos los mensajes, dado que la visita se realizaba en el contexto del Quinto Encuentro Mundial de las Familias, un evento que antes se había celebrado en Manila, Roma y Río de Janeiro -en 2009 tendrá lugar en México- y que en esta ocasión abordaba la particularidad de la transmisión de la fe.
Es cierto que el pontífice hablaba para la Iglesia universal, y que su magisterio sobrepasa las realidades domésticas de las diócesis locales que visita, pero es imposible no relacionar su discurso con la situación que se vive en España, donde la aprobación del matrimonio homosexual ha generado duras críticas de la jerarquía católica contra el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Miembros de la cúpula episcopal ya habían adelantado en las horas previas su confianza en que la visita «favorezca» cambios legislativos -palabras del cardenal Antonio Cañizares- sobre una institución que es «pilar» en las personas y «célula fundamental» en el cuerpo social, según la definición de Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia. Benedicto XVI, sin embargo, eludió cargar contra el Ejecutivo socialista en sus discursos para evitar que su mensaje evangélico quedara eclipsado por el reproche político.
El Papa, en efecto, en un tono conciliador y con la máxima delicadeza, reivindicó el valor «insustituible» de la familia tradicional, formada de manera indisoluble por el hombre y la mujer en matrimonio, con una referencia lateral a la responsabilidad de los legisladores a la hora de contribuir al «bien común». Y lo ha hecho, además, con un planteamiento inteligente, concediendo a la familia una dimensión que supera las coordenadas de la doctrina eclesial, para instalarse en el humanismo social y en la esfera comunitaria. La familia como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones. Y sin ignorar que la crisis de la familia, más allá de las legislaciones locales, también tiene algo que ver con la galopante secularización. El ‘sello Ratzinger’: suave y discreto en las formas, pero firme en la defensa de su magisterio, como lo ha venido haciendo en sus anteriores viajes y apariciones públicas, que tienen poco que ver con el protagonismo mediático de su antecesor en la silla de San Pedro.
La decisión de José Luis Rodríguez Zapatero de no acudir a la misa de ayer en la explanada de la Ciudad de las Artes y las Ciencias -en un claro interés por marcar el perfil laico del Estado-, censurada por el portavoz del Vaticano, el español Joaquín Navarro Valls, no condicionó la entrevista del jefe del Ejecutivo con Benedicto XVI, que duró tan sólo 15 minutos, y a la que se unió la vicepresidente María Teresa Fernández de la Vega. El encuentro, más allá de la fotografía, debería servir para abrir un diálogo amplio, abierto y fluido. Para encauzar las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia, desde la autonomía de ambos estamentos, pero con el compromiso de desbloquear contenciosos enquistados y fomentar una colaboración que beneficia a todos. La Iglesia está en su derecho de iluminar desde el magisterio moral la situación social española, pero debería evitar la conformación de un catolicismo político asociado a una sola bandera, para contribuir, sin dogmatismos inflexibles ni escoramientos ideológicos, a la reflexión serena.
El tono conciliador del pontífice supone todo un ejemplo para un sector de los obispos españoles, anclados en un activismo beligerante y apocalíptico. El Papa ha marcado el camino al Episcopado: defender la presencia de lo religioso en la vida pública, pero desde el respeto y con la certeza de que la sociedad española es tolerante y plural. Un mensaje que también sirve para el sector más laicista del Gobierno de Rodríguez Zapatero y del PSOE, que caen, con reiterada frecuencia, en un anticlericalismo trasnochado ajeno a la realidad social.
****************************************
LA RAZ?N
Entre un hombre y una mujer
La primera visita a España del Papa Benedicto XVI se cerró ayer con un balance pastoral y social altamente positivo y satisfactorio. No así en lo que concierne a las relaciones de la Iglesia con el Gobierno, al desaprovechar el presidente Rodríguez Zapatero una ocasión privilegiada para establecer un clima de entendimiento con el episcopado. Pese al voluntarioso optimismo que se ha pretendido transmitir desde La Moncloa, tratando de contraponer la exquisita actitud del Papa en sus discursos con la franqueza de los obispos españoles, el equipo de Zapatero ha fracasado con estrépito en su encaje de la visita papal. En vez de sumarse con naturalidad al acontecimiento, subrayando sus aspectos positivos para la sociedad española e incluso para la imagen internacional de Valencia, el Gobierno ha dado la impresión de estar descolocado, casi a disgusto y con el gesto adusto de quien recibe una visita inoportuna. No supo calibrar la importancia de que Zapatero no asistiera a la misa papal de ayer. Como también despreció que el presidente no despidiera a pie de pista al Pontífice. Sin razón aparente, el Gobierno pasó de buscar denodadamente la foto de Benedicto XVI con Zapatero a una presencia de circunstancias. Tal vez haya sido una pose premeditada para subrayar el laicismo militante del presidente, pero el resultado final ha sido contraproducente para la imagen de Zapatero. Tan sólo la vicepresidenta De la Vega ha tenido la cintura necesaria del buen anfitrión y la simpatía del político inteligente. Pero la torpeza de Moncloa, que confundió el rosario obsequio del Papa a las mujeres del séquito
oficial con un «collar de perlas con una cruz» es, sencillamente, bochornoso y humillante para un país que es mayoritariamente católico. La multitudinaria misa de ayer, a la que asistieron más de un millón de personas, da fe del gran éxito apostólico y social de la visita papal. Como ya hiciera en sus discursos a los obispos y en la Vigilia del sábado, Benedicto XVI insistió en la definición universal de la familia, «fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer». Hasta tres veces repitió ayer el Papa esta definición (la última ya con el pie en la escalerilla del avión) y el hecho de que fueran aplaudidas en otras tantas ocasiones da una idea muy aproximada
de la sensibilidad que ha movido a los cientos de miles de personas desplazadas este fin de semana a Valencia. Ciertamente, el Papa ha sido cuidadosamente exquisito en que sus palabras no contuvieran «reproches» políticos, como se felicitaba el portavoz Moraleda. Pero eso no le
impidió dirigirse a gobernantes y legisladores, porque «reconocer y ayudar a la familia es uno de los mayores servicios que se pueden prestar hoy en día al bien común». Igualmente, el Pontífice subrayó «el derecho y el deber inalienables» de los padres para educar a sus hijos en «libertad y para la libertad». En definitiva, la visita papal ha sido una magnífica manifestación de la vitalidad de la comunidad católica y ha reforzado las posiciones pastorales y doctrinales de los obispos en el
ámbito de la familia, justo cuando más lo necesitaba la Iglesia española ante el giro que el Gobierno ha dado al tratamiento conceptual y legal del matrimonio.
***************************************
EL PAÍS
La visita del Papa
Benedicto XVI concluyó ayer a mediodía una breve visita de apenas 26 horas a España -la primera desde que llegó al pontificado, en abril de 2005- para asistir a la clausura del V Congreso Mundial de las Familias, que se celebró la semana pasada en Valencia. El viaje papal se había visto rodeado de una exagerada politización por parte de grupos civiles y religiosos que parecen más interesados en acentuar el enfrentamiento que el respeto entre Estado e Iglesia católica en España. Es bien sabido que las relaciones atraviesan un momento delicado desde la llegada de los socialistas al poder en 2004, pero hay que agradecer sinceramente al Papa el tono conciliador y diplomático empleado en los contactos con el Gobierno y en sus discursos.
Es obvio que una visita pastoral como ésta y con la familia como asunto central tuviera como estandarte la defensa sin ambages del matrimonio «indisoluble» entre hombre y mujer. El papa Ratzinger lo dijo nada más bajar del avión en el aeropuerto de Manises, lo repitió en el multitudinario acto en la noche del sábado -«invito a los gobernantes y legisladores a reflexionar sobre el bien evidente que los hogares en paz y armonía aseguran al hombre y a la familia, centro neurálgico de la sociedad»- y lo reiteró ayer en la homilía de la misa, que congregó a cientos de miles de peregrinos. No hay de qué sorprenderse. Al contrario, encaja en la lógica de la doctrina católica. Pero ello no supone que tenga que ser acatado sin más por los ciudadanos que no son católicos creyentes, y menos aún justifica llamamientos imprudentes a hablar de «leyes injustas» que no deben ser «obedecidas» como ha insinuado, entre otros, el arzobispo primado de Toledo, cardenal Antonio Cañizares, al referirse a las bodas gay y a la agilización de los trámites de divorcio aprobados en el primer año de gobierno socialista.
En su lógica, Benedicto XVI les ha manifestado a los obispos españoles que la Iglesia católica tiene el derecho y el deber de dar la batalla para que valores como la protección de la familia tradicional rebasen el ámbito privado de la religión. Correcto y legítimo siempre que ello encaje en la legislación que emana de un Parlamento democrático, porque un Estado aconfesional como el español es también soberano para impedir que la religión dirija y se entrometa en un ámbito que no le pertenece. De algún modo también, aunque sin caer en el tremendismo de algunos obispos, el pontífice quiso compartir la «situación de misión casi martirial» que el episcopado español cree vivir actualmente en España, y le ha animado a proclamar la fe católica «sin desánimo».
Si Benedicto XVI estuvo diplomático y conciliador, no puede decirse lo mismo del portavoz del Vaticano, el español Joaquín Navarro-Valls. Torpes y equivocadas fueron sus palabras cuando, al comentar la ausencia de Zapatero en la misa de ayer, comparó desfavorablemente al jefe del Gobierno español con dictadores como Castro, Ortega y Jaruzelski, que sí asistieron cuando el anterior Papa visitó sus países. Tampoco lo habían hecho antes Chirac y Clinton con Juan Pablo II. Desde un punto de vista diplomático, Zapatero pudo haber acertado o no con su ausencia, pero seguro que muchos ciudadanos le agradecieron tal gesto, con el que quiso reafirmar la laicidad del Estado.
**********************************
EL PERI?DICO
La estrategia de Ratzinger
El Papa se ha desmarcado del sector conservador para favorecer la negociación con el Gobierno
Benedicto XVI clausuró ayer el V Encuentro Mundial de las Familias con una homilía en la que ensalzó nuevamente el valor de la familia tradicional y glosó la necesidad de ayudar al matrimonio «indisoluble» entre hombre y mujer. Sin embargo, como hizo el sábado, evitó la crítica directa a las reformas del Gobierno, especialmente la modificación del Código Civil que permite las bodas homosexuales.
En su primera visita a España, el Papa habrá decepcionado al ala más conservadora de los obispos al huir de las apocalípticas invectivas del expresidente del episcopado, Antonio María Rouco Varela, y del cardenal de Toledo, Antonio Cañizares. Benedicto XVI se ha desmarcado incluso del máximo responsable del encuentro, el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, que llegó a promover el incumplimiento de leyes aprobadas en España.
La moderación del Pontífice, sin embargo, obedece más a una cuestión estratégica que ideológica, como demostró en la entrevista con Zapatero. Ratzinger, que ha evidenciado su inteligencia diplomática, busca allanar la negociación con el Ejecutivo en asuntos como la enseñanza de la Religión en la escuela pública y la financiación de la Iglesia.