Es un problema y, por eso, hay que tratarlo con seriedad y respeto, escuchando a cada parte, dialogando ambas. En el próximo foro de Cuenca, hablarán del tema dos de las mejores especialistas: Asma Lamrabet, feminista islámica mrroquí, escritora y analista social, y Lucía Ramón, investigadora y profesores de la Cátedra de las Tres Religiones, de la Universidad de Valencia. Quienes quieran participar de un modo personal en las discusiones del tema, vayan a Cuenca. Para iniciar el debate y la búsqueda conjunto ofrezco las reflexiones que siguen.
1. Plano básico. Varones y mujeres, iguales en Dios
Supongo que, en nuestro contexto, el tema del cristianismo resulta más conocido. Por eso ofrezco unos principios de reflexión, tomados parcialmente de mi libro Hombre y Mujer en las religiones, Verbo Divino, Estella 1997. Muchos afirman que la única religión patriarcalista estrictamente dicha que hoy existe es el Islam, que ha universalizado, desde un fondo árabe, conforme a la experiencia de Mahoma, los principios básicos del judaísmo (o del judeocristianismo). La trascendencia de Dios se en¬cuentra tan marcada en el Islam que pasan a segundo lugar otros aspectos de cercanía religiosa. Dios parece estar demasiado lejos para definirse de verdad como padre o esposo de los hombres; por eso se revela más bien como señor y guía de la historia; pero, al mismo tiempo, paradójicamente, ese Dios lejano se identifica con la Realidad de todo lo que Existe. En ese aspecto no es ni masculino ni femenino, ni padre ni madre, ni hombre ni mujer: es Todo, absolutamente todo lo que existe y lo que nosotros somos.
Más que una religión en el sentido estricto (por lo menos en línea cristiana), Mahoma ha fundado una comunidad social, un tipo peculiar de pueblo (umma): la fidelidad al único Dios, que se identifica con el Dios de las revelaciones anteriores (judías y cristianas), vie¬ne a culminar en un movimiento de fieles, que son los musul¬manes. Ellos constituyen una asociación peculiar de personas fuertemente vin¬culadas. Varones y mujeres han sido creados como iguales ante Dios; por eso han de cumplir, en principio, los mismos deberes religiosos, especialmente la oración y la limosna:
Al creyente, varón o mujer, que obre bien le concederemos ciertamente una vida buena
y le remuneraremos con arreglo a sus mejores obras (Corán 16,97).
Dios ha preparado perdón y magnífica recompensa
para los musulmanes y las musulmanas, para los creyentes y las creyentes,
devotos, sinceros, pacientes y humildes… (Corán 37,36).
En el plano básico no hay por lo tanto distinción entre varones y mujeres: la trascendencia de Dios y su palabra de revela¬ción les ha igualado en la misma exigencia de sometimiento y buenas obras. Pero a partir de aquí comienzan las diferencias. Ciertamente, el Islam resulta igualitario. Acepta como un hecho la esclavitud (sobre todo para los no creyentes), pero tiende a superarla dentro de la comunidad musulmana, destacando la exigencia de comunicación social y económica entre los creyentes. También admite la desigualdad entre las razas, pero desde el punto de vista de fe (y de la comunidad sagrada o umma) tiende a superarla: todos los creyentes participan de la misma suerte del Islam, forman una com¬unidad igualitaria, bajo la enseñanza de Mahoma (el Corán) y sus representantes. Sólo existe por lo tanto un pueblo de Dios sobre la tierra.
2. Diferencias de hechos. Realidad social
Pero dentro de esa igualdad básica (que en el cristianismo se define desde Gálatas 3, 28: no hay hombre ni mujer??) se acepta y de alguna forma se acentúa la división entre varones y mujeres, en un plano histórico. En esta perspectiva, el Islam ha sido (y en parte sigue siendo) una religión y sociedad patriarcalista. El mismo Corán asume en ese plano las condiciones sociales de los hombres y mujeres de su tiempo
– La supremacía del varón está bien determinada por ley: «Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Dios ha dado a unos más que a otros y de los bienes que gastan (los varones para mantener a las mujeres).La mujeres virtuosas son devotas y cuidan de su castidad en ausencia de su marido…Amo¬nestad a aquellas de quienes temáis que se rebelen, dejadlas solas en el lecho, pegadlas..». (Corán 4, 34).Esta supremacía se expande a todos los aspectos de la vida que aparece cuidadosa¬mente reglamentada. Las mujeres carecen de independencia personal y social propiamente dicha (al menos en el aspecto mundano de la vida).
– Por eso, la vida concreta de los musulmanes tiende a dividirse en dos campos bien separados: varones y mujeres no conviven en lo externo; no se encuentran en lugar abierto, no dialogan en público. Por eso, en diversos lugares, las mujeres tienden a llevar un velo en la cabeza, como para ocultar su feminidad (su encanto y bellaza) ante aquellos que no pertenecen al círculo de intimidad de su familia. No lo hacen por religión, sino por costumbre social. Ellas habitan básicamente dentro de la casa, construyendo de esa forma un mundo femenino, separado del mundo exterior de los varones, a quienes encuentran sólo en la intimidad de la casa familiar o en el lecho.
Tanto el Corán como el conjunto de la sociedad musulmana ofrece a quien se acerca desde fuera la impresión de que la vida se encuentra fuertemente dializada (dominada por la diversidad de género) de tal forma que todo encuentro personal de un varón y una mujer que no sean familiares o esposos tiende a interpretarse como un riesgo, una ruptura del buen orden. Por eso, dentro de las sociedades tradicionales, ambos deben separarse. Lógicamente a las mujeres les toca la peor parte. Ellas han de llevar una vida aislada (con otras mujeres). De esta forma, no por principio del Corán, ni por mandato de Dios, sino por costumbre social, en las sociedades musulmanes más tradicionales, al menos en sentido extenso, se tienden a separar los dos campos vitales.
– En un nivel externo varones y mujeres se relacionan poco, no dialogan; de esa forma evitan el peligro de una ruptura social, el riesgo de una posible pasión.
– Por el contrario, en nivel de intimidad ellos dialogan en profunda confianza familiar o en clima de amor plenamente erotizado. De esa forma parece que todo encuentro del varón con la mujer en clave de intimidad está marcado por la confianza familiar (padres-hijos, hermanos) o por la urgencia de la unión sexual.
Leyendo con hondura ciertos textos del Corán y observando sobre todo la conducta de diversas sociedades musulmanas en el plano de la relación entre varones y mujeres, recibimos la impresión de que la sociedad en cuanto tal se encuentra amenazada por un fuerte estallido de violencia sexual que puede desatarse y destruirlo todo. Pues bien, para evitar ese estallido y defender de alguna forma a las mujeres, la ley tradicional islámica se ha sentido obligado a reglamentar su relación con los varones y mujeres, permitiéndola sólo en el campo del matrimonio (con la posibilidad de poligamia y concubinato) o en un plano estrictamente familiar.
3. Reglamentos del Corán. Guardar la diferencia
Desde el fondo anterior se vinculan una reglamentación social muy fuerte (dirigida sobre todo a asegurar la fidelidad de las mujeres, para servicio de los varones) y una profunda libertad sexual, asumida y cultivada especialmente por esos mismos varones. A ellos se les dice Vuestras mujeres son para vosotros campo labrado… (Corán 2, 223). Ellas son tierra fecunda, propiedad de los maridos (campo donde siembran).
Partiendo de un Dios que se ha mostrado como trascendente (más allá de todo sexo, superando toda hierogamia), de hecho, gran parte del Islam ha tendido a reglamentar legalmente las relaciones sexuales, pero siempre desde la perspectiva del varón. Ciertamente, los varones deben respetar la voluntad de las mujeres, de manera que no pueden tomarlas ¬por la fuerza (Corán 4,19). Per¬o ellos reciben la palabra de la ley, ellos regulan y sancionan su cumplimiento:
– Casaos con las mujeres que os gusten: dos, tres o cuatro.
– Retribuid como cosa debida a aquellas de quienes habéis gozado como esposas (en matrimo¬nio libre, de carácter temporal) (Corán 4,24).
Sin duda, varones y mujeres tienen una misma responsabi¬lidad religiosa, en el plano más profundo, de manera que unos y otras podrán recibir en la vida futura la misma recompensa (Ibid 4,32). Pero en el camino de este mundo los papeles de unos y otros son distintos. Mahoma ha sancionado, y en parte ha suscitado con sus principios religiosos, un tipo de sociedad estamental donde los dos sexos cumplen funciones muy diferentes. Encerradas en sus casas, colocadas al servicio de las necesidades del marido (intimidad, goce sexual, descendencia) las mujeres musulmanas son, al mismo tiempo, esclavas y reinas. Pueden parecer esclavas que se adquieren y alimentan y así deben mantenerse fuera de los círculos externos de influjo social. Pero, al mismo tiempo, desde la intimidad del hogar, ellas dirigen la vida de los varones como reinas que saben mantener el orden de la casa.
Lógicamente, los musulmanes siguen afirmando (al menos en parte) que esa misma diferencia de funciones entre los sexos sirve para destacar y salvaguardar la verdadera igualdad entre varones y mujeres. Así dicen que el Islam ha sido la primera religión y cultura del mundo que ha identificado a varones y mujeres en todo lo referente a la economía y matrimonio.
Los derechos de las mujeres ante sus maridos son similares a los que los maridos tienen ante ellas. Esta declaración debió haber causado, sin duda, una gran agitación en una sociedad que nunca había reconocido derechos a las mujeres…Ahora se daba a las mujeres una posición igual en todos aspectos a la de los hombres… Esta declaración provocó una revolución no sólo en Arabia sino en todo el mundo, puesto que la igualdad de derechos de la mujer y el hombre no fué nunca antes reconocida por ninguna nación o reformador (Comentario Corán 2, 228, en el Qurán de la Ahmadiyyah , Lahore 1986, Pág. 111, nota 302).
Es posible que muchos lectores del Corán y observadores de la sociedad musulmana no estarán de acuerdo con esa observación. Ciertamente, Mahoma ofreció a la mujer derechos que antes (en la sociedad árabe de su entorno, e incluso en la sociedad cristiana) no tenía, en un plano religioso. Más aún, varios textos del Corán admiten la reversibilidad de varones y mujeres incluso en el plano del encuentro sexual: ellas son vestidura para vosotros y vosotros lo sois para ellas (2, 187).
4. Textos discriminatorios, textos a interpretar
Manteniendo lo anterior, debemos añadir que, al menos en algunas de sus parts, el Corán no es un texto universal y reversible, donde se pude decir lo mismo de varones y mujeres, sino un mensaje un camino revelado (proclamado y aplicado) por varones y para varones. Sólo ellos reciben directamente la inmensa mayoría de las palabras de Dios; sólo ellos parecen sujeto activo (responsable) de los mandatos de la gran revelación divina. Las mujeres están allí; pero aparecen casi siempre de un modo pasivo, como objeto de la acción (del deseo o justicia) de varones. En esa perspectiva se entienden estos textos:
– La mujer es naturaleza para el varón: «Te preguntan por la menstruación. Dí: es una impureza. Así pues, absteneos de las mujeres mientras dure y no vayáis a ellas hasta que no estén puras. Vuestras mujeres son para vosotros un campo de siembra; id a vuestro sembrado según queráis» (Corán 2, 222-223) El esposo es cielo, la esposa tierra; el esposo viene, la esposa espera. Ella es naturaleza, por eso vive todavía bajo el imperio de los ritmos de la menstruación interpretada como fuente e impureza. Estamos al nivel de las viejas religiones cósmicas.
– El esposo puede tener muchas (siempre que las compre o pague), la esposa pertenece a un sólo esposo. «Casaos entonces, de entre las mujeres que sean buenas para vosotros, con dos, tres o cuatro; pero si teméis no ser equitativos…entonces con una sola olas que posea vuestra diestra (vuestras esclavas) (4,3) Se os prohíben (para el matrimonio) vuestras madres, hijas, hermanas… y las mujeres casadas, a excepción de las que posea vuestra diestra (es decir, vuestras esclavas). Aparte de esto se os permite que busquéis esposas con vuestros bienes, como hombres honrados, no como fornicadores (4, 23-24).
– El poder pertenece al varón. «Los hombres están al cargo de (tienen autoridad sobre) las mujeres en virtud de la preferencia que Allah ha dado a unos sobre otros y en virtud de lo que en ellas gastan de sus riquezas. Las habrá que sean afectas, obedientes y que guarden, cuando no las vean, aquello que Allah manda guardar (es decir, la fidelidad a los maridos). Pero aquellas cuya rebeldía temáis, amonestadlas, no os acostéis con ellas, pegadlas; pero si os obedecen no busques medio contra ellas» (4,34).
Esos textos no requieren mucho comentario. En este contexto, la relación matrimonial se establece en forma de dominio del varón (que tiene pode) y de exigencia de fidelidad de la mujer (que se mantiene sometida dentro del orden familiar de la casa). En esta perspectiva han de entenderse gran parte de los valores y premios que establece el Corán, tanto para este mundo como para el venidero:
– El amor de lo apetecible aparece a los hombres engalanado: las mujeres, los hijos varones, el oro y la plata por quintales colmados, los caballos de reza, los ganados, los campos de cultivo…todo esto es breve deleite de la vida de acá. Pero Dios tiene junto a si un bello lugar de retorno (3,14). Difícilmente pueden encontrarse cosas más bellas en el mundo: mujeres, hijos, caballo, campos… ?sta es la dicha del varón patriarca, este el deseo de un hombre que sabe apetecer y disfrutar los valores de este mundo. Nada se dice de ellas, las mujeres, nada de sus deseos, en varones y moradas, en cariños y caballos….No se les ha preguntado. Están silenciosas, sometidas a una religión que aceptan, pero que no es suya.
– Esos mismos son los valores del cielo, que viene presentado siempre como paraiso para varones: Los que teman a Dios estarán en cambio en lugar seguro: entre jardines y fuentes, vestidos de satén y de brocado, unos enfrente de otros…Y les daremos por esposas a huríes de grandes ojos (44,51-54; Cf 52,20 etc). Una y otra vez retorna el mismo gran motivo: un cielo de varones donde ya no habrá caballos, ni oro y plata… Pero habrá jardines y mujeres, eso es cielo. Este fue el primer paraíso, este será el último: un edén de varones, con huríes hechas cuerpo de gozo para ellos. En contra de lo que sucede en Gen 2-3, estas mujeres finales del Corán carecen de libertad; ni siquiera pueden pecar.
5. Una tarea del Islam: interpretar el pasado, construir el futuro
Aquí está la paradoja, aquí éste el reto. Si se toman como clave hermenéutica los textos que sancionan la unidad religiosa de varones y mujeres tendrían que desaparecer todas las diferencias por razón de sexo; para ello habría que abrogar o reinterpretar un número considerable de aleyas (quizá hasta suras) del Corán, presentándolas como ya anticuadas (es decir, determinadas por el contexto social de Muhammad).
1. Habría que distinguir ?el corazón del Corán?? (que es igualitario, en plano religioso y personal) y las interpretaciones históricas (que se adaptan al contexto social y cultural de cada tiempo). Sólo en este caso el Islam podría presentarse como religión del futuro, en diálogo de igualdad con el cristianismo. ?ste es, a mi juicio, un camino que están tomando muchos musulmanes y musulmanas, con gran fidelidad. Es un camino paralelo al que ha realizado ya o está realizando parte de la antigua sociedad cristiana.
2. Por el contrario, si mantienen su autoridad las aleyas del sometimiento femenino antes citadas el Islam puede acabar encerrándose en una especie de duro integrismo social (más que religioso), contrario al movimiento de igualdad y liberación que propugna la cultura ilustrada de occidente y, de un modo especial, los mismos principios religiosos de la revelación musulmana. Pero lo que digo del Islam lo puedo afirmar también de cierto moralismo y división social de algunos grupos cristianos que parecen más cercanos al Islam que al evangelio.
3. El futuro de la religión musulmana depende de muchos factores, pero uno de los más importantes será su manera de entender a la mujer. Estas son, a mi juicio, las tres afirmaciones principales que se pueden hacer en este plano. Resumiendo lo dicho, puedo afirmar. (1) Por un lado Mahoma ha concedido autonomía religiosa a la mujer, dándole, al menos en principio, una responsabilidad religiosa y social y una dignidad sacral que antes no tenía. (2) Pero, al mismo tiempo, al convertir el sometimiento en máxima virtud religiosa, y al poner como norma de vida social a los varones, el Islam puede el riesgo de sacralizar un nuevo tipo de sometimiento femenino. Las mujeres tendrían que someterse a los maridos lo mismo que a Dios?? Ya sé que los dos ?sometimientos?? no son paralelos, ni idénticos, pero algunos los han tomado así (de hecho, para los amigos de críticas, debo recordar que el mismo autor de Ef 5 corre el riesgo de deslizarse en esa pendiente y por ella se han deslizado muchos cristianos posteriores). (3) El problema está en saber si el Islam va a poder realizar una lectura nueva de Corán, en clave de igualdad y reciprocidad entre varones y mujeres, una lectura que sea, en el fondo, más fiel a los mismos principios del Islam.
6. La paradoja del cuerpo: un camino abierto, un feminismo islámico
El Islam es una religión ?corporal?? en la que, en el fondo, no ha existido la diferencia occidental (platónica) de Espíritu y Materia??Todo es cuerpo, todo es realidad concreta, aquí y ahora Desde ese fondo se pueden destacar dos líneas de experiencia:
a. Línea masculina: la mujer cuerpo del varón. Muchos afirman que la mujer del Islam es básicamente cuerpo. (a) Cuerpo de conquista. Libre en religión, libre en la intimidad de su hogar, la mujer seguiría siendo en el fondo un territorio que el varón debe ocupar y explorar pra realizarse como humano. (b) Campo de recreo, ámbito de gozo para los varones. El cuerpo de la mujer es jardín de delicias para el varón; allí puede gozar, allí despliega su más hondo placer, su dicha más profunda. (c) Campo de siembra. El varón es ante todo «padre»; quiere descendencia a la que dar su nombre, desea hijos y por eso necesita una mujer sometida: para tener la se seguridad de que su descendencia es suya, suyo el fruto del campo en el que siembra. (d) La posesión suprema Ciertamente, la mujer tiene derechos y no puede ser utilizada sin más como objeto de compraventa; pero cierta visión social la ha presentado en el fondo como posesión o tesoro que los varones controlan; por eso ellas deben estar recluidas, como algo que sólo los maridos pueden contemplar y disfrutar. (e) Cielo o premio final ratifica esa visión. La mujer del Corán acaba siendo paraíso para los varones. Ellas no valen en sí mismas (para sí); son en el fondo el descanso del guerrero macho, cielo de loa arriesgados conquistadores del Islam. Así aparecen lo más grande; pero son a la vez lo más pequeño: un cuerpo sin alma, máscara sin pensamiento o voluntad (como diría la fábula antigua). Allí donde el cuerpo femenino es más perfecto (es Hurí de cielo), la mujer concreta acaba siendo menos importante.
b. Línea femenina?? Pero una buena lectura del Corán obligaría a invertir las afirmaciones anteriores, diciendo que el varón es también ?cuerpo?? para la mujer: cuerpo de conquista, de gozo, de siembra, posesión y premio?? Muchos todavía no lo ven, las condiciones actuales de las sociedades de oriente y occidente no permiten hacerlo. Muchos musulmanes y musulmanas piensan que la ?liberación occidental?? de la mujer tiene aspectos muy positivos que deben universalizarse, pero hay otros que se deben superar, desde las mismas raíces religiosas y sociales de las respectivas tradiciones (musulmana y cristiana).
El deseo de no ?caer?? en una simple visión occidental de la liberación de la mujer no es sólo una postura reactiva, un gesto de rechazo propio de aquellos movimientos fundamentalistas que atraviesan el mundo musulmán, desde Marruecos a Indonesia, pasando por el Líbano y por Persia. En el fondo de ese gesto de ?feminismo islámico?? un deseo de fidelidad a la palabra revelada y a la misma dignidad de la mujer:
Se dice (desde occidente) que las mujeres deben ser iguales a los hombres. Tal afir¬mación sólo podría hacerla una mujer que hubiera dejado de estar orgullosa de ser mujer y no comprendiera plenamente todas las posibil¬idades inhe¬rentes al estado femeni¬no… Para una mujer, el intento de emular la condición masculina significa en el mejor de los casos convertirse en un hombre de segundo orden, lo mismo que le ocurriría a un hombre si tratara de emular el estado femenino…. Ante Dios el hombre y la mujer son iguales. Tienen que realizar los mismos ritos islámicos y, ante él, deben asumir una misma responsabilidad por sus actos… Pero en el nivel cósmi¬co, que significa los niveles psicoló¬gico, biológico y social, sus papeles son complementarios (S. H. Nasr, Vida y pensamiento en el Islam, Herder, Barcelona 1985, 287).
7. Un camino, un futuro para todos
Pensamos que las transformaciones religiosas y sociales de la nueva sociedad musulmana tendrán que poner un punto de interrogación sobre muchos puntos de su tradición patriarcalista. Para ello será necesario que los nuevos musulmanes descubran y acentúen algo que los cristianos hemos destacado hace tiempo: la diferencia entre el mensaje primordial de la Escritura y las condiciones socioló¬gicas o culturales del tiempo de su surgimiento. En esa línea tendrán que distinguir:
1.-La experiencia creyente de Mahoma, con su descubrimiento de la trascendencia de Dios y la exigencia humana de sometimiento (Islam), con la búsqueda de una comunidad universal de creyen¬tes, con los pasajes donde el Corán habla de la igualdad «religiosa» (definitiva) de varones y mujeres.
2.- Los elementos cambiantes que están determinados por una cultura y sociedad determinada: entre ellos se encuentra la visión de la mujer como ser subordinado, la posibilidad de la poligamia etc etc.
Pues bien, esa distinción no resulta nada fácil, como nos recuerdan las mismas discusiones teóricas y prácticas que ofrece el Islam moderno. Los musulmanes se encuentran hoy divididos, fragmentados en tendencias diferentes. Muchos defienden una visión literalista del mensaje de Mahoma, impidiendo así que las mujeres puedan «liberarse» (no sólo al modo occidental, son de otras maneras). Pero hay otros muchos musulmanes y musulmanas que están buscando caminos de complementariedad e igualdad que pueden ser un regalo de la vida (de Dios) para el conjunto de la humanidad.
Quizá no valga el modelo occidental de liberación de la mujer, marcado por el tipo de cultura laicista; quizá deba buscarse una forma de liberación más profunda que no se encuentre marcada por un tipo de vida de varones (y varones occidentales, machistas, agresivos, posesivos). Pero el modelo de sometimiento femenino de muchas sociedades islámicas resulta quizá más limitado, más injusto, pues parece que algunos (¿muchos?) musulmanes han terminado por absolutizar una forma histórica de subordinación femenina, declarándola sagrada y normativa.
?ste es un tema abierto, un tema que debe estudiarse en diálogo. Por eso es importante el encuentro de Cuenca, donde Yaratullah M. y Lucía Ramón tratarán del estudiarlo, desde una perspectiva teórica y práctica.
8. Programa del Curso de Cuenca
Jueves, 15 de marzo (tarde)18:00-18:30 Presentación del curso
18:30-19:45 Situación actual
Isabel Gómez Acebo
Universidad de Comillas
Víctor Pallejà
Universidad Alicante
20:00-21:15 Experiencia de Dios
Victorino Pérez
Universidad de la Coruña
Yaratullâh Monturiol
Especialista en hermenéutica coránica
Viernes, 16 de marzo (tarde)
17:00-17:15 Hombre y mujer
Lucía Ramón
Cátedra de las Tres Culturas
Asma Lamrabet
Especialista en feminismo islámico
18:30-19:45 Justicia y solidaridad
Ángel Galindo
Universidad Pontificia de Salamanca
Tariq Ramadán
Universidad Oxford
Sábado, 17 de marzo (mañana)
10:30-11:45 El Poder
José María Castillo
Universidad de Granada
Nasredîn Peyró
Universidad Sevilla
12:00-13:15 Religión y razón
Xabier Pikaza
Investigador
Abdelmumin Aya
Doctor en Filosofía
13:15 Acto de Clausura
Información e Inscripciones:
Vicerrectorado de Extensión Universitaria
Unidad de Extensión Universitaria
Edificio Antonio Saura,
Camino del Pozuelo s/n, 16071 Cuenca
Teléfono: 902 204 100 Ext. 4019
969 179 134
Inscripciones hasta el 12 de marzo de 2007
(Anejo: un trabajo de Asma Lamrabet sobre el tema:
ASMA LAMRABET
La ensayista marroquí Asma Lamrabet desea el reconocimiento de un feminismo islámico
(http://images.google.es/imgres?imgurl=http://www.webislam.com/imagenes/articulos/
asma_lamrabet)
Entre un islam rigorista que hace inferiores a las mujeres y un modelo de emancipación al estilo occidental que se aparta de la religión, empieza a emerger una tercera vía. Autora de dos obras que proponen una lectura feminista de los textos musulmanes, la médico marroquí Asma Lamrabet encarna este nuevo movimiento que intenta reconciliar islam y derechos de las mujeres. Recientemente de paso en Montreal, fue invitada por el grupo Présence Musulmane.
Hematóloga en el hospital para niños de Rabat, en Marruecos, Asma Lamrabet se define al mismo tiempo como «feminista» y «born again muslim», precisando sobre la broma que este término no la relaciona ideológicamente de ninguna forma a George Bush.
Cuando era joven, Asma Lamrabet era «bastante rebelde» respecto a un islam «escleroso en el que se permitía la opresión de las mujeres en nombre de la religión». No era practicante y se alineaba junto a la lucha feminista occidental que se apartaba de la religión.
Quince años después lleva el velo y explica que el modelo laico de emancipación de las mujeres ha sido un fracaso en los países musulmanes, en el que se percibe como otra manifestación del colonialismo. «Nos guste o no, el islam es ineludible en nuestras sociedades».
¿Qué fue lo que pasó entonces mientras tanto? Volvió «a las fuentes», a leer el Corán, los textos sobre la vida del profeta Muhammad y los numerosos documentos de exégesis. «Había un gran desfase entre lo que decía el Corán, los textos de las Escrituras y las interpretaciones completamente machistas y misóginas que habían hecho algunos sabios musulmanes. En el mensaje espiritual del Corán, no hay nada, absolutamente nada que permita esa opresión de la mujer», explica la «contestataria del interior» como la llaman a veces.
Para apoyar su tesis, la feminista musulmana señala que el versículo del Corán que habla de la participación política y social interpela explícitamente a las mujeres. «Sin embargo, en nombre del islam, se les ha prohibido votar durante siglos, participar políticamente. Kuwait acaba de aprobar el derecho al voto de las mujeres, y son los islamistas los que votan en contra. Es aberrante», se subleva la autora de los ensayos Aïsha, épouse du prophète ou l’islam au féminin y Musulmane tout simplement.
La mujer tentadora
La mayoría de los textos de análisis del Corán han tomado prestado de la Biblia cristiana el mito fundador de la inferioridad de la mujer. «En todas las obras islámicas de hermenéutica, se dice que Eva fue formada a partir de la costilla de Adam y que es, pues, inferior, subordinada. Es incomprensible, cuando en realidad no encontramos esto en el Corán. Esa Eva tentadora tampoco existe en el Corán», prosigue Asma Lamrabet. El concepto de mujer tentadora, cuyo cuerpo es fuente de pecado, es transmitido ampliamente por muchos musulmanes para justificar el velo.
A través de esa «jurisprudencia asediada», la introducción del concepto de obediencia es probablemente el más perjudicial para las sociedades musulmanas. «El tema de la obediencia al marido, junto al de la obediencia al poder político, ha sido impuesto como base del islam [unas décadas después de la muerte del profeta]», afirma Asma Lamrabet. Una vez más, el Corán no habla en absoluto de la odediencia de la mujer, sino más bien de «consulta» entre los esposos.
Profundamente enraizada en la cultura musulmana, esta noción de obediencia obstaculiza el trabajo de reflexión. «Criticar los textos es tabú. Aún peor, es ilícito. También está prohibido criticar las interpretaciones», se lamenta Asma Lamrabet.
Las mujeres son las primeras «resistentes» a esta relectura feminista de los textos religiosos. «Nos encontramos a médicos, profesoras, que, una vez que se han reconciliado con la religión, han tomado todo ese aspecto del pensamiento religioso [que oprime a las mujeres] como parte integrante del mensaje espiritual», se lamenta.
La reforma de terciopelo
Esta «tercera vía» a la que apela la autora feminista y que ha empezado a emerger desde hace aproximadamente una década, ha tomado un verdadero protagonismo desde hace tres o cuatro años. Esto se debe a unos «grupos de relectura» de los textos islámicos en diferentes países, y algunos jóvenes teólogos empiezan a interesarse por este discurso. Pero todavía falta mucho camino por recorrer. «El movimiento es aún muy minoritario», reconoce Asma Lamrabet.
Las instituciones musulmanas aún están ampliamente dominadas por la corriente más ortodoxa. «Las universidades islámicas, son una masacre. Se debería reformar toda la educación islámica», apunta. Aunque, señala, ya hay voces que empiezan a alzarse para modernizar esta enseñanza.
Asma Lamrabet es crítica con las instituciones islámicas, del «discurso literalista afligente», sin embargo no desea enfrentarse de lleno, sino que preconiza una reforma progresiva.
No se trata para nada de hacer, por ejemplo, como la musulmana americana Amina Wadud que el año decidió pasado convertirse en imam y dirigir una plegaria mixta. «Lo ha estropeado todo con esto. No tiene ninguna credibilidad en el mundo arabo-musulmán. Mientras que queremos guardar esa credibilidad».
El estatuto jurídico
Poco apegada a los símbolos, Asma Lamrabet piensa que es mucho más urgente combatir el problema del estatuto jurídico de la mujer musulmana. «Es menor de por vida. Está bajo tutela e incluso cuando [su inferioridad] ya no está en las leyes, está en las mentalidades de las mujeres, apoyada por la interpretación de la religión».
La empresa es ardua en tierras de islam. «Occidente nos ha colonizado bajo una misión civilizadora. La mujer musulmana, es el último bastión, la última defensa de una identidad dañada», constata Asma Lamrabet. Los intentos de emancipación de las mujeres son vistos amenudo como otra manifestación del colonialismo contra una «civilización dañada».
Eso explica, según la autora, la necesidad de que las reformas vengan «del interior». ¿Será suficiente el enfoque «de terciopelo» para oponerse a la fuerza de la corriente tradicionalista? Asma Lamrabet abriga muchas esperanzas.
Por lo menos está convencida de que una «tercera vía» apoyándose en las referencias culturales musulmanas tiene más posibilidades de mejorar concretamente el destino de las mujeres, en los países musulmanes, que el feminismo radical que condena el islam como una religión opresora en sí.
Hasta que el árbol dé sus frutos, Asma Lamrabet espera que el feminismo islámico pueda obtener un lugar bajo el gran paraguas del feminismo universal.
(Traducido por Ndeye Andújar).