MANIFIESTO POR UNA IGLESIA RESUCITADA.

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Bajo este me lema, la Comunidad Cristiana del Cristo de la Victoria de Vigo acaba de celebrar estos días la vigencia actual de los acontecimientos centrales de nuestra fe.

Juntos hemos celebrado que la eucaristía es la mesa compartida, la fuente de la fraternidad y de la solidaridad humana; que en la cruz de Jesús descubrimos también a todos los crucificados que en el mundo siguen siendo víctimas de la marginación o el desprecio; que en su Resurrección reconocemos la victoria de todas las causas que apuestan por la vida en dignidad y plenitud.

Hace mucho tiempo que descubrimos -como otras tantas comunidades cristianas- que nuestra fe sólo se puede entender desde un compromiso hondo y sincero con la causa de los más empobrecidos, que somos verdaderos seguidores del Evangelio en la medida que nuestra relación con Dios no finaliza dentro de los muros del Templo, sino que nos impulsa a dar testimonio de ese Dios, que encarnándose en medio de nosotros quiso divinizar todo lo humano y hacer de la historia de los ser humanos una historia de salvación.

Así entendemos y vivimos la palabra y la práctica de Jesús de Nazaret, el Cristo, el hijo de Dios.

Desde estas convicciones es desde dónde apostamos por una Iglesia nueva, resucitada, que entiende su sentido más allá de sí misma para ponerse al servicio de los que -como Jesús- son también víctimas de un mundo que adora a los ídolos del poder, el dinero y la fuerza de la violencia.

Creemos y trabajamos por una Iglesia de personas iguales, dónde mujeres y hombres puedan desarrollar juntos y sin limitaciones sus carismas, al servicio de la Comunidad.

Soñamos con una Iglesia en la que el sacerdocio ministerial sea un símbolo de animación de la comunidad y no una posición de poder o privilegio.

Anhelamos una Iglesia en la que los empobrecidos de este mundo (desde la fe o sin ella) encuentren defensa, sosiego y cariño. Una Iglesia empeñada en ofrecer a la sociedad una palabra de aliento y esperanza y que abandone la costumbre del perjuicio y la condena.

Buscamos una Iglesia despojada de los símbolos de poder, que sea alternativa real al sistema de opresión que nos imponen los poderosos de este mundo.

Seguimos en la búsqueda de una Iglesia que apueste por la participación de tod@s en la que se promueva la madurez y la corresponsabilidad de los laicos.

Por todo esto, y sintiéndonos parte de esta Iglesia posible, queremos hoy manifestar nuestra tristeza y nuestro escándalo ante la amonestación que desde la jerarquía de la Iglesia recibió en estos días nuestro hermano, el teólogo Jon Sobrino. Su reflexión, junto a la de otros teólogos de la liberación, ha iluminado y alimentado nuestra fe y nuestro compromiso, y ha aportado a la Iglesia la necesidad del papel central de los empobrecidos en cualquier espiritualidad que pretenda ser verdaderamente heredera de la espiritualidad de Jesús, y por lo tanto, realmente evangélica.

Sentimos también una honda tristeza por la decisión del episcopado de Madrid de cerrar a la parroquia de San Carlos Borromeo, de Entrevías. Una comunidad cristiana referente y testimonial de lo que significa al compromiso real desde la fe con la marxinación, que lleva treinta años haciendo realidad la misión que Jesús se da a sí mismo: llevar la buena noticia a los pobres, anunciar la libertad al cautivo, la salvación a los oprimidos.

No podemos estar de acuerdo ni con las razones teológicas ni con los métodos que la Iglesia institucional ha utilizado en estos y en otros muchos casos. Personas y comunidades como estas, son para nosotros proféticas y nos animan a esperar contra toda evidencia que otra iglesia, nueva y resucitada, es posible.

En Vigo, en la Pascua de Resurrección de 2007