LOS ENSANGRENTADOS DEL REALITY SHOW. Leonardo Belderrain, doctor en Teología Moral (Argentina)

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Cuando una resurrección es confiable.
Lo hermoso de esta época, dijo Chiara Lubich, es que antes se lo podía ver a Jesús y disfrutar de ver una humanidad tan rica ahora se puede ser ?l y esto es mucho mas interesante.

?Pero Eduardo, aunque está casi seguro de que Dios no existe, se entretiene, con placer y nostalgia, en imaginárselo. Dios es pura esencia, en tanto que Eduardo no ha encontrado nada esencial ni en sus amores, ni en su estudio, ni en sus ideas.

Es demasiado perspicaz para aceptar que ve la esencialidad en lo inesencial, pero es demasiado débil para no seguir anhelando secretamente la esencialidad. ¡Ay señoras y señores! ¡Triste vive el hombre cuando no puede tomar en serio a nada ni a nadie…!?? «Libro de los amores ridículos » de Milan Kundera – Extracto de un cuento.

La primera evangelización española se centró en imágenes barrocas de Cristos ensangrentados. Los misioneros más lúcidos se encargaron en señalar que se actuó por mimesis. La gesta pastoral de la Conquista escondía la perversión de aquel sistema que con la mita y la encomienda sometía a los indígenas a un trato inhumano y ellos se esculpían ensangrentados.

En otras perspectivas estéticas Jesús de Montreal y Mel Gibson se vuelven a sumergir en los Cristos agónicos en el primero con una resurrección leve quirúrgica por la gracia de los transplantes.

El segundo omitiendo que paso después del descuartizamiento fílmico sumergiéndonos en lo patético de la condición humana. Una empleada domestica, testigo de Jehová que nunca va al cine y que fue solo esta vez, me señalo ?viendo como sufrió Jesús por nosotros en realidad comprendo que merezca ser privada de las reuniones del salón (del Reino, templo) por tener relaciones sexuales con mi novio.??

Me comentó otro amigo que vive en un country que había visto la película y que también le pareció extraordinario el sufrimiento de Jesús por nosotros; que le había sonado muy fuerte eso de que la verdad nos hace libres, pero no obstante, él nunca diría ciertas ?verdades?? de sus relaciones ocultas en su casa porque pondría en crisis su familia. Agregó ?la vida es tan complicada y encima estamos obligados a imitar a un Dios inimitable, con nuestra naturaleza humana tan poco divina y tan precaria.?? Pensé qué imágenes ambiguas de Dios siguen presentes en nuestra religiosidad. Dios no puede estar en nuestra incompletud afectiva sino es señalándonos con su dedo. A Dios lo queremos, le tememos, su mensaje es bueno pero sirve para los ángeles.

¿Porque nuestra divinidad es tan distinta de la de Jesús? ¿Que es la resurrección para la nueva sensibilidad contemporánea? Se sabe que no es una reviviscencia o resucitación como la de Lázaro; tampoco es la inmortalidad espiritual como la entendía el pensamiento griego; significa, justa y precisamente que Dios se ubica junto al sufrimiento del hombre y en contra del mal que lo oprime y lo limita. Dios va quedando limpio de todo terror «demoníaco» para ser descubierto como «aliado» y (sobre todo en los Profetas) como promotor ético de la justicia, como amor al hombre e incluso -ya en ?seas (11,8-9)- como perdón incondicional. Lo grande de Jesús no es el modo en que murió, sino lo que sigue despertando en algunos hombres cuando sienten amor entre sí, cuando llegan a experimentar que incluso los vacíos no hieren de muerte definitiva. Lo hermoso de esta época, dijo Chiara Lubich, es que antes se lo podía ver a Jesús y disfrutar de ver una humanidad tan rica ahora se puede ser ?l y esto es mucho mas interesante.

Rastrear hoy su resurrección implica dar con aquellos rostros que hablan del no miedo. Se hace evidente por donde no pasa aquella energía Existe un lastre en las religiones como dice Boff que quieren encapsular la espiritualidad. Pálidos criminales según la descripción de Nietzsche, hombres que pecan por debilidad, no por bravura, y que, corroídos por sus escrúpulos de conciencia, ponen toda su pasión en sufrir y hacer sufrir, en vez de irradiar alegría y felicidad.

Drewermann aprecia en el Anticristo de Nietzsche la mejor denuncia contra la conversión de la neurosis en santidad, la enfermedad en elección y la angustia vital en confianza en la providencia divina y reclama junto a la libertad del pensar una auténtica libertad del sentir: «hay algunos para quien la virtud es un espasmo bajo un látigo».

Quienes se toman la libertad de «realizarse personalmente no son gente que se retira sino personas que se exponen, quizás por primera vez en su vida, y que actúan decididamente sobre esa parcela de sufrimiento humano que tiene en ellas mismas su concretización más sangrante. Incluso también el teólogo, con su ilusión de cambiar la sociedad, puede estar solo buscando granjearse el aprecio y un mayor reconocimiento por parte de los suyos. Para la psicología drewermiana es imprescindible reconocer que, en determinadas circunstancias, todos los discursos sobre la libertad, humanismo, el amor etc., no garantizan en absoluto que la persona que los profiere, no sea un perfecto inmaduro, lleno de servidumbres, totalmente egoísta, inclinado a las más feroces vejaciones y que sólo pretende aplastar a los demás con sus ideas -tal vez aprovechables-, porque sólo demostrando su virtuosismo podrá rescatar el caparazón de su propio «yo», convertido en intelectualismo barato, de la ciénaga de todos sus latentes complejos de inferioridad».

Las iglesias realmente son liberadoras: cuando son escuelas de delicadeza y ternura en el trato con los demás, cuando enseñan con humildad a convivir con las propias ambigüedades, sin necesidad de hacerse valer ni de demostrar nada; la obediencia como escucha de la palabra del otro y de las más íntimas inclinaciones sin otro objetivo que erradicar el sufrimiento; la liberación de la crispación del poder y de la afirmación de uno mismo de modo que no seamos los únicos en disfrutar de la vida sino que sean muchos los que puedan tener una vida en paz; la felicidad y el amor concreto como el poder que nos permite enfrentarnos con absoluta libertad contra todos los poderes, personas o estructuras que destruyen la vida: Se trata ante todo de del liberar al hombre de la angustia y del miedo y de todos sus espacios de no cielo. De allí el amor preferencial de Dios por los pobres, no porque éstos sean más buenos, tengan más méritos, sean los sujetos de la historia, sino simplemente porque son los malditos de la ley, la siempre nueva presencia escandalosa del Dios crucificado.

¿Los hombres y mujeres puedan ponerse en pie re-suscitar- y atreverse a ser ellos mismos? La «liberación del pecado, la ley y la muerte»; es histórica, económica y psicológica si no fuera así qué puede tener de Buena noticia, y si no se palpa la alegría y el júbilo ante tamaño regalo como no va a ser licito pensar en otras salvaciones.

En la experiencia del misticismo cristiano hay una transformación del espíritu en niño que no pende de ninguna metafísica especial de quien por merito recibió un conocimiento superior que lo ilumino. Es una transformación gratuita, un regalo, algo que a veces ocurre como un milagro. «Es un contento de sí mismo que desborda y que prodiga su abundancia a los hombres y a las cosas». No es una nueva obligación de hombres sacrificados que deben legitimarse haciendo cosas heroicas. El niño, el goce y la inocencia son las dos cosas más púdicas: ninguna de las dos puede ser buscada. Los que dan con esas personas chequean la resurrección. Son personas que viven liberados del espíritu de pesadez y de venganza, personas que aman más allá del castigo y de la recompensa, más allá del bien y del mal, y de todo resentimiento.

Apurando la metáfora podría decirse que por más que en el límite toda persona tenga algo de neurótica y de niña hay algunos que parecen gozar de una confianza fundamental que les permite analizar la sociedad y sus propios actos sin demasiada ansiedad. Pueden contemplar sus propias ambigüedades sin necesidad de demostrar nada ni de mantener una imagen monolítica de sí mismos. A pesar de todos los pesares, de la ambigüedad de los propios actos y de estar formando parte de una sociedad injusta, no necesitan estar permanentemente moralizando. Se sienten y hacen sentir a gusto. Y actúan más por su propio querer más que por alguna necesidad inconsciente. La motivación última del cristiano es la loca gratuidad del amor que constituye -paradójicamente- «la máxima perfección y la mínima obligación». Esta liberación de la moral, esa dádiva, sólo es posible a través de la experiencia de ser amados efectivamente que envuelve a la vida en una amabilidad primordial. Para la mas honesta ortodoxia el cristianismo no es una religión de justos sino de agradecidos, de personas marcadas por una compañía que les hizo sentir un amor esencial. Pueden pasar por experiencias de abandono que pueden capitalizar incluso el martirio. Se saben aceptadas independientemente de todo cuanto se haya podido hacer por una convicción interna a veces inexplicable.

Como señala González Faus, todo El Salvador escuchaba la homilía del domingo del obispo Romero, muy pocos dudaban que el los amara; cuando se es amado desde una compañía que evoca la Pasión de Jesús, se presencia el hecho cristiano de la Pascua; Dios sigue pasando entre nosotros y si esto no se experimenta podemos estar en subculturas de Cristos ensangrentados que solo pueden hacer trascender sus órganos como el de Montreal o patentizar la nada al modo de Mel Gibson o del ?Gran hermano?? (reality show argentino). Con esto no se tapa el real vacío vincular y sólo se prolonga más angustia y miedo. Una víctima doblegada por los azotes, con poco que decir y mucho que padecer en manos de sus torturadores puede ser el correlato de un Dios que nunca va a decir cosas importantes donde se lo silencia. ¿Nos hará bien para salvarnos, llorar por los cristos ensangrentados, o será mas útil saber si hay Pascua dando culto y palabra a todos los dioses escondidos del poder imperante?

Deberíamos testear si este tipo de película provoca mayor solidaridad o benevolencia con aquellos dioses mutilados, o sólo enfatiza los sentimientos de culpa. Puede ser que los cristos ensangrentados nos ayuden amar y a ver el rostro de los crucificados. Pero dudo que si no llegan a poner en jaque las concentraciones de poder religioso y político que no se ponen al servicio del hombre; excitaran solo algunos días y sumarán ansiedad algunos otros. Pero con el tiempo nos dejara mas abúlicos y apáticos quizás con aquella ?insoportable levedad del ser?? propia del Dios de Kundera. Por allí esta claro no paso la resurrección.

?Y por eso Eduardo anhelaba a Dios, porque sólo Dios está exento de la dispersante obligación de «aparecer» y puede simplemente «ser», porque únicamente él representa (él solo, único, inexistente) la contrapartida esencial de este inesencial (pero por ello tanto más existente) mundo. A Eduardo le da lástima que Dios no exista… y precisamente en ese momento su lástima es tan grande que de las de las profundidades de ella surge de pronto el verdadero, vivificante, rostro de Dios… ¡Mírenlo! ¡Sí! ¡Eduardo sonríe! ¡Sonríe y su sonrisa es feliz!…. ¡Consérvelo en la memoria con esta sonrisa!?? – «Libro de los amores ridículos», Milan Kundera.

Pbro. Dr. Leonardo A. Belderrain – Doctor en Teología Moral ? Diócesis de Quilmes leonardobelderrain@ciudad.com.ar

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