Y, casi sin prevenirlo, vino la crisis.
Nos cogió encerrados
en la jaula consumista del capitalismo.
¡Gran nivel el nuestro,
líderes del club de los 7 o de los 20,
protagonistas de un progreso demencial inacabado!
Y quienes nos enjaularon,
se escondieron astutos para volver de nuevo
y reconducirnos al castillo de los engaños.
Castillo nuestro, el primermundista ,
que aloja los placeres y lujos de una minoría
frente al abandono, el dolor
y la miseria de la mayoría.
Sólo los pobres, amasados por doquier,
podrán romper nuestra enajenación,
devolvernos a la realidad,
humanizarnos,
y emprender el rumbo nuevo
de la justicia y solidaridad.
La Navidad como que se fue,
nos la quisieron cambiar,
pero no,
queda el Niño con la imagen en sus ojos,
de un mundo atrozmente dividido,
que fomenta el crimen del hambre
y el negocio anti-vida del capitalismo.
La Buena Nueva del Niño señala
la estrella imperecedera del único Dios,
Padre-Madre de todos,
de una única familia de hermandad universal.
La estrella sacude
la oscuridad de las cumbres elitistas,
de los PIB falsamente enarbolados y repartidos,
de los apetecidos primeros puestos
en el raking mundial
y alumbra las piedras fundamento
-los pequeños, los pobres, los impotentes-
para la construcción de un mundo nuevo.
En la oscuridad la luz brilla
y enciende el compromiso de los insumisos
y siembra la paz y la esperanza