Hace unos años, el responsable de una parroquia ponferradina decidió que, a la hora de realizar la primera comunión, niños y niñas deberían llevar como único uniforme una túnica; pensó quizá que si se trataba de un acto religioso no era necesario que los pequeños tuvieran que ser ataviados con atuendos que en la mayoría de los casos suelen ser tan ostentosos como innecesarios.
Pero la decisión provocó que la mayoría de los padres montasen en cólera. No estaban dispuestos a perder la primera oportunidad de demostrar públicamente que el nivel de sus hijos estaba muy por encima del resto; actitudes como éstas contribuyen a agravar la desigualdad, uno de los peores problemas para la infancia, pero que algunos padres están dispuestos a inculcar a sus hijos desde una edad muy temprana, sin pensar que tienen toda una vida por delante para experimentarla en sus propias carnes.
Aquella medida no se ha repetido con asiduidad y la tendencia al consumismo salvaje se extiende incluso dentro de una institución cuyo mensaje debería ser justamente el contrario. Pero la tendencia a la baja no permite andar con exigencias y algunos, incluso, pretenden hacer su particular «agosto» en mayo, imponiendo condiciones que se alejan de las posibilidades de algunos padres y de la propia doctrina cristiana.
Hace unos días, la Confederación Española de Consumidores y Usuarios (Cecu) hacía público un informe que determinaba que el gasto para las familias españolas que vayan a celebrar una comunión subirá este año un 4% respecto al pasado. El desembolso medio será de 3.500 euros para las chicas y de 3.200 en el caso de los chicos, incluidos gastos de banquete, vestidos, peluquería, recordatorios e incluso alguna que otra tarifa adicional.
Pero otros datos vienen a demostrar que el incremento en la factura del convite es, sin embargo, inversamente proporcional al aumento de fieles, y todo ello a pesar de que se trata de niños y niñas que apenas llegan a los 10 años de edad y que entienden la celebración como el camino más corto para conseguir por fin la ansiada consola de juegos, el teléfono móvil o la casita de muñecas.
Por eso, no estaría de más que la Iglesia dejara de justificar alguno de los males que padece en la actitud de los demás y se centrara, por ejemplo, en poner freno a esa tendencia, localizando y atajando uno más de los problemas que contribuyen a una merma considerable de sus filas en los últimos años, al menos en lo que respecta a España. Todo ello, a pesar de que la mayor parte de los ritos ineludibles en la vida de un cristiano como el bautizo o la primera comunión se llevan a cabo antes de que el individuo haya alcanzado una mayoría de edad que le permitiría elegir libremente sus creencias.
Si tienen un caso similar en la familia y no se creen lo que digo, hagan una prueba: diríjanse al centro comercial más cercano con la visa en una mano y el chaval en la otra y den rienda suelta a sus pretensiones. Ahorrarán tiempo y dinero, y podrán comprobar cómo la fe desaparecerá en cuestión de segundos. Se lo aseguro.
Santiago Macías