El Periódico
Hace días, un viejo profesor me decía hastiado, al contemplar la enésima versión de la recurrente bronca entre la Iglesia y la izquierda española, que se trataba de un espectáculo propio del siglo XIX. Pienso que no acertaba, pues nada hay de sorprendente en este periódico rebrotar de conflictos.
Se dan, en efecto, desde comienzos del siglo XIX, cuando la Iglesia española «separando manipuladoramente –dice García de Cortázar– el liberalismo económico de su versión política, abrió la puerta a la aceptación cristiana del capitalismo (…) sin jugarse el cielo», lo que condujo más tarde a la consolidación del nacionalcatolicismo.
Y han continuado hasta hoy, coincidiendo con los periodos en que ha gobernado la izquierda, por la confluencia de dos factores: la voluntad eclesiástica de instrumentalizar el Estado para la consecución de sus objetivos de control social, y el anticlericalismo sectario de cierta izquierda incapaz de reconocer la aportación social efectuada día tras día por instituciones y entidades católicas.
El problema que estas crisis plantean a la Iglesia radica en que este enfrentamiento –más o menos soterrado, según las épocas– la ha apartado de su objetivo de revitalizar el catolicismo español. El descenso de la práctica religiosa y el cuestionamiento de aspectos de la moral católica prueban que aún no se ha hallado una fórmula realista para promover el renacimiento religioso inaplazable, al final de un siglo en que el cristianismo ha perdido fuerza al erosionarse las mediaciones institucionales que lo transmitían: familia, colegio y parroquia.
El renacimiento de la Iglesia exigirá seguramente un triple requisito: el logro de su independencia económica frente al Estado; la tensión por su rearme intelectual, compatible con las acciones que realiza en el campo de la marginación y de la atención a grupos estigmatizados, pobres y enfermos, y la sustitución de su viejo sueño de una España católica por un proyecto más modesto, destinado a consolidar su influencia sobre aquellos grupos concienciados y activos de la población que asuman como prioritaria la misión evangelizadora.