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HOMENAJE AL CARDENAL VICENTE ENRIQUE Y TARANCÓN. Juan Pablo García Maestro

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Vivimos tiempos en los que no es fácil recordar aquellos hombres de Iglesia que no tenían miedo, que eran libres y que estaban preparados para el conflicto. Desde este espíritu se ha querido rendir un homenaje en el Instituto Superior de Pastoral de Madrid, al que muchos han definido como un verdadero líder religioso de nuestra Iglesia y nuestra sociedad española. El acto se celebró el 16 de mayo, en el salón de la Fundación de Pablo VI.

La primera conferencia corrió a cargo de Juan Martín Velasco, antiguo rector del Seminario de Madrid en tiempos del cardenal Tarancón, y profesor emérito del Instituto de Pastoral. Martín Velasco empezó diciendo: “Permítanme comenzar explicando el título de mi intervención y la razón de haberlo propuesto. “Reivindicación” significa aquí evocar el recuerdo de su persona, pero sobre todo reclamar y vindicar la importancia de su figura, el acierto de su actuación como obispo y como Presidente de la CEE, en unos momentos particularmente delicados de la historia de la Iglesia, y el valor y la vigencia de los grandes principios que la inspiraron.

Como toda reivindicación, ésta tiene algo de reacción, y reacciona contra ingratos olvidos de la persona, contra juicios injustos sobre su actuación, y contra falsas interpretaciones y valoraciones de los principios de su acción pastoral. Sobre el olvido de su persona habla suficientemente el bajo perfil que se ha dado a la conmemoración de este primer centenario por parte de la Iglesia española y las diócesis a las que sirvió como obispo. Pero es evidente –señalaba Juan- que este olvido no es casual. Se debe sin duda al juicio negativo que de forma implícita y en la práctica cayó desde el final del pontificado de Pablo VI sobre la orientación pastoral que el Cardenal Tarancón imprimió a la Iglesia española en los años en que presidió la CEE y en la consiguiente decisión de cambiar radicalmente el rumbo de la misma, desmontando en muchos casos las acciones e instituciones que él y la mayoría de los obispos en su tiempo habían promovido”.

Eclesiástico y pastor

Es casi un tópico cuando se habla del cardenal Tarancón distinguir en él dos figuras: la del político eclesiástico y la del pastor. Por el contrario para Martín Velasco, que había colaborado con el cardenal, en los años en que, agotados sus tres mandatos al frente de la Conferencia, se volcó en la atención pastoral a su diócesis de Madrid, está convencido de que las actividades con trascendencia política y las puramente pastorales no eran más que dos dimensiones de una misma preocupación de servicio a la Iglesia y al pueblo, y que ambas surgían de una extraordinaria personalidad cuyo perfil resumen estos tres rasgos: un hombre de talla extraordinaria, un excepcional hombre de Iglesia y un sencillo y sincero hombre de Dios. El escritor Antonio Buero Vallejo, que lo conocía de su trato con él en la Academia de la Lengua, acertó de lleno cuando escribió: “El cardenal Tarancón es hábil y certero, porque es una persona buena, y su guía fundamental ha sido armonizar lo más posible sus decisiones con su propia conciencia”.

Si algo ha caracterizado el estilo y el método pastoral de Don Vicente ha sido su pasión por la concordia, el reconocimiento del pluralismo, el fomento del diálogo y la invitación a la colaboración de todos.

Y como estamos en un centro teológico me llamó la atención lo que recordó Martín Velasco acerca del diálogo entre el magisterio y los teólogos. No es frecuente escuchar a un obispo confesar como Tarancón manifestó en Salamanca: “soy consciente de mis limitaciones en este aspecto. No soy teólogo profesional. Es difícil, prácticamente imposible hermanar la investigación teológica, incluso el estudio serio de la teología con el ministerio episcopal cada día más absorbente. Quizás porque no he podido dedicar durante los últimos años al estudio de la teología, he podido comprobar mejor la necesidad que tienen los obispos de la colaboración de los teólogos y demás cultivadores de las ciencias eclesiásticas”. “Los obispos, añadía en Comillas, no podemos dedicarnos al estudio y a la investigación y necesitamos del “carisma” y la función de los teólogos. Los obispos nos debemos convencer de que “encauzar” y discernir, que son tareas estrictamente episcopales, no significa coartar vuestra libertad ni frenar vuestros avances”.

Veraz y valiente

Tomó luego la palabra el jesuita José Mª Patino, que fue uno de los colaboradores más cercanos de Don Vicente Tarancón, en concreto durante dieciséis años. Para Patino el cardenal Tarancón supo demostrar con obras y palabras que era un hombre veraz, transparente, honesto y servicial. Amaba más que mandaba, proponía proyectos, más que limitar los de otros. Hablaba casi siempre de futuro.

Lo que no soportaba este hombre manso era la mentira o el comportamiento oscuro. Este temor le llevó a sospechar incluso de la diplomacia vaticana. Invitado por el nuncio Dadaglio a renunciar a la archidiócesis primada de Toledo para llevarle a Madrid, quiso comprobar personalmente el origen de esta decisión en una audiencia privada con Pablo VI. Salió de la audiencia confortado, porque era el mismo Papa el que le pedía ese sacrificio.

Otro tanto podemos afirmar de su valentía. Demostró su entereza a los sepelios del almirante Carrero Blanco y del jefe de Estado. Se expuso a los insultos y descalificaciones. Se plantó con firmeza, ante los deseos de los ministros de Asuntos Exteriores, López Bravo y López Rodó, que presionaban al Vaticano para reproducir un Concordato que nos devolvía a la España Confesional.
Al sacerdote Juan María Laboa le correspondió analizar la figura de Tarancón como obispo. Y lo hizo desde el análisis objetivo, como el reputado historiador de la Iglesia que es, pero sin querer ocultar su admiración por aquella “figura desbarbada” que “llevó a la Iglesia española desde una orilla de la Historia a la otra”.

Laboa, que también constató “el marcado desinterés” existente por Tarancón, reivindicó de él su capacidad para “acompasar los pasos de la Iglesia española al pasar los pasos de la Iglesia española al Concilio Vaticano II, su interés por “la reconciliación entre los españoles”, su “cierto sentido colegial”, su “intento de una pastoral conjunta” con los religiosos y su “racionalidad” y transparencia en la economía diocesana”.

Creo que se puede afirmar que Tarancón ha sido uno de los pocos líderes religiosos que ha tenido este país, desde luego en el siglo XX. Ha habido y hay presidentes de la Conferencia Episcopal con más poder, pero hemos carecido de líderes que convencieran y dirigieran a los católicos españoles.

Fue el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco, el encargado de clausurar el acto con unas breves palabras que aprovechó para, además de agradecer al Instituto Superior de Pastoral la organización de mismo, señalar que Tarancón, en aquellos difíciles años de su ministerio, “acertó en lo más esencial de su misión: sintonizar con el tiempo y la voluntad de Dios. Y lo hizo en la relación de la Iglesia con la sociedad y con el Estado”.

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