Este fin de semana, el mundo recuerda el martirio de Monseñor Oscar Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado la tarde del 24 de marzo de 1980, cuando celebraba la Eucarística. Su muerte fue consecuencia de una vida consagrada a la defensa de las personas más empobrecidas y a la lucha no violenta por la justicia en El Salvador.
Hacía muchos años, aquel país de América Central era dominado por una dictadura militar, cruel y responsable de continua masacres de campesinos e indígenas. El número de muertos, víctimas de esas atrocidades sobrepasa a las 50 mil personas.
En 1978, Monseñor Romero fue nombrado Arzobispo y trasladado a San Salvador, para evitar que sacerdotes y la Iglesia se aliaran con los grupos guerrilleros o comunistas. Desde su llegada, él visita las parroquias más pobres y se acerca al pueblo. Queda impresionado con la miseria y el sufrimiento de la población, también con las familias que perdían miembros, al ser víctimas de las masacres. Cuando Rutilio Grande, uno de sus colaboradores más cercano, sacerdote que trabajaba con los jornaleros perseguidos, fue asesinado, el decidió comprometerse más profundamente en la lucha por la justicia, en la denuncia de la barbarie y en la defensa de las personas amenazadas.
En pocos meses, el mismo comenzó a recibir amenazas de muerte. Confiesa en su diario que tenía miedo de morir, pero que no podía garantizar su seguridad individual, al costo de dejar a muchas otras personas sufrir riesgo. En los medios de la jerarquía eclesiástica, él no tuvo la comprensión y la solidaridad de sus compañeros obispos. Se sintió profundamente solo y presionado por las autoridades políticas, también por las religiosas. Como sucedió con Jesús de Nazaret al vivir su Pascua en Jerusalén.
En Siglo II, el obispo Irineo de Lyon decía: «La gloria de Dios es la vida humana??. Lo más grande para Dios no el culto o las prácticas religiosas, sino la justicia y la defensa de la vida de todas las personas y aún de los otros seres vivos. Romero descubrió esto en su propia piel. Tradujo el pensamiento de Irineo, afirmando «La Gloria de Dios es la liberación de la persona empobrecida??. Y coherente con esta convicción, él luchó y entregó su vida.
Los últimos meses de su vida fueron presentados con bastante fidelidad por una película llamada Romero, hecha en los Estados Unidos, en 1998. Dirigida por John Duigan y protagonizada por el gran actor puertorriqueño Raúl Julia. El filme es honesto, sobrio y fiel a realidad histórica, manteniendo al mismo tiempo suficiente objetividad.
Actualmente, a más de 30 años del martirio de Monseñor Romero, El Salvador está libre de la guerra civil y tiene un gobierno democrático progresista. Mientras tanto, cada año, muchas comunidades y grupos recuerdan la memoria de Romero como un Obispo profundamente tocado por el Evangelio, que supo ser pastor y unir la fe con la defensa de la vida y la justicia. Queremos hoy, vivir la herencia profética que él no dejó y proseguir el camino de amor solidario que él nos enseñó con su propia vida y su martirio.
[Traducción: ricazuga51@yahoo.com].