Buscaron la sombra que en los medios provoca el descanso vacacional de Semana Santa el tiempo idóneo para dar el cerrojazo a una modesta parroquia del extrarradio de Madrid. Pero, pese a 2000 años de experiencia, se olvidaron que Jesús de Nazaret, muerto y resucitado en esas mismas fechas, se ve representado mucho mejor por la comunidad de un templo perseguido por los poderosos, que por procesiones patrocinadas por el patronato de turismo. O por oficios vacíos de contenido, celebrados en templos donde hace mucho que el Evangelio se proclama con tibieza.
Fue en la víspera de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Salvador cuando periódicos, radios y televisiones encontraron en el intento de cierre de esta modesta parroquia una metáfora perfecta para ilustrar las enormes contradicciones que hoy vive nuestra querida Iglesia.
Mientras, Rouco y sus obispos, guardianes de la ortodoxia, condenaban a los tres párrocos de Entrevías por celebrar la eucaristía en vaqueros y por transustanciar el cuerpo de Cristo en rosquillas hechas al amor de la cocina de las Madres contra la droga, miles de fieles en toda España, y muchos otros que lo fueron y ya no lo son, viendo las razones esgrimidas por los prelados recordaban como Jesús se enfrentó a los escribas, celebró con prostitutas y publicanos, partió el pan y compartió en copa de barro el vino, y no dudó en expulsar de malas maneras a los mercaderes del templo.