ENTREVISTA AL CARDENAL PAUL POUPARD, ‘MINISTRO’ VATICANO DE DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

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La Vanguardia

El cardenal francés Paul Poupard, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, y del Pontificio Consejo para la Cultura, acompañará mañana al Papa en su delicado peregrinaje a Turquía. Experto en el sutil arte de tratar con la diferencia, el cardenal reflexiona sobre las dificultades de este viaje papal, en su residencia del palacio de San Calixto, posesión extraterritorial vaticana en el barrio romano del Trastévere.

– A veces se da cierta confusión entre diálogo interreligioso y relaciones diplomáticas con estados de confesión religiosa oficial.
– Hay que distinguir bien, como se vio en septiembre en la audiencia del Papa en Castelgandolfo a embajadores y representantes de comunidades islámicas. De los embajadores se ocupó la Secretaría de Estado, mientras que el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso trató con los líderes de las comunidades musulmanas de Italia. El diálogo interreligioso es una cosa, y la diplomacia es otra. Pero es cierto que hay un entrelazamiento de esos dos componentes, pues también se entrelazan en la vida. Lo decía Jacques Maritain, el gran filósofo que enseñaba en el Instituto Católico de París, del que yo fui luego rector: «distinguir para unir».

– A la Iglesia católica le debe de resultar difícil dialogar con una religión como el islam, donde no hay una única autoridad religiosa.
– Cada diálogo tiene sus dificultades. Seamos realistas, sabemos bien que cada cual tiene sus propias convicciones. El diálogo interreligioso busca adquirir un conocimiento recíproco para suscitar un mutuo respeto, y para ello se necesita un interlocutor. En el diálogo ecuménico, es decir, con las otras confesiones cristianas, la Santa Sede se dirige a los líderes del clero. En el mundo musulmán eso no existe; hay varios interlocutores. Por eso, el Santo Padre apoya el diálogo interreligioso entre las iglesias locales y las comunidades musulmanas de ese territorio. Esto es importante, porque se trata de realidades dispares; no es lo mismo el islam de Sudán, que el de Túnez o el de Bangladesh. Ese diálogo en la base actúa como catalizador, o como motor, del diálogo interreligioso general.

– ¿En qué medida influye la escasa distinción que el mundo islámico suele establecer entre autoridad civil y autoridad religiosa?

– Cuando preparaba el Diccionario de las religiones,editado por Herder, me percaté de la importancia de laumma,término coránico que designa la comunidad de los creyentes dentro de su unidad religiosa. Se trata de una unión muy fuerte entre la dimensión religiosa de la vida, y la totalidad de la vida cotidiana. Los cristianos tenemos el pasaje del Evangelio en que Jesucristo dice que hay que dar a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César. Eso proporciona una distinción profunda entre realidad temporal y realidad espiritual, y ha llevado también al fenómeno reciente de la secularización. Pero volviendo al diálogo interreligioso, el islam presenta a la Iglesia católica interlocutores diversos. Hace poco conversé con representantes de la Universidad Al Azhar de El Cairo; y con el intelectual argelino Mustafa Cherif, que ha sido recibido por el Papa. He tenido un encuentro en Asís con jóvenes católicos, luteranos, ortodoxos, judíos, musulmanes, budistas y sintoístas. El diálogo interreligioso nunca es a 360 grados, sino bilateral o multilateral. Todos – judíos, cristianos y musulmanes- somos la posteridad de Abraham, padre común de la fe. Y acabo de regresar de un viaje a la India, donde he podido hablar con hinduistas y musulmanes.

– Respecto al viaje del Papa a Turquía, parece que la tensión surgida tras el discurso de Ratisbona no se ha diluido del todo.

– El viaje de Benedicto XVI a Turquía, en el que tendré el privilegio de acompañarle, tiene tres dimensiones. En primer lugar, la ecuménica. Ahí está el encuentro con el patriarca ortodoxo Bartolomé I, con quien he hablado varias veces, y que tuvo la gentileza de regalarme un icono de san Pablo, sabiendo que me llamo Paul. Luego está la esfera interreligiosa, encarnada en la entrevista con el presidente de Asuntos Religiosos, Ali Bardakoglu. Y está la vivencia católica, que se verá en la misa en Estambul. Cuando el ministro de Exteriores turco, Abdullah Gül, visitó Roma el 8 de noviembre, me aseguró que cree este viaje muy importante, y estoy seguro de que lo piensa sinceramente. Occidente olvida que para los musulmanes la hospitalidad es sagrada. Tras la tempestad instrumentalizada después de Ratisbona, hay calma. Las cosas inusuales llaman la atención mediática y opacan las realidades fundamentales, pero son estas las que cuentan.

– ¿Tiene la Santa Sede algún temor físico por el Papa y su séquito, o la preocupación de que se produzca alguna acción violenta?

– Cuando era el joven rector del Instituto Católico de París, el 1 de junio de 1980 tuve el honor de recibir a un joven Papa, Juan Pablo II, y el Gobierno francés garantizó la seguridad. Entonces no podíamos ni imaginar lo que ocurriría en Roma al año siguiente, el 13 de mayo de 1981 en plena plaza de San Pedro, el atentado terrorista contra el Papa. Los seres humanos tendemos a imaginar o no imaginar algunas cosas, y luego la realidad resulta muchas veces bien distinta. Como cualquier Gobierno, el de Turquía vigilará la seguridad en la visita de un jefe de Estado. Dejamos una parte en manos de Dios, y para la otra parte confiamos en la proverbial hospitalidad de los musulmanes. Para ellos, la hospitalidad es sagrada, como he podido constatar en varios viajes a Turquía en los últimos treinta años, el primero como rector del instituto parisino, y el último como ministro de Cultura de la Santa Sede, invitado por el ministro turco homólogo para inaugurar en Estambul una calle dedicada a Angelo Roncalli, y recordar con gratitud la estancia en Turquía del futuro Papa Juan XXIII como representante de la Santa Sede.

Paul Poupard preside dos Pontificios Consejos de la Santa Sede, lo cual le convierte en un ministro con dos carteras: Cultura y Diálogo Interreligioso. Del de Cultura se ocupa desde la creación de este dicasterio en 1982. Poupard (Anjou, 1930) ha acumulado así gran experiencia en el trato con culturas y religiones, un bagaje fundamental para la Iglesia católica. Ordenado sacerdote en 1954, estuvo en la Secretaría de Estado con Juan XXIII y Pablo VI, y participó en el examen del caso Galileo Galilei por encargo de Juan Pablo II. Es autor de diversos libros.

La Vanguardia, 27-11-06