Benedicto XVI llega mañana a Ankara, en una visita que encierra múltiples capas de significado, pero la primera está muy clara: este quinto viaje del Papa (tras Alemania, Polonia, España y de nuevo su tierra natal), es muy delicado porque en Turquía todos recuerdan dos cosas que ha dicho y no han gustado nada.
La primera, antes de ser Papa, en septiembre de 2004: el entonces cardenal Ratzinger opinó en una entrevista a ‘Le Figaro’ que el ingreso de Turquía en la UE sería «antihistórico», porque este país «no tiene raíces europeas» y que lo mejor sería que se limitara a ser un «puente» con el mundo árabe. La segunda, hace poco, el pasado 9 de septiembre, en el ya famoso discurso en la Universidad de Ratisbona, casi incomprensible para los legos pero que contenía esta cita de un emperador medieval: «Muéstrame aquello que Mahoma ha traído y sólo encontrarás cosas malvadas e inhumanas, como su orden de difundir la fe por medio de la espada». La bronca que se armó en el mundo islámico, al menos entre líderes políticos y religiosos, bastante menos en la calle, es de todos conocida.
Han sido dos golpes, uno en lo político y otro en lo religioso, que han herido tanto al Estado laico forjado por Mustafa Kemal Ataturk en 1923 como a su alma musulmana, en un momento en que esta particular simbiosis está sometida a grandes tensiones. De forma paradójica, Turquía negocia su visto bueno como democracia ante Bruselas, la culminación de la excepcional secularización impuesta por Ataturk, en el momento en que vive un mayor auge del islamismo radical. El propio partido del primer ministro, Tayyip Erdogan, tiene esa inspiración. Y, ante el rechazo, además crece el nacionalismo. Sin embargo, los tratos con la UE están muy atascados y la semana que viene vence el ultimátum para que el Chipre turco abra sus aduanas a la parte griega de la isla. No es un secreto que muchos en la UE desconfían de Turquía, un miedo alentado por los efectos en la opinión pública del 11-S y los grandes atentados en Madrid y Londres.
Benedicto XVI envió ayer, tras el rezo del Angelus, «un saludo cordial al querido pueblo turco» y a sus representantes, al tiempo que expresó «sentimientos de estima y de sincera amistad». Los ánimos se han calmado, pero las autoridades turcas han llegado a sugerir al pontífice que lleve un chaleco antibalas. «El Papa ignorante no debe venir», dicen los carteles y pancartas pegados en las calles de Ankara y Estambul por los radicales. Uno de los libros más vendidos sigue siendo ‘Atentado al Papa. Quién matará a Benedicto XVI en Estambul’, una novela que fantasea con un ataque al pontífice. Las medidas de seguridad serán enormes, con 16.000 policías desplegados y una fuerza especial de 25 hombres que rodeará al pontífice en todo momento. Aunque Turquía y el Vaticano prometen que no pasará nada, lo cierto es que no hay tranquilidad. En estos dos meses se han sucedido el asesinato de un cura italiano en Trebisonda, los disparos ante el consulado italiano en Estambul y, el pasado jueves, la ocupación por integristas de la antigua basílica de Santa Sofia, primero cristiana, luego mezquita y hoy lugar de visita.
Una minoría cristiana
En este avispero cae mañana el Papa como paradigma andante de alguien que ha contribuido tanto a alejar a Turquía de Europa como a enfurecer los sectores más radicales del islam. Cómo gestionará estos dos focos de tensión es la gran clave del viaje. El Papa lamentó las reacciones del mundo musulmán tras su discurso hasta cinco veces, aunque no pidió disculpas y sus explicaciones fueron más o menos aceptadas. En cuanto a la UE, Benedicto XVI se ha cuidado mucho de no volver a tocar el tema, pero el ‘ministro de Asuntos Exteriores’ vaticano, monseñor Dominique Mamberti dice lo siguiente en una entrevista que publicó ayer el diario de los obispos italianos: «No consta que la Santa Sede haya expresado una posición oficial al respecto». Y a continuación añade que la única pretensión del Vaticano es que Turquía cumpla la exigencia de respeto a la libertad religiosa.
Precisamente la semana pasada comenzaba en Ankara un proceso contra dos cristianos acusados de difamar el islam y la nación turca, según el polémico artículo del Código Penal que sirvió para juzgar al premio Nobel Orhan Pamuk, cuya derogación exige la UE. Apenas hay 30.000 católicos en Turquía y, en total, los cristianos, incluidos los ortodoxos, son 120.000, un 0,2% de la población. Esta comunidad espera del Papa una defensa de las minorías y de la libertad de culto.
Porque, curiosamente, antes de todo este lío, la clave del viaje no era política, sino exclusivamente religiosa. Lo sigue siendo, pero ha quedado eclipsada, aunque para el Papa sea la prioridad: Benedicto XVI va a Estambul a encontrar el mundo ortodoxo, en busca de la unidad cristiana. Fue una de sus metas declaradas en su primer discurso al ser elegido y era su objetivo, hace un año, en el que iba a ser su segundo viaje, pero la frialdad del Gobierno turco por sus declaraciones sobre la UE aplazó la visita a 2006. Y ahora es el peor momento posible.