La noticia ha llegado a primera hora de la tarde: Antonio Andrés, del Barrio del Cristo ha muerto, como consecuencia de una caída hace unos días. Alguna semana antes le precedió Fina Alberola, otra fundadora de la comunidad. ¡Cuántos, en España sobre todo, han enriquecido su vida cristiana con las palabras y sobre todo el ejemplo de autenticidad de Antonio y la comunidad!
Pero pocos conocerán este artículo escrito en Iglesia Viva por ellos, a los tres años de iniciar la experiencia que ha proseguido en la misma línea más de 40 años.
No tenemos nada mejor para este gran duelo que hacer memoria de todo lo vivido, a través de este texto de 1971. A continuación, recordando esta vida, cada uno puede aportar más recuerdos y sentimientos. Y que sea para todos resurrección esta consumación de una vida que no muere.
http://www.atrio.org/?p=1717
La generación de cristianos comprometidos en la reforma de la Iglesia tras el Vaticano II y en resistirse a la dictadura franquista –lo mismo que la de obispos, sacerdotes y seglares de las comunidades de base y la resistencia a las dictaduras en Latinomérica–, se está yendo poco a poco al Padre por ley de vida. Pero su recuerdo debe permanecer vivo.
Uno de los motivos fundacionales más profundos de ATRIO ha sido recoger sus palabras de hoy y “pasar el testigo” a las nuevas generaciones del XXI. Ayer enterramos a un referente importantísimo de Valencia, Antonio Andrés. El nuevo arzobispo Carlos Osoro compartió duelo y esperanzaa con la iglesia de base.
El mismo día que Antonio, murió Wirberto Delso, del que hacemos hoy memoria.
Cuando Wirberto llegó a Fabara había terminado el Concilio y no había comenzado la transición a la democracia en España. Cuando llegó a mi pueblo, cuando lo conocí, y comenzamos a compartir deseos, ideas, actitudes y palabras, eran otros tiempos. Era primavera. Aún no había terminado mayo del 68 – fue el día 30 de este mes- cuando lo nombraron cura regente de Fabara. Soplaban vientos favorables para la esperanza.
Éramos jóvenes, él más que yo. Y a los dos nos parecía que el régimen estaba acabado y que la Iglesia podía comenzar. Pensábamos entonces que había envejecido antes de tiempo, desde Constantino, pero creímos unos años, aquellos años de la “operación Moisés” [consistió en una campaña de recogida de firmas de sacerdotes, en todo el estado español, en un documento que hacia una denuncia a los obispos, por una parte, de intolerantes y por otra, de colaboradores de un régimen antidemocrático],
http://www.atrio.org/?p=1720
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GRACIAS POR LO ENTREGADO…
El les dará de lo mío…Jesús de Nazareth
Montevideo, 24 de abril de 2009 – Gabriel Sánchez
Siempre que hemos hablado de la tradición de la Iglesia, no hablamos de normas, ni siquiera de una cultura concreta…hablamos de lo entregado, entregado por Jesús de Nazareth, con su vida, con sus obras, con su muerte y su resurrección, que tuvo tal fuerza que trascendiendo el tiempo y el espacio ha llegado a nosotros, como aquello que nos fue entregado por Él y que para muchos de nosotros tendrá el calor tibio de una caricia que entrega toda la ternura de Dios…destapándonos todos los conductos del corazón-alma- Espíritu, interioridad o como quieran llamarles…
Pero esa ternura que nos es entregada y que estamos llamados a custodiar, no para guardárnosla, sino para entregarla a los otros…no se entrega enseñando, sino se entrega viviendo… no existe otra forma de entregar lo que Jesús nos dio que con nuestra vida…Es por esto que cada generación pone como una marca un sello, algo indecible, pero perfectamente identificable que es único y parte de esa generación, que se incorpora al deposito común de lo entregado…
Hace poco recordamos en una misa la pascua del entrañable Carlos Parteli…además de una gran persona, de un entrañable compañero de lucha y de un Maestro inigualable, fue el Arzobispo del postconcilio, el fue de aquellos que habiendo participado en el concilio, lo hicieron carne y sangre entre su gente… Como no recordar ahora a su vicario…el entrañable Padre Haroldo Ponce, un maestro hermano…como olvidar a Padre Cacho, o al Padre Paco…cada lugar tuvo esa entrañable gente que concreto en situaciones muchas veces difícil la querible Iglesia del Postconcilio… Montevideo tuvo esa gente cuyos nombres, a la hora de recordar lo entregado…se nos salta más del corazón que de la boca…
Al leer ÄTRIO…Con motivo de la Muerte de Antonio Andrés, de Fina Alberola y de Wirberto Delso nombres que en España, tienen tanto ver con el postconcilio, con la resistencia a Franco y con las comunidades… me vino a la mente aquello de lo entregado…y visualice espontáneamente esta Iglesia de Frontera…esta Iglesia que con las manos embarradas en la lucha cotidiana de nuestra gente, se hace testimonio sencillo, callado y cotidiano y es capaz…de refundar desde lo más misionero y fronterizo, esta nueva forma de vivir, ser discípulo de Jesús de Nazareth y de trasmitir lo entregado, lo entregado por hermanos, que sencillamente nos lo entregaron que se llamaron Carlos, Antonio, Haroldo, Fina, Paco, Wirberto…Isidro…y muchos que están vivos…que nos dieron esta Iglesia…que se va construyendo desde los hombres, que es capaz de integrar en ella a los pobres, los ladrones, los homosexuales, los perseguidos…los curas casados y los que tienen sida…los diáconos locos y hasta un carpintero contestatario y radical llamada Jesús…y a cualquiera que sea capaz de compartir con nosotros… aquello que nos fue entregado…
De ella aprendimos a resistir a la mentira y a la oscuridad, a ser el dolor de cabeza del poder y de los poderoso y a descubrir que nos podemos organizar como pueblo de Dios y el Espíritu no nos abandonara, porque el también anda por la frontera…
A ellos los que no están y los que todavía están…gracias…por lo entregado…esperamos poder ponerle el aporte de esta nuestra generación encarnada en este constante hacer historia, en medio esta crisis civilizatoria, que hoy por hoy es la más grande de la historia… y entregarlo, como ellos calladamente desde la vida entregada cotidianamente…en cada gesto de amor…que en ellos vimos y con ellos aprendimos que nunca se pierde…por todos y cada uno, los recoge el Resucitado y son el material que construye el Reino…
De niño vivió la guerra. Luego entró en el seminario de los jesuitas, pero debido a sus inquietudes le recomendaron que lo dejara, escudándose en sus problemas de salud. Tuvo que buscar otro seminario, se ordenó y formó una comunidad cristiana en el Barrio del Cristo, desde la que contribuyó a la formación de varios seminaristas mientras trabajaba pintando cuadros comerciales, a destajo, en un taller.
Ha publicado varios libros, entre los que destacan Escuchar a Dios, entender a los hombres y acercarse a los pobres y La Comunidad Cristiana, ¿otra alternativa?, además de varios cuadernos de cursos de teología, editados para estudiantes.
Acento muy valenciano.
Sí, soy de familia valenciana. Mi padre era de Lo Rat Penat, muy amigo de Bayarri, de González Martí y de una peña de valencianistas; pero yo no me eduqué en valenciano.
Nací en 1932, de familia de clase media baja. Mi padre era profesor de canto. Era artista, de pajarita –cuando ya no se llevaba–, un hombre muy romántico, muy idealista, pero muy de derechas. Y mi madre, pues también.
A mi casa, que estaba enfrente mismo de la Catedral, venía mucha gente a ver El Traslado, aunque había amenaza de tirarla, porque era bastante enclenque. Curiosamente, el ambiente de mi casa era muy liberal. Recuerdo, en el año 36, a mi madre poniéndonos a los hermanos –éramos cuatro, yo el pequeño, y tendría cuatro años– bajo un calendario de la Virgen de los Desamparados, mientras en la calle estaba ardiendo la imagen la Virgen, a la que habían pegado fuego.
El ambiente de mi casa era abierto, por ser mi padre profesor de canto y, ya en tiempo de guerra, venían a estudiar hijas de comisarios de la CNT, o del Partido Comunista, y hacían tertulia, y eso creaba un clima liberal. Yo era un niño inquieto y curioso, y mi madre aguantaba el tipo. Era una mujer de espíritu abierto.
Erais muy religiosos.
Sí, muy católicos, pero viniendo gente tan variada, a una casita pequeña, se creaba un clima muy abierto, que luego se prolongó cuando vino la dictadura; cambiando los personajes, ¿no?
Como te decía, vivíamos enfrente mismo de la puerta barroca de la Catedral y por ahí pasaba el tranvía. Pasaban dos tranvías y, en la guerra, vi una muerte allí, porque había un cruce y estaba el bandereta, para que pasara uno u otro. Tiraban bombas y había tocado la sirena, y el hombre no se quiso meter en mi casa, que era la más cercana, porque era endeble, se quiso ir a otra más sólida, y allí le pilló.
¿Dónde estudiaste?
Una vez terminó la guerra, entré en las Congregaciones Marianas y luego estudié el bachiller con beca, porque mi padre daba también clases a frailes que querían no quedarse afónicos y aprendían a impostar la voz, y me metieron en los dominicos. Allí hice bachiller, sin pagar, porque mi padre ganaba muy poco y a mucha gente no le cobraba. Todo esto trajo como consecuencia que yo fuera un chico religioso, inducido, pero que me lo creí; un chico que se criaba en un ambiente casero, con padres muy católicos pero con mucha variedad de influencias.
A los dieciséis años cogí una tuberculosis bastante grave que me tuvo nueve años enfermo, aunque en ese tiempo hice Bellas Artes. Terminé y a los veinticuatro me dieron el alta como tuberculoso, indebidamente, y como mi hermano se había metido jesuita, sin pensarlo mucho –ahora creo que sin pensarlo mucho–, me metí jesuita.
Duré diez meses en la Compañía, en Tortosa. Recaí en mi tuberculosis, me tuvieron que operar, me quitaron siete costillas, y fue insuficiente, porque el pulmón mantenía abierta la caverna. Entonces me tuvieron que quitar el lóbulo superior del pulmón izquierdo. Y esa fue la mejor manera de decirme que no valía, por la enfermedad. Pero yo me había enterado de que no valía porque había despertado angustias existenciales…
Yo era lector bastante compulsivo y había leído mucho, para aquel tiempo, con 24 años. Me había impresionado el Diario de un cura rural de Bernanos, leía a Graham Green, a todos los escritores católicos de la época, Mauriac, etc., y al mismo tiempo, era un cinéfilo, me gustaba mucho el cine. Tenía cierto espíritu intuitivo y no consiguieron hacerme beato. Había en mí algo que, aunque hicieran todo lo posible y hasta yo colaborase, se rebelaba. Todo eso hacía que no encajara en un noviciado de aquel estilo. Entonces, pues se me quitaron de encima. Y yo muy a gusto, porque no tenía sentido de la obediencia, del reglamento…
Pero seguías empeñado en ser cura.
Pues, sí. Ahora, desde mi actual manera de estar en la vida, no acabo de entenderlo. Había mucha represión, ¿no?, pero estaba en el ambiente el ser bueno, el ser una persona que hiciera algo por los demás, y eso pasaba, en cierta manera, por hacerte fraile o, en el peor de los casos, cura.
Me costó buscar en varios seminarios, porque había un reglamento tácito –no sé si expreso, por el cual, el que había pasado por una orden religiosa, sin permiso especial no podía bajar de categoría, porque se consideraba como un desertor, como uno que se metía de cura un poco por lo más fácil, en lugar de hacer voto de obediencia y todo eso. Tonterías. Entonces me embarqué en el seminario peor que podía meterme, en Orihuela, porque allí había un obispo, el más joven de España, metido a dedo por Franco porque durante la guerra había sido uno de los que en su pueblo, Jérica, había sido falangista. Este hombre, como vio que yo venía recomendado por su confesor, que era padre prepósito de los jesuitas que quería descargar su conciencia porque me habían echado del noviciado, intervino y se me aceptó muy bien. Yo tenía 26 años.
En ese seminario se pasaba necesidad –estoy hablándote de finales de los 50, principios de los 60–. Entonces vino el Concilio Vaticano II y fui como delegado del seminario, a conocer un poco aquello, y estuve unos días en Roma cuando vivía Juan XXIII. Yo ya había tenido relaciones con gente de izquierda, había figurado –de un modo discreto en el grupo del Partit Socialista Valencià, con Joan Fuster, Viçent Ventura, con el padre Espasa, que era un institución –era canónigo–. Cuando el famoso Contubernio de Munich, Ventura estuvo refugiado en la casa de Espasa, en Denia.
Yo era lector de El Ciervo, que entonces se consideraba una revista izquierdosa. Era un tipo un poco rarito. En fin, igual me estoy alargando demasiado. Para quien le interese, hay un libro de otro de los que has entrevistado, Ramiro Reig, que se llama Feixistes, rojos i capellans, que recoge muy bien todo esto.
¿Qué tal el seminario?
Cuando entré, empeñado a pesar de todas las dificultades, me encuentro con un obispo que es un caso especial, casi rayando lo patológico, con el que al final tuve problemas serios. Pero en el seminario, yo era el amo. Me tomaron por un tipo inteligente, culto, introduje lecturas de teólogos de relieve en aquel momento, franceses, alemanes, como Schmaus, Rhaner,… Y así estábamos, pasando necesidad física, porque la comida era mala, porque eran años difíciles.
Me ordené en el año 65 y me mandaron a las Mil Viviendas, un barrio que se titulaba Ciudad Francisco Franco, en Alicante. Allí pasé dos años –el segundo castigado- como convictor, en una casa sacerdotal para curas viejos, también habilitada para los convictores, para los que habían sido ordenados y necesitaban un tiempo, según el obispo, para adaptarse.
Íbamos a una parroquia, pero a la vez estábamos internos en una casa de curas para recibir enseñanza didáctica de cara a la pastoral. Ahí pasé dos años difíciles, los más difíciles seguramente de mi vida. Porque, en las Mil Viviendas, me pusieron como párroco a uno que era el consiliario de la OJE , que era falangista. El hombre me apreciaba, pero mis homilías resultaban para él escandalosas. A la parroquia acudía gente izquierdosa y empecé a entrar en contacto con la HOAC.
El obispo y el párroco prohibieron que se hicieran reuniones de la HOAC, y entonces me iba a un sitio clandestino y las hacía; y me seguían, según me llegó a contar uno que se hizo amigo mío, que era el deán de la Catedral, Bartolomé Albert, que ha muerto ahora. «Tienes un dossier así; dónde vas, con quién te ves…», me dijo.
Los convictores, que éramos siete, hicimos una carta adhiriéndonos al grupo aquel de curas catalanes que se manifestaron en procesión hasta el Gobierno Civil; aquellos a los que Emilio Romero llamó los bonzos incordiantes, que por cierto, les «soplaron» bastante. Nos adherimos y aquello trajo consecuencias. A mí, por inductor, me hicieron repetir curso como convictor, como que no valía aún para cura –estando ya ordenados se les quería dar un tiempo para ponerlos en órbita, en la dirección correcta–.
Repetí, se me hizo la vida imposible y, al final, encontré un cura que vivía aquí, en este barrio, Salvador Aguilar, que me llamó como ayudante, en parte, para sacarme de aquel «infierno». Me dieron otros dos años de prueba, y si no valía me devolvían.
Y llegaste al Barrio del Cristo.
Efectivamente. Aquí se inició mi sueño de formar una comunidad cristiana, un grupo de gente que se reúne para vivir en una comunión de bienes, para estar cerca de los pobres, del mundo obrero –que se identificaba entonces con los pobres–, ganándote la vida con tu trabajo y renunciando a la paga estatal. Eso lo inició un cura catalán, Dalmau –que ya nadie se acordará de él–, lo que se llamó Operación Moisés, como un acto, digamos, de independencia, de separación respecto a un estado fascista.
El contacto con la HOAC, que entonces tenía bastante garra, y con la gente del Barrio, me facilitó el que me pusiera a trabajar. Como había hecho la carrera de Bellas Artes, me puse a pintar como medio de ganarme la vida. En esta zona, Aldaya–Manises, hay mucha artesanía, y estuve varios años pintando abanicos. Trabajaba sólo por la mañana, pero el chollo se acabó porque pasó el tiempo de los abanicos, y me puse a pintar cerámica en Manises, también unos años. Al final acabé pintando cuadros en un taller de Mislata, que es lo que he estado haciendo incluso después de mi jubilación.
¿Qué tipo de cuadros?
Eran, digamos, industriales, cuadros comerciales a partir de clichés: laguito, montaña, caserío… Mal pagado. Sólo el muy hábil –en el taller habían algunos muy hábiles, que se pintaban seis o siete en un día– sacaba bien el jornal. Pero yo no, nunca fui hábil, porque nunca cogí el aire de pintor comercial; me costaba mucho y encima no les gustaba porque no tenía esa maña, de modo que parecieran como hechos todos igual. Y así he durado, pues casi cuarenta años.
¿Con seguridad social?
No. Sin seguro. Mis compañeros se hicieron autónomos y yo, como vivía en comunidad y todos éramos currantes…
¿Estás adscrito a alguna parroquia?
Nunca he tenido un cargo. Vine a Valencia, desde Alicante –donde era un convictor, es decir, un don nadie, un sacerdote con título pero que no ejerce– para ayudar al cura. Primero estuve como coadjutor, que es otra palabreja que en valenciano se dice vicari, pero en realidad ejercí poco, porque al año de estar con Salvador Aguilar ya tenía un grupo de gente con la que montamos una casa.
Bueno, aquello no era propiamente una casa, era un almacén, pequeño, bastante tenebroso, en medio de un naranjal. Nos lo dejaron –pagábamos un alquiler de mil pesetas–, nos permitieron hacer un pozo ciego y, poco a poco, convertimos aquello en una vivienda, con un espacio para hacer misa allí. Con problemas también, porque el arzobispado no nos quería dar permiso. Se hizo un grupo de teología y venían algunos jesuitas de la universidad de Comillas, con autorización para trabajar y estudiar con un tutor y presentarse a los exámenes.
Si te he de ser franco, mi historia como cura obrero tiene poca relevancia; lo que tiene de más valioso fue que fui fiel a la Operación Moisés, que supuso una ruptura con el stablishment, dejar de ser un funcionario.
Sueldo escaso, sin seguridad social, ¿cómo llevas la jubilación?
Yo era un hombre que hablaba mucho, porque me convertí en un profesor de teología, incluso metiendo economía –que no sabía–, intentando hacer una lectura un poco marxista –infraestructura, estructura y superestructura– y de Zubiri –naturaleza, historia, Dios–, con una base antropológica y con algo de lo que hoy llamamos ecología, más la política, etc. Todo eso fueron doce o catorce libritos que tuvieron cierto éxito, que corrieron y se reprodujeron ciclostilados –entonces no había fotocopias–. Uno de ellos, Antropoliogía y Cristología, el padre Llanos estaba empeñado en meterlo en una editorial.
Esto viene a propósito de la jubilación. Yo tenía la familia que puede tener un cura que vive en comunidad, mixta, con hombres y mujeres, que hacía una teología nueva, novedosa –aún no estaba extendida la Teología de la Liberación–, pero muy pasada por el barrio, por un lenguaje, por una experiencia.
Me llamaban de aquí y de allá, me llamaban las Comunidades de Base, recorría España, alguna vez estuve en Alemania y en Francia, con emigrantes y tal… Total, que daba cursillos. Pero cogí un cáncer de faringe, a los 57 años, y me quedé sin una cuerda vocal. Fue entonces cuando Eutiquio, que es más mirador de la cuestión económica, me dijo, «oye, aunque te has estado ganado la vida –y aún me la seguía ganando– con la pintura, has de tener algo para la seguridad social y para al vejez». Y entonces hice la primera trampilla, que fue aceptar la seguridad social de los curas –que entonces ya tenían, aunque yo no cobrara como tal– y pedir una invalidez por aquello.
Primero mi jubilación fueron 32.000 pesetas y ahora ya son 63.000; vamos 400 euros, no llega. Pero si alguna vez tengo un encargo, pinto, y si alguna vez me llaman para ir a dar un cursillo, una charla, voy. Y he escrito un libro o dos también. Decía mi madre, «si fueras mujer, no sabrías decir que no», porque no decía a nada que no. Me llaman poco, pero si me llaman, acudo.
Pero lo interesante de mi pequeña biografía –aparte de que he estado en el movimiento de curas obreros, en la Pastoral Obrera y tal, he dado muchos cursillos y me he ganado la vida, sin sudar demasiado– es que he contribuido a hacer posible que siete individuos, sin pasar por el seminario, estén ordenados y sean curas; un poco en función de generar un tipo de cura nuevo, que empezara, no de cura, sino por el trabajo. Había que trabajar y luego estudiar por la tarde. Era duro. Estuvieron viviendo conmigo, o en otra casa o en otro barrio, y me junté con varios, algunos de ellos, jesuitas, como ya he dicho, como Alberto Guerrero y otro que lo dejó.
El Piti también estaba y otro, que prefiero no nombrar, porque ahora es un alto cargo ejecutivo en la empresa privada. A todos los tuve de alumnos. Yo tenía esa vidilla, pero eso tampoco es tremendo.
Si no estás en una parroquia, ¿cómo vives la vida sacramental?
Aquí en la comunidad fui descanonizándome poco a poco, hasta llegar a un nivel muy escueto, muy depurado y muy radical. Poca cosa pero, a la vez, mucho; como en un cuadro, los trazos más esenciales…
Mis estudios teológicos también me llevaron a ciertas diferencias con la Teología de la Liberación, con la izquierda eclesial y no eclesial… Además de la raíz morfológica, he ido a la raíz sociológica, y mis múltiples lecturas y la realidad me han hecho reflexionar y ver cuanta mentira hay, también en la izquierda, y también entre los «salvadores». Soy muy estricto, también conmigo.
Tengo una misa, que me permite el párroco que hay ahora. Digo permite, porque lo ha expresado él así. Hago el domingo una misa, con un grupo de personas afines que aún quedan, que son pocas.
Aquí se generó una comunidad cristiana un poco fronteriza: mucha gente no iba nunca a la parroquia. Escribí un artículo, con motivo de mis veinticinco años de cura, que se titulaba En la frontera. Creía más en la posibilidad de conversión de los que estaban fuera que de los que estaban dentro, incluidos los de izquierdas. De hecho, nunca he creído demasiado en las posibilidades de la parroquia como lugar en el que fuera posible hacer comunidad cristiana.
Hace muchos años, uno que también fue cura obrero, un taxista de Moratalaz, leyó en Deusto una ponencia, La parroquia, comunidad imposible, mostrando la imposibilidad de algo que tiene una base como de «funcionariado». Y eso no se puede coartar o limitar, porque te enfrentas a media humanidad.
Y si haces una parroquia para un grupo, que son los selectos, eso no lo veo ni evangélico ni humano. Entonces he preferido no estar, porque si no vivía una esquizofrenia. Lo que hago es decir una misa a la semana, y luego, encuentros con gente, tener una eucaristía casera, reflexión, charlas de teología, de antropología, o de lo que sea.
Desde tu punto de vista antropológico, ¿cómo has teorizado, renunciado o vivenciado la sexualidad?
Yo era un chico casto y vivía durante muchos años reprimiéndome, es decir, viviendo la sexualidad con represión, sublimándola a mi manera y tal, hasta tener la sensación de que la había anulado, porque no me molestaba. Pero, curiosamente, el tiempo que estuve en Bellas Artes, pintando y dibujando desnudos, me liberó.
Porque yo era un morboso, por no haber satisfecho mi curiosidad: no había visto un cuerpo de mujer. He citado lo de Bellas Artes porque vivir con mujeres, ayuda mucho. A mí me ha resultado particularmente complementario verlas con naturalidad, entrar al cuarto de baño, ella que sale… Ahora, esto de darse en una relación de amor físico… Tengo la teoría de que en las comunidades es mucho mejor que no se produzcan relaciones íntimas, porque eso acaba emparejando y la comunidad cambia de signo.
Mi punto de vista sobre la sexualidad. A mi edad, creo que el sexo humano es misterioso. Hay una dimensión fisiológica que nos equipara a los animales. Cuando se banaliza o trivializa –que cada cual está en su derecho de hacer–, va en detrimento de la relación. El sexo debe de estar ligado al afecto, pero al que no pueda más y tenga que hacerlo como vía de escape, sea cura, monja o seglar, no lo cuestiono.
Creo que madurar humanamente es hacerlo de manera que todo esté integrado en algo que tenga una dimensión cercana a la vida. Así lo han entendido, para bien y para mal, las religiones, y creo que el hecho de que se mantenga cierta poesía me parece, no sólo válido, sino necesario.
Ideológicamente, ¿cómo te definirías?
Es difícil. Tengo una visión bastante pesimista de la condición humana. Soy un posilustrado. Pienso que hay en nosotros una contradicción fundamental, como cantaba esa mujer de los Setge Jutges, Guillermina Mota, per què estan tan abaix, sen coses tan altes?. Cuanto más viejo, siento más la tendencia a la comodidad; soy bastante insociable, puedo hablar con poca gente, tiendo a mi intimidad y me siento distante.
Sin embargo, siento la llamada al amor, al mundo, a escuchar. Como ya he dejado de creer en la voluntad para transformar nada –porque lo que te salen son granos y mala leche–, entonces me dejo ser como soy. Lo que intento es estar disponible y, si me llaman, pues ya sigo. Pero de mí no nace. Y no quiero disimular y aparentar que me nace, porque no quiero dar una falsa imagen.
En cuanto a ideología, yo sería un existencialista cristiano y un cristiano radical. Para ser existencialista, me basta con ser cristiano, un cristianismo que parte de la carne. No creo en un Dios invisible. Creo en un personaje histórico, Cristo, que perdura, que tiene sentido y me acerca a Dios.
Veo que fumas pese a que tuviste cáncer de laringe. ¿Cómo vas de salud?
Muy bien. Voy a hacer 72 años, tengo la cabeza bien, una artrosis porque por las operaciones [le quitaron siete costillas para operarle del pulmón] la columna se ha ido desviando y tengo una zona muy bloqueada. Tengo que tomar antiinflamatorios, porque si no por la noche el dolor me hace hasta gritar. Pero por lo demás, bien. Ya ves, fumo moderadamente y no me privo de nada.
Un deseo.
Me gustaría, antes de morir, vivir la experiencia en la que creo.
Es difícil.
Para Dios, no. Es difícil para mí. Todo ser humano tiene miedo a dejarse. El amor, aunque sea un amor muy carnal, empuja hacia el otro o la otra; pero puede ser momentáneo o incluso acabarse. Porque siempre regresamos. Nuestro ego, nuestro yo, es muy inseguro, pero es lo que queremos. Y la fe, a mí me invita a olvidarme. Soy incapaz de relajarme, porque no quiero dejarme, en manos de nada ni de nadie. Todo esto muy acentuado por temperamento, por carácter; no por trabajo, porque he intentado no ser así, pero como no me sale…
Creo que lo que da sentido a la vida es el amor. Es más, creo en Dios porque creo que Dios es amor, porque un dios que no fuera amor no sería digno de crédito. Ahora bien, como ser humano, amo a quien puedo, no a quien quiero, que es lo que yo entiendo por gracia, que es que la fuente del amor que me hace amable y amante. Pero yo no quiero esa gracia, porque eso supone perderme, morirme de algún modo, dejar de pertenecerme. Un lío.
Queda muy existencial. Un deseo más concreto.
No tengo deseos. Hay dos cosas que no quisiera que se interpusieran, y son dos cosas muy frívolas, aparentemente al menos.
Recuerdo una anécdota de Ellacuría , que ya ha muerto. En el funeral del obispo Monseñor Romero , estaba jugando el Atlétic de Bilbao un partido en el que se ventilaba si era campeón de Liga. Y en la sacristía –porque no había sitio para todos– estaba Jon Sobrino con un aparato de radio, siguiendo el partido. Y en un momento dado, le hizo a Ellacuría algo, un signo, como de victoria, porque había marcado el Atlétic. Y dicen que Ellacuría, en medio del drama…
Quiero decir con esto que, si me ponen una visita cuando quiero ver un partido de fútbol que me interesa, o una traba a una película que quiero ver, son dos cosas que todavía me cuesta renunciar a ellas. Lo hago, pero me cuesta.
Ayer el Valencia ganó 6 a 1. Supongo que eso ha facilitado la entrevista.
Eso también lo relativizo, pero ha sido un poco mi desaguadero, un poco mi frivolité. He visto la película Dog Ville y he escrito sobre ella, y le pongo lo mío a partir de lo que se ve en la pantalla. Me sirve mucho más, en este momento, que leer cuatro libros de teología de lo último. Me pasó con Bailando en la oscuridad, me pasó con Rompiendo las olas, me pasó con Dreyer, y me pasa ahora con Lars von Trier.
Debido a la vena que tengo de artista, necesito más la imagen que el verbo. Aunque también disfruto con una buena novela. Si tuviera acceso al mundo de lo transcendente por vía poética, por la vía de la sensibilidad, eso sería una cooperación al deseo. Algunas novelas de Grahan Green, de Bernanos, de Julian Green, me han hecho asomarme a abismos, asomarme a luces y, de algún modo, me han dado la razón sobre mi propia concepción, tan pesimista, pero a la vez tan esperanzadora.
http://xarxa.cristiana.googlepages.com/AntonioAndresentrevistadoporCorrales.doc
De la misa al tajo (Universidad de Valencia, 2008)
(Información recibida de la Red MUndial de Comunidades Eclesiales de Base)