Enviado a la página web de Redes Cristianas
Procuro, en mis opiniones, separar la simpatía, antipatía, o empatía, que las personas me producen, de los motivos para establecer un juicio justo de las personas públicas.. La señora Colau no me es simpática, ni antipática, ni me puede producir una empatía significativa, porque ni la conozco de cerca ni ha tratado con ella. Pero por eso mismo me parece que puedo ser más objetivo al juzgar su actuación pública, en un cargo institucional tan importante como ser la alcaldesa de la segunda ciudad mayor de España en número de habitantes y en importancia. ¿Y el por qué de mi enhorabuena?, pues por lo mismo que algunos medios la han criticado ferozmente: por haber suprimido de los festejos de la Virgen de la Merced, copatrona de Barcelona con Santa Eulalia, las celebraciones religiosas; católicas, claro, que son las únicas que se han venido celebrando durante siglos.
Alguien se preguntará: ¿Cómo es posible que un cura católica felicite a una alcaldesa, y, por ampliación, a todo un Ayuntamiento, por retirar de la agenda de sus fiestas las celebraciones religiosas? Pues la repuesta es muy sencilla, y ya la he expuesto en otros artículos con motivo de las fiestas de Madrid, por ejemplo: felicito al ayuntamiento de Barcelona porque ha hecho exactamente lo que manda la Constitución española, que, además, -y esto es muy importante para mí en mi condición de ministro sacramental de la Iglesia-, coincide por completo con las enseñanzas del Concilio Vaticano II, en el tema, justamente, peor recibido y acatado en España, tanto por la jerarquía católica, es decir, los obispos de la época, con alguna excepción, como por el Gobierno franquista. Esas reticencias en los años sesenta eran, de alguna manera, comprensibles. Pero ya no lo son tanto en el años 2016, treinta y ocho años (38) después de la promulgación de la Constitución española, y de instaurada la Democracia, en la forma de Monarquía Parlamentaria.
Pienso, además, de que antes que las autoridades políticas debería ser, o haber sido, la jerarquía católica, la que solicitara la eliminación de unas prácticas que tenían sentido en una época de Cristiandad, es decir, en la Edad Media, pero no después de la Revolución Francesa, de la Ilustración, del nacimiento de los Estados modernos, de la creación de la ONU, de la promulgación de los Derechos Humanos, y, sobre todo, de la realización del Concilio Vaticano II. Y el motivo de los pastores de la Iglesia para cortar esa mezcla folklórica de las manifestaciones cultuales de la fe cristiana con los eventos políticos, y los propios gobernantes en su condición de tales, no es otro que un profundo, necesario, y justo sentido pastoral. Yo lo he repetido hasta la saciedad, y tengo miedo de hartarme a mí mismo: no hay lugar previsto en la celebración de los sacramentos para un alcalde, o Gobernador, o Presidente del Gobierno, o un Ministro, o el mismo Rey. Otra cosa sería si la persona en cuestión se hiciera presente como creyente, es decir, como persona física, sin ninguna relación institucional con el cargo que ostenta. Sé que el comportamiento que indico y recomiendo llamaría un poco la atención, teniendo en cuenta la tradición española de mezclar brillantemente aspectos tan aparentemente alejados como folklore-religiosidad-instituciones políticas. Pero si las actitudes que parecen ser las que más respetan el «status quo» tanto de las manifestaciones de FE, -¡no religiosas!, que éstas sí-, de las Instituciones públicas gubernamentales, y bastante menos del folklore, se hubieran planteado, y puestas en práctica, poco a poco, desde el inicio de la Democracia, a estas alturas todo el pueblo estaría habituado, y no le llamarían la atención.
Por otro lado, a todos los creyentes nos gustaría mucho que las autoridades eclesiásticas tuvieran el mismo coraje que muestra el profeta Amós en la 1ª lectura de la misa de hoy, 26º Domingo del tiempo ordinario. Y dejaran de leer, para no equivocarse ni meter la pata, homilías complacientes con las autoridades políticas, y , ¡no faltaba más!, nada denunciantes, ni comprometedoras, ni mínimamente molestas. Da gusto oír cada domingo al evangelista Lucas recordándonos que la igualdad entre los cristianos, y la justicia social, es «conditio sine qua non» para que se note en el mundo la influencia del Cristianismo. Porque es en esto que debería ser reconocido, y no en el que las autoridades políticas asistan a las celebraciones sacramentales, cuando en muchos casos son éstas, con público y con mucho boato, las únicas a las que asisten. Así que !bien por la sinceridad y coherencia de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau!.