El Judaismo y el Islam son cosa de hombres, testosterona pura, virilidad siempre a punto.
El Catolicismo, más feminizado, es cosa de mujeres. Sólo sus funcionarios son varones, socialmente pseudoeunucos, en la intimidad caminan por la tensa cuerda del sexo de victoria en victoria y, muchas veces, de caída en caída.
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