EL PRIMER MANDAMIENTO PARA JUDÍOS Y CRISTIANOS.Franz Wieser(Perú)

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Los católicos deberíamos aplaudir la asistencia del presidente de la República no solamente al la misa del Tadeum en la catedral, sino también a la ceremonia religiosa en la Iglesia Alianza Cristian de los hermanos evangélicos. Como presidente se debe a todos los peruanos independientemente a su credo o ideología. Nos hace bien a los católicos ver y escuchar a los otros para no encerrarnos en la autosuficiencia. Dios es siempre más grande de la imagen que nos hacemos de ?l en el supuesto que nos es lícito hacernos una, que no sea el mismo ser humano, creado «a su imagen».

Así que «examinen todo, y aténganse a lo que (en conciencia) consideren lo más acertado» (San Pablo)

He escuchado con mucha atención el sermón del cardenal en la catedral de Lima, como también aquel del pastor evangélico. He observado las caras de los asistentes cómo reflejan un mensaje confortante y esperanzador, o un mensaje acusador y deprimente. Donde hubo más alegría, calor y gestos fraternales, o un ceremonial rutinario, formal y distanciado entre ministros de la Iglesia y de la Iglesia como pueblo de Dios. Que hubo una gran diferencia, nadie lo negará, quien lo ha visto por, aunque sea por TV Hasta diría: hubo dos extremos: por un lado frialdad, por el otro cierta euforia. Lo sano siempre se encuentra en el medio.

Las palabras del pastor evangélico eran por parte incisivos, y el tema: amor a Dios y al prójimo, acertado para el día. En lo que discrepo con el pastor, es – algo propio de los evangélicos – que interpretan la Sagrada Escritura fuera del contexto y el fondo religioso y cultural de la época. No se puede entender el primer mandamiento «Amarás a Dios tu Señor con todo tu corazón, con todo tu alma y con todo tu ser y al prójimo como a ti mismo», con dos mandamientos separados, como lo hizo. Amar a un ser que comprende todas las fibras de afecto de una persona, requiere un objeto visible, concebible, palpable. Un amor integral es a la vez erótico, filial, amical y reflexivo. Sin embargo, ninguna imagen de Dios que nos hacemos fuera de nuestra comprensión, que siempre parte por los sentidos, nos puede atraer.

Según el apóstol Juan ama a Dios, él que ama al prójimo. «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? … El que ama a Dios, es aquel que ama a su hermano» (1 Jn 4, 20-21). Y Pablo a los Romanos: «El que ama al prójimo, ha cumplido con la ley» (Rom 13,8). El mismo contexto en que Jesús habla del primer mandamiento, que hizo suyo, pone el acento sobre al amor al prójimo, lo que a su interlocutor más interesaba, ya que para un judío prójimo era solo aquel de su religión. Jesús se lo explica con una parábola, la del Samaritano maltrecho por asaltantes, al que hizo lo que los clérigos (un sacerdote y un levita) que pasaron: salvarle la vida por misericordia.

Esto no hace recordar otro pasaje del Evangelio, en que se habla del juicio final: Serán invitados a entrar a la vida plena aquellos que le han tratado a Jesús en cualquier persona que requería su ayuda (Mt 25,31-46) Lo sorprendente en este pasaje está en que vale para todos los pueblos, cristianos o no. «´Serán reunidos ante él, todas las naciones …» y escogidos con los mismos criterios: Lo que han hecho o dejado de hacer a uno de los más humildes de sus hermanos, a él se ha tratado, al creado a la imagen de Dios.

Todo esto señala que amar a Dios pasa por el amor al prójimo en cada situación concreta que se nos presenta. Puesto que el bien de cada persona vive bajo el bien común, el amor tiene igualmente una dimensión social y política. En este sentido el cristianismo sí influye en la política, no bajo otras leyes que no sea el amor, o bajo sanciones, sino por el espíritu del amor, de la libertad y de la verdad. El amor a la patria, es decir al pueblo al que uno pertenece puede incluso obligarnos a desenmascarar tradiciones, normas y autoridades religiosas que lejos de servir a la gente, se sirven de la gente, un riesgo que a Jesús le costó la vida.La cruz es una señal del amor, como Jesús ha amado. Es señal de que Dios no quiere otros sacrificios que no sea la misericordia (Mt 9, 13)