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CRISTIANISMO DE LIBERACIÓN (XII): LAS LECCIONES DE «ELLOS TENÍAN TODO EN COMÚN». Jung Mo Sung

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Jung Mo Sung2.jpgComplementando el artículo anterior (Cristianismo de liberación XI: los diez mandamientos y los pobres), quiero proponer aquí una breve reflexión sobre uno de los textos bíblicos (Hch 4, 32-35) que más inspiran a las personas que, en nombre de la fe cristiana, luchan por una sociedad más justa y solidaria:
«La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían ellos en común.
«Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder, y todos tenían gran aceptación.
«No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas las vendían, traían el importe de las ventas, y lo ponían a los pies de los apóstoles. Se repartía, entonces, a cada uno según necesidad.»

Es un texto fascinante, rico y complejo. Dos preguntas surgen de inmediato: a) ¿qué hace que una multitud de personas se vuelvan un solo corazón, una comunidad tan unida a tal punto de llegar a tener todo en común?; b) ¿por qué Lucas «mezcla» en un único texto dos asuntos aparentemente tan disímiles, el testimonio de la resurrección (una cuestión religiosa) y la nueva forma de organización económica?

El corazón del texto y de la propia comunidad es la fe en la resurrección de Jesús. La multitud cambió su manera de ver el mundo y de vivir porque creyó en la resurrección de aquel que murió en la cruz por predicar la buena nueva a los pobres. Sin la fe en la resurrección, no tendría sentido ni fuerza espiritual para vencer el egoísmo y el deseo de acumulación personal y vivir la vida de la comunidad, compartiendo para que todos pudiesen tener una vida digna, sin pasar necesidades. Al mismo tiempo, sin esta expresión de un modelo alternativo de vida (incluyendo las cuestiones económicas), no es posible vivir la fe en la resurrección. Es por ello que Lucas coloca la narración del testimonio de la resurrección «abrazada» con dos narraciones paralelas que hablan de cómo la multitud se transformó en comunidad y vive los ideales de Jesús teniendo todo en común.

Como la tradición de la «izquierda» moderna siempre enfatizó la noción de igualdad social, es importante destacar que en el texto del libro Hechos de los Apóstoles el objetivo no es la igualdad, sino que no hubiese necesitados entre ellos. Porque para ellos lo más importante era que todos tuviesen una vida digna, mas que igualdad. También porque podemos pensar una situación de igualdad social donde todos pasan necesidades.

Cuando leemos este texto aisladamente, corremos un serio riesgo de pensar que este modelo social fue vivido plenamente, sin grandes problemas. Es la eterna tentación de creer que existen soluciones o modelos sociales alternativos «perfectos», sin problemas. Pero éste no fue el caso de la comunidad de Jerusalén, como no es ninguno de los casos. Enseguida después de la descripción del ideal de la comunidad, Lucas nos habla de la generosidad de Bernabé y también de la tentativa de fraude de Ananías y Safira (Hch 5,1-11). Él no quiere dejarnos en la ilusión y quiere mostrar cómo las personas reales de las comunidades concretas son ambiguas.

Además de este problema en el ámbito personal-espiritual, Lucas narra que el aumento del número de los discípulos creó otro problema (Hch 6,1-6). Cuando la comunidad es pequeña, todas las personas se conocen y las cosas se adecúan más fácilmente. Pero, cuando ella se vuelve numerosa, es preciso crear mecanismos de operatividad de los ideales y de los valores que no siempre funcionan bien. Los cristianos de origen helénico estaban reclamando porque sus viudas recibían las distribuciones diarias sólo después que las hebreas. Probablemente porque los «distribuidores» eran hebreos. La solución fue elegir también algunos helénicos para esta tarea. Éxito en la prédica y el aumento de la comunidad crean nuevos problemas que exigen adecuaciones en el campo administrativo-operacional.

Después de los problemas en la esfera personal y en la administrativa, vino la crisis estructural: cuando la distribución es mayor que la entrada o la producción de recursos, llega un momento en que los bienes se terminan y el hambre se generaliza en la comunidad de Jerusalén. Sin producción suficiente, no se puede consumir o distribuir. El espíritu de comunidad nacido de la fe en Jesús Cristo llevó a las comunidades cristianas de otras regiones a realizar donaciones para suavizar esta hambre.

Otro detalle fundamental en esta experiencia comunitaria: el modelo de vender los bienes y compartir el dinero en la comunidad sólo fue posible porque había un mercado funcionando donde se pudiesen vender las casas y comprar comida y otros bienes necesarios para la vida diaria. El compartir en la comunidad era un contrapunto profético contra la lógica del Imperio.

A pesar de estos problemas y límites en el campo personal, administrativo y económico-estructural, la comunidad de Jerusalén continúa siendo un ejemplo para nosotros de cómo debemos siempre buscar encarnar, en modelos económico-sociales alternativos al del opresivo dominante, nuestra fe en la resurrección y los valores enseñados por Jesús.

Hoy somos convocados a asumir este desafío de proponer y testimoniar modos alternativos de vida y de organización social. Modos éstos que precisan ser continuamente criticados y mejorados en nombre de la buena nueva de liberación de los pobres y oprimidos/as. Sin esto, el testimonio de la fe en la resurrección se torna algo vacío, un corazón sin un cuerpo para animar, para vivificar.

(Este es el décimo segundo artículo de una serie que estoy escribiendo sobre el tema del «cristianismo de liberación» como una contribución a los debates en vista de la V Conferencia del CELAM)

Traducción: Daniel Barrantes – barrantes.daniel@gmail.com

* Profesor de postgrado en Ciencias de l Religión de la Universidad Metodista de San Pablo y autor de Sementes de esperança: a fé em un mundo em crise

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