CONTRA LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACI?N. Juan A. Estrada, catedrático de Filosofía de la Universidad de Granada

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Diario de Cádiz

Teolog?­a de la liberaci?³n.jpgEN 1984 la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Ratzinger, publicó un documento sobre algunos aspectos de la teología de la liberación en el que tomaba una postura sumamente crítica sobre ella y la acusaba de marxista.
Esta publicación suscitó muchas críticas por la simplificación, desmesura y negatividad del enfoque, en el que no se sentían reconocidos los autores más relevantes. Dos años después surgió un documento más positivo y matizado, también a instancias del Papa y quizás para responder a las críticas. Se distinguía entre los posibles abusos y la validez, e incluso necesidad, de una teología de la liberación. Se buscaba equilibrar la unilateralidad del texto anterior, vinculando esta teología con el Evangelio.

La teología de la liberación, y Jon Sobrino con ella, no parte de la reflexión dogmática sobre el Dios hecho hombre, sino de Jesús que anuncia el reinado de Dios y crítica a la religión porque practica un culto sin justicia ni solidaridad. Jesucristo es hijo de Dios y verdadero hombre, por eso su compromiso con los pobres es parte integral del núcleo cristiano. No es sólo ética sino también teología dogmática.

La historia de Jesús es el punto de partida para la cristología y el seguimiento se traduce en una espiritualidad comprometida ante la injusticia. El resucitado es el crucificado: se traduce en que Dios se hace presente en los pueblos crucificados. La hondura humana de Jesús es la que muestra su filiación divina. Sobrino enmarca ahí su cristología, con títulos ya clásicos desde 1971 hasta ahora. Ahora sorprende la noticia de que la Congregación de la Fe denuncia dos textos de Jon Sobrino, sin duda uno de los teólogos más relevantes actuales.

Está cerca de la jubilación, con una salud deteriorada, una docencia muy limitada y gran cantidad de libros y artículos denunciando la opresión en El Salvador, así como la necesidad de una Iglesia profética que asuma en serio el compromiso con los pobres. Fue un superviviente de la masacre de los jesuitas de 1989, ya que estaba de viaje, y uno de los pocos teólogos que quedan de la gran generación que arriesgó su vida en la época de los regímenes totalitarios. Se le critica por una cristología que responde al núcleo teológico enunciado más arriba y la espiritualidad que conlleva, que es una de las más representativas.

La condena contra él se dirige indirectamente a todos los seguidores de la teología de la liberación, de la que es un destacado representante. Es también un aviso para los obispos y teólogos de América Latina, cuando Benedicto XVI se prepara para asistir al V Encuentro de los Obispos Latinoamericanos (CELAM) en Aparecida (Brasil).

De ahí, el carácter admonitorio y ejemplarizante de esta sanción, ya que hay obispos que defienden esa teología y son innumerables los que ven en Jon Sobrino un testigo de la fe, un maestro en teología y una persona comprometida con la justicia en la línea de la liberación. La sanción desborda a la persona que lo recibe, se vuelve contra la corriente y los miembros que la defienden, como ocurrió con G. Gutiérrrez, L. Boff, Juan L. Segundo, Ellacuría y tantos otros cuestionados??

Se hace patente la continuidad teológica y eclesial entre Benedicto XVI y el cardenal Ratzinger, que algunos cuestionaban tras la elección papal. Cambian las formas y los ritmos, pero el núcleo de las posiciones permanece, como no podía ser menos. Se mantiene la preferencia por los movimientos neoconservadores y persiste el rechazo de la teología de la liberación por el gobierno central de la Iglesia. Y con ella, el intento de potentes sectores eclesiales de neutralizar un cristianismo crítico y políticamente comprometido en favor de la justicia. Hay muchas personas que quieren acabar con la teología de la liberación, cuya muerte anuncian desde hace años.

Mal lo tiene el cristianismo cuando amplios sectores laicistas pregonan una religión de sacristía, que no se haga presente en los espacios y conflictos públicos, y en los ámbitos eclesiásticos se neutraliza la corriente más creativa y comprometida con los pobres. El problema se complica desde la perspectiva de una sociedad secular y laica en la que la dimensión ética y solidaria del cristianismo es casi la única que suscita respeto, dentro y fuera de la Iglesia. Si el aggiornamento del Concilio Vaticano II ha sido una oportunidad perdida, mal lo tiene también la evangelización del tercer milenio cuando la involución continúa.