La Iglesia Luterana Salvadoreña envió carta a la UNESCO/Naciones Unidas con el pedido que se declare patrimonio mundial de la humanidad al sitio del martirio de monseñor Oscar Arnulfo Romero.
El obispo luterano Medardo Gómez dice que la capilla del hospitalito, donde recibió la muerte Monseñor Romero el 24 de marzo de 1980, se ha convertido en un lugar de peregrinaje en que delegaciones de todo el mundo llegan para conocer el lugar del martirio y la residencia del Monseñor.
Han pasado ya veinte y siete años de aquel estremecimiento que, obligatoriamente, nos debía conducir a una reflexión ética sobre lo que había ocurrido; sobre la vida de aquel arzobispo que hasta muy entrados los años setenta estaba afincado en un conservadurismo que daba la espalda a la realidad de su país. Parece que fue 1977 el año en el que la realidad hizo caer a Romero en su camino, no hacia Damasco, sino hacia las clases populares salvadoreñas, centroamericanas y latinoamericanas.
Aquel religioso de sesenta años se había metido pueblo adentro de pronto, asediado por la pobreza de sus conciudadanos, por la represión, por los crímenes que los escuadrones de la muerte realizaban contra esa Iglesia que había optado por la solidaridad y el compromiso.
Sus homilías, que en aquellos años se intentaron acallar por tantos métodos, eran denuncia y profecía, esperanza en el cielo pero, también, en la tierra, como si aquel arzobispo hubiera descubierto las causas precisas de la pobreza y las culpabilidades concretas de la represión de los pobres.
«Su martirio ha impactado al mundo entero y el pueblo salvadoreño le ha declarado santo»concluye el obispo Gómez.