Una llamada a mi teléfono móvil: «Soy Pierre-André. Estoy en el hospital Bichat. Es grave». Hace mucho tiempo que no tenía noticia suyas. Le había conocido en tiempos como militante ecologista, defensor de los derechos de los animales. Vegetariano, no violento, se cura con las plantes, a Pierre-André le gustaba desplazarse en bicicleta.
Es un humanista, de esos que a uno le gusta encontrarse en su camino. Respeta las diversas creencias, sin compartir ninguna.
Dejo todos mis asuntos y me voy al hospital Bichat. Me cuesta reconocer al que yo había conocido, me asusto de lo flaco que está. Duerme, sentado en su cama. Cuando se despierta, me reconoce y sonríe. Pongo mi mano en la suya y le doy un beso en la frente.
Pierre-André debe andar por los cincuenta. Ya no puede levantarse de su cama. «Estoy teniendo en este momento una experiencia que no había tenido jamás» me dice dulcemente buscando un poco de aire. Luego, insiste para decirme «Rechazo la quimio. Me ponen dos inyecciones de morfina cada día, para que no sufra. A mis amigas que tú conocías, a nadie le he dicho nada de que tenía un tumor, si no?? »
«El personal que te atiende debe apreciar tu gran humanidad».
«Y yo reconozco que las personas que me atienden son formidables».
Para no fatigarlo más, abrevio mi visita. Pierre-André me mira con sus grandes ojos cansados: «Vuelve a verme más» me dice.