Unos suizos de habla alemana vinieron a París para una visita de unos días. Querían encontrarse conmigo y conocer mis actividades. Nos citamos en la Bourse du Travail: la casa de los sindicatos, ocupada desde hace cinco meses por cientos de trabajadores sin papeles africanos.
Hacia la noche, mis visitantes suizos llegan y penetran en el patio interior de la Bourse du Travail: ¡un choque! De pronto, se encuentran a proximidad de unos africanos que les rodean. No se trata de un reportaje de televisión sino de un careo con extranjeros de carne y hueso.
Los africanos están por todas partes, como en un mercado. Discuten, van y vienen. Las mujeres, con sus vestidos de colores, tienen su esquina sentadas en sillas. Ellas son las que cocinan en las grandes ollas que los hombres están fregando debajo del grifo ya que terminaron de comer. Los niños están jugando.
Mis amigos pasaron una hora con ellos, visitando lo que les sirve de dormitorio con colchones apilados y haciendo muchas preguntas, como niños. Durante la velada no dejaron de quedarse muy impresionados por lo que habían visto y oído.
Se preocupan por estos extranjeros que ahora son tan cercanos a ellos: « ¿cómo se arreglan par lavarse y lavar su ropa? » « ¿Qué ocurre cuando se ponen enfermos? » « ¿Se dan conflictos entre ellos? »??
Desde su llegada a París, visitaron santuarios prestigiosos y lugares de oración, pero lo que les queda marcado, por encima de cualquier cosa, es esta cercanía con los africanos que les han acogido y que son, como ellos, seres humanos.
Me hacía pensar en las palabras del Apóstol Juan: «Lo que vieron nuestros ojos, lo que tocaron nuestras manos del Verbo de vida, eso es lo que os anunciamos»