Daniel y Emilia, entre otros, han comentado mi blog anterior (sobre el Dios de amor) y me han dicho que es bueno un nuevo Concilio en la Iglesia católica, preguntándome cómo sería. Con ellos, en este momento de cambios, hay otros muchos que quieren un nuevo concilio, un Vaticano III, preguntando y buscado la forma en que debería celebrarse(Existe incluso una Iniciativa internacional a favor de un nuevo concilio: cf. www.proconcil.org. Sus intervenciones y preguntas (gracias Emilia, gracias Daniel… gracias a todos) me hen llevado a seguir pensando en el tema que ahora elaboro más extensamente, para decir que, por ahora, no quiero otro Concilio
Personalmente, pienso que la solución de los problemas de la iglesia actual no se encuentra, en este momento, en un nuevo Concilio, aunque no me opongo, en principio, a quienes quieren celebrarlo. Tres son las razones que me vuelven algo escéptico:
1. En este momento, cuando la mayoría de obispos de la Iglesia Católica han sido nombrados por Juan Pablo II, en una línea muy sacral e incluso fundamentalista, un Vaticano III al que sólo asistirían obispos, sería poco representativo del conjunto de la iglesia y de la dinámica del evangelio, a no ser que cambiaran muchas circunstancias, no sólo en el occidente sino, y sobre todo, en otros lugares y culturas de la humanidad. Por otra parte, un concilio «cristiano» resulta hoy imposible sin la participación del conjunto de las iglesias cristianas, es decir, de aquellos que están comprometidos desde Jesús al servicio de los pobres, tanto católicos, como protestantes u ortodoxos etc.
2. Más que un Concilio, que decida desde arriba lo que son o deben hacer los creyentes, quiero que se desarrollen las iglesias, que exploren y busquen caminos de evangelio, por sí mismas, mientras sirven a los pobres, sin esperar soluciones exteriores. Por eso, como he dicho en el apartado anterior, parece necesario que siga existiendo todavía un tiempo de «búsqueda múltiple», para explorar el sufrimiento de los expulsados del sistema y para abrir con ellos un camino de libertad, en la gran plaza de amores y sufrimientos del mundo. Nadie (ni dentro ni fuera de la iglesia) tiene que dar a los cristianos autoridad para pensar y celebrar, para organizarse y decidir su vida, pues la autoridad la tienen ellos mismos (cf. Mt 18,15-20), de manera que son concilio permanente.
3. Un concilio cerrado sobre sí, ocupado sólo de temas internos de la iglesia, sería signo de egoísmo. Lo que importa son los pobres, no un concilio hermoso. Solo en la medida en que se reúnen para compartir mejor la vida con los pobres, abriendo así un camino de libertad, se puede decir que los cristianos son un auténtico Concilio. En ese sentido, en cuanto comunión y servicio de amor, toda la vida cristiana es concilio, es decir, reunión permanente de los convocados por el Espíritu de Cristo, para anunciar el evangelio de la libertad y de la vida. Según eso, el posible Concilio no es un acto separado, sino expresión de la vida de la iglesia, entendida como espacio permanente de contactos múltiples donde los hombres y mujeres regalan y comparten su vida, como sabe el Nuevo Testamento, desde 1 Cor 13 hasta el evangelio de Juan.
Sea como fuere, antes o después, deberá haber algún tipo de Concilio específico, que escuche la voz de las iglesias, en las nuevas condiciones de experiencia católica (universal) y de diálogo ecuménico, para unificar el servicio a los pobres, sin el ansia de hacer cosas, ni de tomar decisiones vinculantes para el conjunto de la cristiandad, ni de redactar documentos, sino por el gozo de encontrarse, compartir experiencias y celebrar la vida. Ese Concilio podría celebrarse en Roma, pero no en el Vaticano actual (marcado por una historia de poder y jerarquía), sino en algún lugar abierto a los diversos movimientos cristianos y a todos los que sirven a los pobres. Para ello habría que encontrar otras formas de participación, de manera que no intervinieran sólo los obispos católicos, sino todos aquellos que quieran cultivar el evangelio, sin vincularse a las actuales estructuras jerárquicas.
?ste podría ser un concilio promovidos por católicos, protestantes u ortodoxos o, si fuere el caso, por todos, pero debería ser un concilio para los pobres, en la línea del primero de Jerusalén, según Hechos 15, que se reunió para tratar de la extensión del evangelio a los gentiles (es decir, a los expulsados del sistema sacral judío). En ese nuevo Concilio, al menos en un primer momento, el Papa (un nuevo tipo de Papa, signo de la unidad de la Iglesia) no podría imponer su autoridad, ni declararse primado sobre las iglesias, sino que debería presentarse como testigo de la apertura a los pobres (como hizo Pedro en Hech 15) y como posible signo de un amor y de una concordia que viene dada por la fe en el mismo Cristo mesías y no por organizaciones eclesiásticas de tipo impositivo. ?stas son unas ideas que vengo presentando desde un libro titulado Sistema, libertad, iglesia. Las instituciones del NT (Trotta, Madrid 2001) hasta Monoteísmo y Globalización (Verbo Divino, Estella 2003). Aparecerán con cierta extensión en Una roca sobre el abismo. Pasado y futuro del Papado. (Trotta, Madrid 2006)