Evidentemente, quiero la unidad de las iglesias, en especial estos días de Octavario, pero no cualquier tipo de unidad, un pacto desde arriba, que deje las cosas como estaban, pues ése podría ser el pacto de los ricos y los fuertes (en defensa de sus propiedades), un tipo de dictado que rechazaron siempre los profetas de israel. No quiero un ?pacto de opresores?? (united bandits co.), formando una ?cueva de ladrones??, a quienes criticó Jeremías (Jer 7, 11) y condenó Jesús (Mc 11, 17). Antes que la unidad de las iglesias (y como principio de ella) es necesaria la justicia y comunión gratuita de los hombres, empezando por «los pobres» que curan y enriqucen a los ricos, como ha destacado el Evangelio de Jesús.
1. Jesús quiere la unidad de ricos y pobres, a partir de los pobres
El problema de la unidad de las iglesias, tomado en sí mismo, como tema de organización eclesial, le habría parecido secundario. Había por entonces muchas divisiones ?eclesiales?? (fariseos, saduceos, esenios??) y Jesús no se ocupó de componerlas. Fue más hondo, fue a los pobres y buscó desde ellos otra forma de unidad humana que no se fundaba en el templo (unidad sagrada de Jerusalén), ni en el poder de Roma (unidad imperial), ni en las escuelas de Atenas (unidad ideológica). Buscó la unidad humana, desde los más pobres. Ese no era su tema, la evangelización de los pobres y la curación de los ricos a partir de los mismos pobres: el hecho de que lo pobres pudieran ofrecer curación y esperanza a los ricos (a los sedentarios, a los dueños de las casas), de las propiedades.
Las trasformación evangélica empieza desde abajo: no son los ricos los que más ofrecen a los pobres, sino los pobres a los ricos. En este contexto se sitúa el envío misionero de Jesús, que mando a sus discípulos pobres (itinerantes, sin nada), para que anuncien el Reino y que curan precisamente a aquellos que pueden acogerles, porque tienen casa y comida, como iremos viendo en los capítulos siguientes. Aquí sólo queremos colocar las bases del tema, destacando la autoridad de los pobres, que ayudan más a los ricos (que les acogen en sus casas), como muestra los textos del envío, que pueden verse en cualquier sinopsis de los evangelios:
[[Lc 10, 1-8 (cf. 9, 1-5). Curad los enfermos… y decid: se acerca el Reino. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias… Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa donde entréis, decid… Paz a esta casa… Quedad allí y comed y bebed lo que tengan…
Comenzó a enviarlos de dos en dos… dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
Mc 6, 7-11. Comenzó a enviarlos de dos en dos… dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Y les ordenó no llevar nada para el camino, sino sólo un bastón; ni pan, alforja o dinero; sino sandalias y una túnica Y les dijo: dondequiera que entréis en una casa, quedaos allí hasta que salgáis del lugar]].
2. Los pobres curan (evangelizan) a los ricos
Los enviados de Jesús son itinerantes-pobres, como los artesanos-obreros (de los que había formado parte Jesús) que iban ofreciendo trabajo, casa por casa, aldea por aldea. Pero los obreros del evangelio no aportan trabajo, sino Reino de Dios y lo expresan en sus curaciones. Nada tienen, nada llevan (ni dinero, ni repuestos de ropa, ni comida), sino sólo su palabra, la experiencia de Reino. Precisamente por eso, como delegados de Dios, tienen autoridad para sanar a los más ricos que les acogen (campesinos sedentarios, con casa y tierra).
?sta es la paradoja de la unidad mesiánica. Los itinerantes, sin casa ni hacienda (los emigrantes), evangelizan (anuncian la buena nueva y curan) a los campesinos algo más acomodados, con casa y familia. Los ?más ricos?? ofrecen hospedaje. Sólo los itinerantes pobres pueden ofrecer, en cambio, salud y liberación de los demonios (pueden ofrecer humanidad, pues los ricos autosuficientes la han perdido)l. En este contexto se entiende una palabra clave de la tradición cristiana: los pobres os evangelizan. Sólo unos pobres ?mendicantes??, que confían en el Reino, pueden liberar y curar a los sedentarios con tienen casa y trabajo, en los pueblos de Galilea.
El evangelio supera así una dinámica de dominio jerárquico (los superiores sostienen y curan a los inferiores) y de pura confrontación (lucha de pobres contra ricos) y lo hace desde los más pobres. Los itinerantes del Reino, sin más ?seguridad?? que el evangelio, pueden expandir su fe en el Reino y expresarla en forma de curación. Los otros (con familia y casa propia) pueden acoger a los itinerantes, dejándose curar por ellos. De esa forma se establece una simbiosis o comunicación donde unos y otros se ayudan, a partir de los pobres, que son en este plano los más ricos. De esa forma se instituye un ?encuentro?? de amor, es decir, una comunicación de Reino.
3. No hay jerarquías ni patronazgo
Aquí no se establece una relación de patronazgo (nadie domina sobre nadie), ni de limosna caritativa (en sentido intimista), sino de comunicación integral y sanadora. Sólo los pobres, que no tienen nada pero creen, pueden curar a los ricos, que corren el riesgo de cerrarse en sí mismos. Por su parte, esos ricos no pueden dar sólo una riqueza material, sino que han de dar algo más hondo: han de acoger en casa a los que vienen, formando así una familia con ellos. ?sta es la nueva estrategia del Reino, muy sencilla, muy honda: curar y compartir, desde abajo, pero cambiando a los de arriba, de un modo gratuito, trasformando así las mismas estructuras de la sociedad, en camino de Reino.
Esta curación no es un gesto intimista, de tipo individual, sino que implica una mutación de las relaciones humanas.
(1) El pobre-itinerante es portador del Reino, de manera que su misma pobreza aparece como signo de la riqueza de Dios. Por eso, cuando entra en una casa, el pobre viene a presentarse como trasmisor de un evangelio que le sobrepasa, pero que se expresa a través de su persona. No viene a pedir, exigir o amenazar, sino a curar. ?ste es su don, ésta su riqueza.
(2) Por su parte, la casa del rico-propietario (que suele ser un campesino algo más acomodado) puede convertirse en signo del Reino. Cuando el rico acoge al pobre, ofreciéndole un espacio de vida, empieza a ser señal de Dios, portador de comunicación personal.
Así se establece una relación de entrega mutua, a partir de los itinerantes ?liberados?? (misioneros pobres), que curan a los ricos de su riqueza y de otras enfermedades vinculadas con ella. De esa forma, los menos importantes (no tienen casa o bienes) se vuelven más valiosos. No cobran por curar, pero tampoco se esconden ni evaden, sino que se dejan invitar por los propietarios, compartiendo con ellos lo que tienen. No curan por mostrar su poder o dominio, sino porque el Reino es fuente de salud y fraternidad.
Los itinerantes continúan haciendo así lo que hacía Jesús, que no guarda el monopolio de las curaciones, sino que ofrece su experiencia sanadora a quienes quieran seguirle, ?liberándose?? para la itinerancia y el servicio a los pobres. Desde la perspectiva normal del sistema, suele suponerse que la curación es obra de aquellos que dominan desde arriba a los más débiles y pobres. Pues bien, en contra de eso, el evangelio indica que son precisamente los más pobres los que pueden curar a los ricos. Las riquezas no sirven para sanar a los enfermos (aunque pueden curar en un nivel de medicina externa). Sólo la gracia del Reino sana de verdad al hombre entero, desde los más pobres.
4 Desde los pobres, un camino de paz
Eso significa que Jesús ha empezado asumiendo la suerte de los antiguos ?itinerantes?? (hebreos, sin tierra), para iniciar un camino del Reino y así ?marcha?? con ellos, no para retomar su guerra, sino para anunciar y ofrecer el Reino a los sedentarios, invirtiendo el esquema del éxodo (salida de Egipto) y de la ?conquista?? de la tierra de los cananeos. Son precisamente ellos, los itinerantes (pobres y expulsados), los que pueden anunciar y ofrecer el reino a los ricos. De esa forma, Jesús asume (invierte) y universaliza el esquema israelita del ?xodo, vinculándolo al mensaje de justicia social de los profetas. Eso significa que él supera una visión particularista de la salida de Egipto (donde sólo se liberaban los hebreos) y de la conquista de la tierra (los itinerantes de Jesús no matan ni expulsan a los cananeos, sino que les ayudan y quedan en sus manos).
Los itinerantes de Jesús no se ponen en marcha para tomar las casas de los sedentarios, ni para luchar contra ellos, sino para compartir con ellos una experiencia superior de salud. Ellos no quieren ?conquistar?? la tierra de los sedentarios, ya establecidos, ni apoderarse de sus bienes, como en el modelo normal del libro de Josué y del Jubileo, donde algunos (los evadidos de Egipto o los retornados de Babilonia) querían recuperar unas tierras que Dios les habría ofrecido Por eso no exigen comida, ni riquezas, ni siquiera las tierras que quizá les han robado, sino algo más grande, que brota del amor y el perdón (no-juicio) que es el centro del mensaje de Jesús; ofrecen la gracia y perdón de Dios, a quien piden: ¡Perdónanos, como nosotros perdonamos! (cf. Mt 6, 12).
[[Algunos pioneros judíos que quisieron volver a Palestina a principios del siglo XX iban guiados por un proyecto utópico de fraternidad, pero el Estado posterior de Israel parece inclinarse al modelo de violencia ?oficial?? de la conquista, apelando así a una especie de ?derecho sagrado?? de los judíos sobre la tierra. En una línea semejante (aunque quizá sin violencia militar) se situaron algunos de los ?exilados??, al retornar de Babilonia, cuando se creyeron con ?derecho?? para apoderarse nuevamente de la tierra, de manera que quisieron establecer a su favor una ley de jubileo, que les permitiera recuperar las posesiones que habían ?perdido??. He desarrollado el tema de fondo en El Señor de los Ejércitos. Historia y teología de la guerra, PPC, Madrid 1997 y en Fiesta del Pan, Fiesta del vino, Verbo Divino, Estella 2000. Cf. también. P. R. Ackroyd, Exile and Restoration. A Study of Hebrew Thought of the Sixth Century BC, Westminster, Philadelphia 1968; J. L. Berquist, Judaism in Persia´s Shadow. A Social and Historical Approach. Fortress, Minneapolis 1995; P. McNuttt, Reconstructing the Society of Ancient Israel, Knox Press, 1999; D. L. Smith, The Religion of the Landless. The Social Context of the Babylonian Exile, Meyer-Stone Books, Bloomington 1989; M. Smith, Palestinian Parties and Politics that Shaped the Old Testament, Columbia UP, New York 1971; J. Weinberg, The Citizen-Temple Community, Sheffield Academic Press, Sheffield 1992]].
Conclusión: unidad de las iglesias sí, pero…
Unidad de las iglesias sí, pero como quería Jesús: empezando por la reconciliación entre los pobres, en la línea de evangelio. Sólo en este contexto, cuando las iglesias se entiendan desde la perspectiva del mensaje y proyecto de Jesús, podrá hablarse de unidad de las iglesias: unidad desde el mensaje, unidad desde los pobres. De otra manera, la unidad de las grandes iglesias podría ser una retórica vacía, unión de ?bandidos?? para aprovecharse mejor de los bienes de todos.