A partir de hoy (18 de enero) se celebra el Octavario por la Unidad (de las iglesias, de los cristianos), que culmina el 25 (Conversión de san Pablo). En los días pasados, he tratado de la convivencia de Musulmanes y Cristianos, tomando como ejemplo el lugar sagrado (catedral/mezquita) de Córdoba. En los días que siguen quiero comentar, de un modo general, algunos textos que impulsan a promover la unidad de los cristianos (todos los hombres), partiendo de la Biblia, en línea de oración, pan compartido y comunión de corazón. Empiezo volviendo a Jerusalén.
Volver a Jerusalén
Uno de los símbolos básicos de la unidad de los cristianos es el que ofrece el libro de los Hechos al presentar a la Comunidad de Jerusalén como signo de vida común, ejemplo para todas las iglesias. La comunidad de los primeros discípulos de Jerusalén es para Lucas principio y modelo de todas las iglesias. La vida cristiana se funda en el mensaje de los apóstoles y en la conversión de los fieles, pero se explicita y define por la experiencia de amor o vida común de los creyentes:
Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar (Hech 2, 44-47).
Tenían los bienes en común, oraban juntos, compartiendo el pan. Se trata, evidentemente, de una comunidad escatológica (que piensa que ha llegado el fin de los tiempos), conforme a un modelo judío, que aparece también en otros grupos, como el de Qumrán. La novedad está en el hecho de que se trata de una comunidad mesiánica, fundada en el recuerdo/presencia de Jesús, una comunidad que no se cierra (en forma de secta secreta, separada del mundo), sino que se abre a todos los que quieran integrarse en ellas (no es un grupo cerrado).
Lo que vincula a los creyentes no es un tipo de ley de purezas (ellos son limpios, los demás manchados, como en Qumrán), ni un rechazo o excluxión de los otros. Los cristianos forman una ?comunidad abierta??, a los ojos de todo el pueblo, que les ve con simpatía, es decir, que pueden comunicarse con ellos, de diversas maneras. No se trata, por tanto, de aislarse y de condenar a los demás, no se trata de crear un grupito de «perfectos», sólo para sí mismos, sino una comunidad de testimonio de amor.
Comunidad para amarse
No son comunidad para producir (como las industrias modernas), sino para compartir (el producir es muy importante,pero no es lo primero, lo primero es amarse y compartir). El signo de su identidad no es un dogma, ni una liturgia especial, sino la vida común, que se expresa en la participación de los bienes, en la oración comunitaria y en las comidas, que ellos celebran en las mismas casas (en los lugares comunes), no en un espacio «sagrado» ni un templo. No necesitan templo de Jerusalén, mezquita de la Meca, ni Basílica de Roma. Se reunen en sus casas, se aman, oran, comen justos, sueñas en el futuro de la comunión universal de todos los hombres.
La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad. José, llamado por los apóstoles Bernabé (que significa: «hijo de la exhortación»), levita y originario de Chipre, tenía un campo; lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles (Hech 4, 32-37)
La iglesia sigue apareciendo así como una comunidad de testimonio: el mismo ejemplo de amor de los creyentes (su vida común) viene a presentarse como signo de la presencia de Dios. De esa forma viene a mostrarse como el lugar donde se cumple el mito o símbolo oriental (griego) de la edad de oro en que los hombres y mujeres compartían vida y posesiones. En ese contexto se habla de la unidad de corazón (amor), de alma (pensamientos) y de bienes de todos los creyentes. ?ste es para Lucas el principio de la iglesia, el lugar donde culmina el amor, en comunión personal, el plano interno y externo. Aquí tenemos un proyecto de comunión que choca con el orden imperial de Roma, donde las posesiones tienen un sentido diferente (no de comunión, sino de jerarquía y prestigio social).
?ste es un «sueño» fecundo, un «imaginario» creador, pues se vive de sueños e imaginarios, se vive de proyectos que emocionan y transforman. Es un proyecto a corto plano: el tiempo apremia, hay que venderlo todo y compartirlo… Evidentemente, este gesto de «vender» tiene que trasformarse pronto en «experiencia de compartir» lo que se tiene, para tenerlo en común, para producir al servicio de la comunidad, para compartir, de una manera abierta (abierta hacia los pobres del mundo).
Un ideal, un camino.
?ste es un proyecto espiritual y material de comunión (comuniòn de fe y de bienes), pero en línea de libertad, no de imposición sistemática (no de regulación legal obligatoria). Por eso se dice, inmediatamente, que algunos como Bernabé aceptaron plenamente este modelo de comunión de bienes y personas: hubo unos líderes que iniciaron un camino, sin obligar a los demás a hacerlo (Hech 4, 36). Se inició un camino, un camino arriesgado, exigente, del que vivimos todavía, un proyecto que no resuelve problemas (los problemas seguirán, la economía tiene sus leyes, la política sus normas…), pero que ayuda a plantearlos.
Desde este fondo se entiende el camino de unidad de los cristianos: es un camino que tiene que empezar en cada iglesia, entendida como espacio de comunicación personal, en el plano económico y social, de la oración y la comida. Hemos aprendido a producir (al menos en occidente); pero no hemos aprendido todavia a conversar en profundidad (orar en común),no hemos aprendido a compartir el pan, en grupos gozosos de vida, comunicados entre si. ?sto es lo que podemos y queremos aportar los cristianos.. Es un camino abierto a todos los hombres, de todas las razas?? un proyecto de comunicación cristiana. Una utopía, pero una utopia realizable.