Enviado a la página web de Redes Cristianas
Todo ser humano es un “proyecto inacabado”.Es avanzar madurando toda la vida. Con nuestros comportamientos influimos y, al mismo tiempo, recibimos influencias. Todos dejamos huellas. Cada vez veo más claro lo difícil que es la comunicación humana.. Se ven “medias verdades” en lo que otro simplemente ha intentado expresar su opinión. Algunos se atreven a interpretar “intenciones” que, muchas veces, no coinciden con lo que realmente otros dijeron. Nadie es poseedor de la verdad completa y todos estamos llamados a escuchar y relacionarnos con los demás. Nadie debe convertirse en “Etiquetero”, encasillando a otras personas sin respetar lo que cada cual dice y de lo que es responsable
En el “proyecto inacabado” de nuestra vida hay que ir incorporando el diálogo, la escucha, la paciencia, el respeto a la otra persona, la sinceridad y también la disponibilidad a plantearse la propia opinión y cambiarla si es necesario. A la pregunta de “qué debo hacer” ayuda la legislación positiva y a “qué debo ser” nos la proporciona la profundidad del espíritu. En la búsqueda del desarrollo integral, caminando como “proyectos inacabados” para muchos es imprescindible cultivar la dimensión espiritual con plena libertad. Y ello lleva consigo poder manifestar las propias convicciones, sin amago de ser “etiquetado de retrógrado”.
La historia confirma la falacia de que “progreso” implica acción moral. En nombre del progreso no todo puede quedar justificado. Hoy por hoy, las aspiraciones reales de la gente es verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar más en las responsabilidades fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad. En una palabra, hacer, conocer y ser más persona que madura y avanza cada momento. No obstante, no nos podemos quedar en “ser más”, si olvidamos que nos hacemos más personas libres relacionándonos con los demás.
Quedarse en una actitud pasiva, resignándose en aceptar que esta sociedad se ha quedado obsoleta, a nadie conviene. Aquello de “otro mundo es posible” en el que ha crecido y se ha formado nuestra generación debe seguir vigente. Pero todavía estamos lejos de que todos puedan vivir con dignidad. Sin embargo, bastaría eliminar los derroches y desperdicios para reducir el número de hambrientos. Añadir también que un paso importante sería abatir con decisión las barreras del individualismo, del encerrarse en sí mismos, de la esclavitud de la ganancia a toda costa, y esto, no sólo en las relaciones humanas, sino también en la economía financiera global.
Es necesario, hoy más que nunca, educar en la solidaridad, redescubrir el valor y el significado de esta palabra tan incómoda, y muy frecuentemente dejada de lado, y hacer que se convierta en actitud de fondo en las decisiones en el plano político, económico y financiero, en las relaciones entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones. Aunque pueda parecer que el pesimismo se haya apoderado del horizonte, no podemos aceptar que somos una generación perdida ya que se están dando iniciativas sencillas y grandes gestos.
En la medida que cada uno se considere como un “proyecto inacabado” que debe seguir aprendiendo y madurando, se irán marcando líneas que deben asentarse en el corazón de los seres humanos un replanteamiento de nuestro modelo de desarrollo y de acción en todos los ámbitos, para que nuestro mundo sea un mundo mejor. Hay que denunciar que muchos mueren de hambre. Pero esta sociedad, dividida, debe apostar por la cultura de la acogida, aceptando a las personas y sus valores. Y admitir y defender que todos somos proyectos inacabados y que nos necesitamos