En 1964 un grupo de laicos católicos de Estados Unidos decidieron unirse para publicar un periódico semanal que fuese católico e independiente. Hoy, 42 años más tarde, el ?National Catholic Reporter?? (NCR) tiene más de 100.000 suscriptores y un muy merecido prestigio no sólo entre los católicos ?liberales?? de Estados Unidos sino también en el ámbito de la prensa americana. NCR es hoy un referente necesario para todo el que quiera estar informado sobre la Iglesia Católica. Pero NCR es mucho más.
En NCR se pretende mirar al mundo desde una perspectiva de fe pero con una profesionalidad periodística garantizada. Como se afirma en su texto fundacional, NCR ?trata de informar e inspirar un mundo más justo y pacífico, sirviendo como una plataforma de diálogo para la Iglesia, la sociedad y la comunidad global??. El número de suscriptores les permite tener los medios económicos necesarios, los que garantizan a la vez la independencia y un trabajo profesionalmente cualificado. Por ejemplo, NCR mantiene abierta una oficina en Roma y otra en Washington, como lugares claves en los que captar la noticia.
Los que pusieron en marcha el proyecto encontraron su inspiración primera en el movimien¬to de renovación que se creó en torno al Concilio Vaticano II. Aquella primavera eclesial hizo repensar muchas cosas en la Iglesia. También la forma de ejercer el periodismo. Las palabras de un jesuita americano en 1963 marcaron el rumbo a seguir: ?La prensa católica no existe para promover sólo los intereses de la Iglesia, especialmente si esos intereses se entienden de una forma estrecha y de alguna manera sectaria. Tampoco para glorificar al clero. Ni para crear una imagen pública de la Iglesia que no refleje la auténtica realidad de una iglesia peregrina, en camino, la iglesia que marcha por los caminos de la historia y a veces se mancha con el polvo del camino, de la historia?? (J. Murray).
Con esa inspiración y con su experiencia en el mundo del periodismo, aquel grupo de seglares comenzó a trabajar. El primer número se publicó en octubre de 1964. En él decían: ?Queremos informar… queremos dialogar con todos. Somos un periódico religioso pero nos interesa todo lo del mundo. Estamos comprometidos con la Iglesia y tan seguros en ese compromiso como para preguntarnos lo que la Iglesia es y debe ser??. Tan bien hicieron su trabajo que en 1964 el New York Times publicaba que ?el arsenal de católico liberal incluye tres armas básicas: los documentos de Vaticano II, el deseo de cuestionar a los líderes de la iglesia en su interpretación de aquellos y una suscripción al NCR??.
A lo largo de estos 42 años, NCR ha tenido más de un problema con la jerarquía pero ha sabido siempre guardar como un tesoro su independencia. En 1967 el obispo de Kansas City, ciudad en la que todavía hoy tiene sus oficinas el periódico, hizo público un comunicado en el que acusaba a los editores de insubordinación y de situarse en la extrema izquierda. El obispo criticaba sobre todo las posiciones del periódico sobre el control de natalidad y el celibato sacerdotal y su crítica exagerada a la jerarquía. Fieles a sus principios, los editores publicaron íntegro el comunicado en NCR. Un año más tarde, el obispo emitió una condena oficial del periódico en la que la acusación más leve era la de herejía. De nuevo, NCR publicó íntegro el texto. Pero no cambió su línea editorial.
NCR ha querido ser desde el principio la voz de los que no tienen voz, como una forma de llevar a la práctica la opción por los pobres. Eso ha incluido informar abundantemente de la realidad de los pobres de América Latina o África pero también de los marginados por la misma Iglesia: mujeres, homosexuales y cualquiera que no tuviera un lugar en la mesa común. En palabras de uno de sus editores, Tom Fox, ?como católicos creemos que todos están invitados al banquete??. En ese sentido, NCR ha hecho un periodismo que ha querido ser al mismo tiempo defensor de las causas perdidas. Quizá por la cercanía geográfica, la mirada de NCR ha estado especialmente puesta en América Latina. Muchas de sus páginas a lo largo de los años 80 y 90 se dedicaron a analizar lo que estaba sucediendo en América Latina, diciendo con claridad lo que los medios de comunicación más populares de Estados Unidos no decían nunca: que la política del gobierno de Estados Unidos era la que estaba creando los problemas, la injusticia y la muerte que afectaba a tantos de esos países.
La fuerza de los hechos obligó también a los editores de NCR a dirigir su mirada a la realidad interna de la Iglesia y a tomar posición con claridad, informando puntualmente de ello. Aunque su voluntad era la de abrir la Iglesia a la realidad del mundo, hechos como las condenas a teólogos o las declaraciones de algunos obispos les obligaron a situarse. Había cristianos que se sentían dolidos por esos hechos, que veían cerrarse las puertas a la esperan¬za. Y NCR tenía una palabra que decir.
NCR fue en la práctica el primer medio de comunicación que llamó la atención sobre el tema de los abusos sexuales de sacerdotes y religiosos. Lo hizo ya en 1983, dando desde entonces cada vez más importancia al tema. Pero su llamada de atención no fue atendida. Durante los años siguientes el ocultamiento reiterado ha terminado provocando la más grave crisis que ha sufrido la Iglesia Católica en los Estados Unidos en toda su historia.
Hoy el lector medio de NCR tiene más de 60 años de edad. La cuestión es cómo llegar a los jóvenes lectores. Para muchos que han sido educados en la tradición católica y que siguen participando en la vida de la Iglesia, aunque se sienten lejanos de las posiciones de la jerarquía, NCR puede seguir siendo el vínculo que les mantenga abiertos a la fe y a la esperanza. Por eso, NCR acentúa mucho las cuestiones referentes a la justicia social. Es una forma de dar significado concreto a las aspiraciones de esos jóvenes.
En palabras de su actual editor, Tom Roberts, NCR quiere ?ofrecer información y facilitar un lugar para el diálogo más amplio posible??. Los editores de NCR se sienten miembros de la Iglesia Católica. Quizá a veces se sienten un poco incómodos o sienten la incomodidad de otros por su presencia. Pero al final con su presencia y su trabajo contribuyen, como tantos otros, a hacer una Iglesia más verdadera y más fiel al Evangelio.