Prólogo de Gonzalo Haya Prats
Jorge es un cristiano rebelde. Cristiano porque se siente religado a Jesús. Rebelde porque su temperamento emocional, entusiasta, se ha sentido engañado. Le habían falseado la imagen de Jesús.
Se la habían divinizado, pero la habían deshumanizado. La habían encerrado en los templos y en las universidades, pero la habían separado de la calle con una cancela de dogmas y preceptos.
Jorge se rebela. De pronto, a sus años, ha despertado en un lugar religioso distinto, en la iglesia de base.
Desde allí comienza a escribir cartas: cartas de deshago y de agradecimiento; cartas que proclaman el aire puro que respira, cartas que gritan para despertar a los hermanos que aún duermen en el murmullo de los templos. Cartas que salen del corazón y llaman al corazón de los que confían en Jesús.
Al escribir estas cartas su estilo ha madurado. Su temperamento fogoso se ha impuesto un límite: un máximo de dos páginas, 500 palabras, por carta. Lo que dura un semáforo en rojo o en verde, lo suficiente para decir: no queremos ir por aquí o vayamos por allí.
Volver a la sencillez humana de aquel primer grupo en torno a Jesús, al reinado de la justicia y de la misericordia que Jesús proclama, esa es para Jorge la almendra del cristianismo. Su optimismo se fundamenta en Jesús y en las comunidades cristianas.
Cartas libres y críticas, pero respetuosas. Deconstruyen dogmas, preceptos, prohibiciones, poder absoluto y ostentosa riqueza. Iluminan el oscurecido mensaje y espiritualidad de Jesús al servicio del “hombre”, de la vida, de otro mundo humanizado por el amor, la justicia, la compasión y la libertad.
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