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Espero, de verdad, que ésta sea la última parte del artículo, que se ha ido alargando, y ensanchando por fuerza del mismo tema y su desarrollo. Así que me queda los dos últimos términos del título, que no son sinónimos, aunque lo parezca por la disposición de las palabras. Las puse juntas porque el grito de atención, que pensaba dar, y tenía bastante claro ya desde el título, sabía que derivaría en una protesta, fraterna, eclesial, pero clara, valiente, y decidida, como las que se hacían mutuamente en la Iglesia primitiva, y demuestran claramente algunos pasajes de las cartas de San Pablo, y el libro de los Hechos de los Apóstoles. Así que esta última parte constará de dos apartados, Atención, y Protesta.
1ª), Atención. No olvidemos que quiero que mi grito sirva de atención, por la gravedad que, en mi opinión, tienen algunas situaciones en la Iglesia, la gran Iglesia institución, y la «pequeña Iglesia» cercana, cotidiana, que constituye la vida de los fieles.
A), a nivel Institución
Excesivo Poder, y excesiva influencia de la Curia Vaticana, en el devenir de la Iglesia. Es muy probable que para los curiales, tanto los de alto rango, cardenales prefectos de las Congregaciones Romanas, o secretarios de las mismas, como otros clérigos, ¡porque seglares son muy pocos!, que se mueven en la esfera de la Curia romana, su trabajo sea decisivo e importante para el bien de la Iglesia. Pero, desgraciadamente, no es esa la idea, percepción o punto de vista común en el resto de miembros de la Iglesia, tanto clérigos como laicos.
Se está viendo en la relación que tienen con el papa Francisco algunos de los cardenales curiales más (¡demasiado!) encumbrados, por muchos de los auxiliares, que con sus halagos aspiran tal vez al ascenso en sus puestos de responsabilidad, (la frase «en la Iglesia hay mucho trepa» no la hemos inventado eh las periferias de la Iglesia, sino la pronunció, a poco de ser promovido a la Sede romana el propio Papa), mientras ayudan al auto encumbramiento de los grandes jefes. EL espectáculo dado por algunos cardenales, como los cinco que descaradamente escribieron un libro dirigido, sin rubor ni pudor, directamente contra al Papa, provoca dos reacciones contrarias: por una parte pone el foco sobre la prudencia, la misericordia, y la paciencia humilde de Francisco, así como enciende la indignación de la mayoría de los fieles ante tamaña muestra de prepotencia atrevida, descarada e insolente.
Desmesurado centralismo en la Iglesia, provocado por varias causas:
a), en parte, por causa del apartado anterior, y,
b), también, por la condición de Jefe de Estado del Papa, algo que aunque tiene siglos de vigencia, no deja, por eso, de ser una flagrante y escandalosa traición al Evangelio, en su conjunto, y a palabras expresas de Jesús.
c), por la excesiva intervención de Roma en los asuntos internos de las diócesis, (sobre todo el nombramiento de los obispos, y hasta saltarse libremente las indicaciones del Derecho Canónico para la solución de la Sede vacante de las diócesis). Y este exceso de intervención se debe, a syu vez, a la existencia de la institución que aborda el siguiente apartado.
d), Por la institución de las nunciaturas, pues lo nuncios actúan como embajadores de una autoridad eclesial, sí, pero extranjera, como si cada Conferencia Episcopal fuera una sucursal de una entidad mayor, rayando la clara enseñanza del concilio de Ginebra, condenando con anatema el que afirmar que el Papa fuera obispo de todas las diócesis, y los obispos fuesen como delegados. En el Vaticano II ya hubo movimientos y posicionamientos a favor de suprimir las nunciaturas, pero ahí están, siendo un instrumento valioso y utilísimo más para la Curia Vaticana que para el papa personalmente, quien., normalmente, y a nos ser que haga cuestión de enterarse, cosa rara hasta, hace poco, casi no conoce a los que van a ser nombrados obispos.
Sistema más mundano que eclesial en el «escalafón» de promoción y cambio de diócesis de los obispos. Esto lo entenderán mis lectores en pocas palabras: se suele decir que un obispo se casa con su diócesis, (y el matrimonio es «hasta que la muerte los separe»), y la lealtad a su comunidad diocesana es fundamental. Pero ésta se ve no solo dificultada, sino quebrada, por la actual situación: archidiócesis, diócesis de 1ª, de 2ª, y de 3ª, o tal vez haya más, que provocan la ambición y la vanidad de los diferentes prelados, que aspiran a subir, cuanto más puedan, en el escalafón. Y en este proceso no siempre se tienen en cuenta el valor pastoral, evangélico, teológico y bíblico del aspirante, sino demasiadas veces se entrometen simpatías, empatías, favoritismos, y retribución de favores.
B). «atención a graves problemas de la vida cotidiana de los fieles»
Poca atención a la formación cristiana de los fieles Llevamos a afecto una pastoral excesivamente, casi exclusivamente, sacramentalista, -de hecho la Biblia has estado prohibida hasta ayer, como quien dice-, tanto para los asiduos practicantes como para los esporádicos. Tienen razón los que critican que en la Iglesia se haya abandonado, en la realidad y en la verdad, el catecumenado.
Los fieles sustituyen el fallo anterior con una religiosidad natural, popular, que realmente nada tiene que ver con el Evangelio. Así la Semana Santa que se avecina es más una sucesión y amontonamiento de procesiones y desfiles penitenciales, que la celebración, en la Palabra y el Sacramenteo, de los misetirios de nuestra Redención. Y tienen más devoción al «Cristo de Medinaceli», que es una talla, que al Cristo real, presente en su Palabra, en la comunidad, y en el Sacramento, realidades iguales en cualquier lugar y templo, y no supeditadas a un soporte material de una imagen o edificio.
PROTESTA SERIA: yo acuso a los obispos de nuestra Iglesia en España no de que no prohíban tantas, y tales, manifestaciones, de religiosidad popular, sino de que no alerten a los fieles que ellas constituyen un bellísimo folklore religioso, pero que no pueden sustituir, de ningún modo, a la verdadera presencia de Jesucristo en sus vidas: 1ª) La palabra de Dios en la Biblia, y la de Jesús especialmente; 2ª), la vida comunitaria con su comunidad eclesial; 3ª), la vivencia profunda del Sacramento; 4ª y la práctica del perdón y del amor fraterno,