«Esta Iglesia, a pesar del largo eclipse, sigue suscitando y alimentando creyentes como tú». Querido Julio, tu muerte, tristemente anunciada, me ha cogido fuera de nuestra Galicia, viviendo unos ejercicios espirituales con gente de toda España, de la comprometida como tú, de la que lleva años trabajando con los pobres y buscando un nuevo rostro para la Iglesia en el mundo. Te hemos recordado y te recordaremos –te viviremos presente—dentro de unos momentos en la eucaristía.
Para mí has sido siempre un referente sin vuelta ni duda. Pocas personas he conocido que viviesen con tanta naturalidad una coherencia sin fisuras. Teólogo sensible, has sabido compaginar pastoral y compromiso con una obra honda, siempre atenta a los vientos nuevos del Espíritu, revolucionario tranquilo porque convencido y entregado, sin buscar nada para ti sino sólo para los demás.
Nadie podía no respetarte, incluso aquellos que no eran capaces de compartir tus ideas o tus actitudes. Este mes de agosto deberíamos pasar, con unos cuantos amigos sacerdotes, como todos los años, unos días por las montañas de Lugo. Sabíamos ya que no iba a poder ser.
Pero lo soñamos y casi lo esparábamos. La última vez llegaste cojo: habías roto un pie en la cama intentado meter un gol… mientras soñabas. Tu vida no ha sido un sueño y en la portería de la Esperanza has marcado puntos, que seguirán alimentado muchas fes, muchas esperanzas y muchos compromisos en esta Iglesia que, a pesar del largo eclipse, sigue suscitando y alimentando creyentes como tú: humanos a fuerza de evangélicos, revolucionarios a la luz de las Bienaventuranzas, tan mansos como fuertes e incorruptibles.
Gracias, Julio, paisano, amigo, hermano, creyente universal.
