Julio se nos ha marchado hace unos días como vivió: desde la sencillez y la bondad de quien nunca se ha considerado ni ha querido estar por encima de nadie; desde la fe y confianza profundas, también a lo largo de sus últimos años de enfermedad.
Moceop quiere agradecer con todo cariño haber disfrutado del privilegio de su amistad y su sabiduría.
Julio nos ha acompañado desde los primeros pasos, decididos y titubeantes, a finales de los setenta; con sus valiosas aportaciones de apoyo, estimulante y crítico; también en momentos de especial importancia, como en el Congreso Internacional de Curas Casados (Alcobendas) en 1993, con una valiente y documentada ponencia sobre el ministerio presbiteral: intervención que le generó no pocos problemas con los obsesionados por la ortodoxia.
Pero él era un corazón sensible ante los signos de los tiempos: atento, reflexivo, alentador, esperanzado… Esa apertura y confianza en el Espíritu le permitía impulsar los aspectos críticos de renovación eclesial, sin sentirse ni hacerse el centro y sin hurgar en las heridas de la disidencia: cercano, sabio, constructivo desde la base. De esa cualidad de Julio hemos disfrutado a raudales.
A pesar de su no deseo de protagonismo, de su sencillez, es de justicia destacar de él su categoría de testigo y servidor cualificado de una iglesia que necesita a diario renovarse, convertirse, refundarse de continuo, en cada comunidad, a través del encuentro con el Evangelio. Le hemos sentido como un gran buscador de razones concretas para mantener la esperanza aun en los momentos de oscuridad y de involución. Para Julio, el misterio de la vida no se encontraba encerrado en dogmáticas declaraciones, a cuyo estudio mereciera dedicar una vida; sino en cada una de las personas y de los retos diarios, a los que hay que responder desde la fe, con respeto, a través del compartir y apostando por la coherencia.
Su estudio y su preparación teológica nunca fueron un muro de separación sino una referencia para seguir buscando en comunidad, desde la oración y el compromiso: nunca fueron una excusa para escalar, medrar ni para imponerse. Siendo y habiendo sido un maestro para muchos creyentes, Julio no tuvo ningún problema en trabajar codo con codo, como compañero, en cualquier comunidad parroquial. Su coherencia, tan sencilla y connatural, animaba a buscar el sentido radical de la fe en Cristo Liberador, eje de todo lo que entendemos como fe, compromiso, celebración, comunidad, cristianismo, ecumenismo…
Tras haber experimentado desde la enfermedad, en los últimos años, la indefensión radical de cualquier ser humano, su confianza profunda en Dios-Padre-Madre universal, le ha ayudado a recorrer el tránsito definitivo con la valentía y la coherencia que han caracterizado toda su vida.
Gracias por haberle conocido y disfrutado de su amistad.
En estos momentos, desde aquí, queremos transmitir a sus familiares nuestras condolencias y también nuestro sincero agradecimiento por todo lo que de él hemos recibido . Podemos sentirnos orgullosos de él.
¡MUCHAS GRACIAS, JULIO!