TODO UN RECORD. Manuel de Unciti

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Avanza a velas desplegadas la causa de beatificación del Papa Juan Pablo II. El proceso ha durado desde su inicio un año y nueve meses, lo que no deja de ser todo un récord, y más cuando su intensa biografía cubrió más de ochenta años y de éstos los casi últimos veinticinco hubieron de apechugar con el peso y la responsabilidad de presidir y dirigir a la comunidad católica, integrada por unos mil quinientos millones de hombres y mujeres de todo el mundo.

Quienes hace ahora dos años pedían a voz en grito en la Plaza de San Pedro y con el impacto de unas cuantas pancartas ‘Santo subito’ -‘Santo ya’- pueden estar tranquilas. Sus deseos van camino de ser satisfechos dentro de poco tiempo.

Quizá demasiado pronto, al decir de no pocos cristianos. No les gustó, en su día, que el Papa actual, Benedicto XVI, se saltara a la torera la norma canónica que solicita un mínimo de cinco años de demora antes de comenzar el proceso diocesano de beatificación. El Papa, en respuesta a una demanda ‘popular’ que muchos consideran más inducida que espontánea, dio luz verde para que la diócesis de Roma iniciara el proceso que, de seguir todo bien, elevará al Papa polaco a la gloria de Bernini.

Que Juan Pablo II murió en olor de santidad o con reconocida fama de santo, es un hecho incontrovertible; pero pocas son las dudas que caben, por la parte contraria, sobre el empeño y sobre el compromiso de algunos sectores cristianos más tradicionales de provocar campañas de opinión pública para acelerar el proceso de beatificación de una personalidad gigantesca con una biografía por demás azarosa y, por ello, por demás controvertida.

¿Ojalá todo proceda con el ritmo y la pausa que el mundo de hoy exige para las cuestiones más graves! Ese ritmo y esa pausa que se ha impuesto, valga por caso, a la beatificación del ‘santo de las Américas’, el grandioso y controvertido monseñor Romero, tan demandada y exigida por millones y millones de fieles. O a la causa, ya de canonización, de Juan XXIII, dado que su beatificación se hizo pasar sin pena ni gloria, algo así como de tapadillo.