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He estado fuera unos días, y me encuentro con el fallecimiento del obispo emérito Setién y, sobre todo, con la cascada de comentarios y opiniones en torno a su figura que al parecer no ha dejado indiferente a casi nadie. Si lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia, ciertamente que el prelado vasco ha concitado todas las filias (pocas) y fobias posibles, calumnias e insultos incluidos. Entre la barahúnda, destaca un mantra sobre su figura por encima del resto del cual es difícil sustraerse: “El difunto obispo de San Sebastián condescendió con los terroristas y fue implacable con las víctimas”.
Es un titular destacado en la prensa española (El País). Y en el texto, se afirman cosas como estas: “No tuvo compasión con los muertos de ETA y sí tuvo condescendencia con los pistoleros”. Es una muestra que resume, a mi entender, la mayor parte de comentarios publicados sin atisbo de matización o de referencia al legado de su pensamiento. Su mayor delito, en mi opinión, ha sido estar en contra de ETA y, a la vez, en contra de otras violencias. Le criticaron por equidistante cuando lo que hizo fue apuntar a las raíces. En cambio, muchos que continúan denigrándole, mantienen su tibieza con el franquismo y su aplastamiento de todo lo que no servía a sus intereses.
Le acusan de ser un obispo político al servicio de intereses poco eclesiales, acusación que sortean la mayoría de obispos, desde Franco hasta nuestros días, que han sido nombrados precisamente por su docilidad al caudillo, y por su acendrada defensa del españolismo ultramontano. Sin ir más lejos, el cardenal Cañizares no hace tanto nos adoctrinó con este imperativo político: “La unidad de España es un bien moral”, lo cual implicaría que los nacionalismos diferentes al español que democráticamente busquen un acomodo legal a su sentir diferente son, en sí mismos, moralmente malos. O peor aún, que para la Iglesia católica, España es un bien moral sin detenerse ante los estropicios del Nacionalcatolicismo al que se adhirieron gustosamente la mayoría de la jerarquía católica, con honrosas excepciones, entre las que se encontraba José María Setién.
De hecho, él no es el único que pensaba y sigue pensando sobre una de las causas de la aparición de ETA como reacción franquista: “No cabe duda que el régimen de Franco creaba un clima en el cual ETA podía desarrollarse de una forma especial”.
A finales de 2007, el prelado vasco publicó el libro Un obispo vasco ante ETA, en el que opinaba sobre la posibilidad de que el Lehendakari y el líder de los socialistas vascos se sienten en el banquillo por dialogar con los terroristas. Y reflexionaba así: “Se está permanentemente hablando sobre que los problemas políticos y sociales deben resolverse a través del diálogo y ese diálogo no sólo es posible, sino que es autorizado, como se autorizó en el caso del presidente Zapatero para que pudieran dialogar con ETA. Eso quiere decir que el diálogo con ETA, por sí mismo no es ninguna acción que sea contraria a derecho. Porque en tal caso tampoco el parlamento podría haber autorizado para que el presidente realizara una acción que es en sí misma contraria a derecho. No solamente para buscar la pacificación sino con otros fines. Pues también eso es posible”, sobre todo cuando “no tenían esa voluntad de potenciar y servir de alimento para la violencia de ETA.
Si tuviera a ETA delante, Setién afirma en el libro que les diría que si quiere buscar la liberación del pueblo vasco, lo que habrá que hacer es atenerse a lo que ese pueblo vasco quiere. Y lo que ese pueblo quiere es que ETA desaparezca como un movimiento de violencia. Que reconozca a las vías dialogales y políticas como las únicas que deben primar para resolver los problemas políticos”.
Pero estas y otras de sus reflexiones similares quedan silenciadas para la mayoría de cristianos fuera de Euskadi, como los mensajes esenciales de las pastorales conjuntas de los obispos vascos en la época de Setién para demostrar su compromiso evangélico. Tampoco leo en quienes se rasgan las vestiduras que Setién fue lacerado no solo por su ambigüedad con ETA y de menospreciar a las víctimas, sino también por el mundo radical cercano a ETA por sus críticas a la violencia y a que se considere a sí mismo como representante del pueblo vasco. Mientras arrecian las críticas contra José María Setién, los herederos del Nacionalcatolicismo tienen pendiente el pedir perdón por “aquella Iglesia” y por desentenderse de la reconciliación.