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Sensus fidei populi dei (Sentido de fe del Pueblo de Dios)(I) -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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En mi artículo del 22 de Mayo de 2010, titulado “La miseria de la excelencia (II)” traté también, de refilón, este tema. La traducción del título es, “EL sentido de fe del pueblo de Dios”. Y esto quiere decir que la tradición teológica reconoce al “pueblo de Dios”, es decir, a los miembros de la Iglesia en su conjunto, o en una muy buena mayoría, un sentido para las cosas e implicaciones de la fe. Pero este reconocimiento por parte de la Teología es aprovechado por la jerarquía, generalmente, solo cuando ese sentido sopla a favor de sus postulados y enseñanzas, es decir, sopla a favor. Cuando lo hace en contra, es desconocido, ignorado, o rechazado directamente.

Ayer veíamos la opinión de la mayoría de católicos alemanes en temas que no coinciden, para nada, con las enseñanzas del Magisterio. Y como esas enseñanzas sobre temas morales, no dogmáticos, no tienen por qué tener carácter irreversible, y ni siquiera deberían considerarse asuntos capaces de una definición dogmática, cuando el pueblo entero, o en su inequívoca mayoría, las rechaza, habrá que confiar en ese “sentido de fe del Pueblo de Dios”. Pero a nuestros jerarcas les gusta de estar siempre a la maduras, y rara vez, -yo no conozco ninguna-, a las duras.

Ahora propondré dos casos de estos dos aspectos, en los dos sentidos:
1) Una de las ocasiones en que más se usó, y se aprovechó, este sentido de fe del pueblo de Dios fue en el proceso de proclamación del Dogma de la Asunción de María. Desde Roma se solicitaron sucesivos informes, primero de todos los obispos del mundo, después de las facultades de Teología y de Biblia, y de los teólogos y biblistas, y después de todos los colectivos que quisieron colaborar en la consulta. Todo ese material fue revisado y minuciosamente estudiado por expertos del Vaticano, al que después se unió, en una actitud ejemplar, la opinión de aquellas iglesias, que se prestaron a dar su parecer, y, si no recuerdo mal, se logró el parecer favorable a la proclamación de la Iglesia Ortodoxa y de la Iglesia Anglicana. Así que el papa Pío XII puedo proceder a la definición con las espaldas bien cubiertas por el sentido de fe del pueblo de Dios. Claro que se trataba de un caso y de un tiempo, por los años cincuenta, en que la Iglesia, y prácticamente todo el pueblo cristiano, estaba muy sensibilizado para esa proclamación, por la secular devoción y práctica litúrgica de la fiesta de la Asunción.

2) Pero en nuestros tiempos, cincuenta años después del concilio Vaticano II, las cosas son bien diferentes. Veremos, si estamos bien atentos, cómo el Vaticano, es decir el aparato administrativo de la Curia Romana, reacciona a las respuestas que llegarán de todo el mundo a los cuestionarios enviados desde Roma. Porque se encontrarán con cosas como éstas:
a) En contra de las enseñanzas del Magisterio sobre la gravedad de los comportamientos sexuales fuera del Matrimonio, la gran mayoría del pueblo de Dios de hoy no le concede esa gravedad a esos comportamientos, y difícilmente podríamos convencerle de pecado. ¿Aceptará pacíficamente la jerarquía de la Iglesia ese juicio moral del Pueblo de Dios? ¿Modificaría su enseñanza?

b) Detallando un poco, hay serias dudas de que las relaciones prematrimoniales, mayoritarias hoy entre las parejas, también en España, fueran aceptadas como comportamientos aceptables para la estricta y estrecha moral que hasta el mismo día de hoy proclaman la mayoría de los obispos de la Iglesia. Y, todavía más impensable en el caso de la CEE (Conferencia Episcopal Española), con sus buenos ejemplares de guardianes a ultranza de la moral sexual.

c) El mismo fenómeno nos encontraremos si nos atenemos a la actual situación social y eclesial de los homosexuales, y más si nos referimos a las parejas de los mismos unidos por enlace matrimonial. El que sea mayoría en el pueblo de Dios, entre los afectados, que considere ético su comportamiento si se realiza según la seriedad de las leyes civiles no pienso que haría cambiar la actitud de los guardianes de la ortodoxia moral.
d) Lo mismo podríamos decir de los católicos unidos por el sacramento del Matrimonio y después divorciados o separados. En las grandes ciudades esa situación no es óbice para que se acerquen a la comunión.

e) Y termino, para no cansar, con un fenómeno que no querría dejar pasar sin mencionarlo: insisten ahora, hace unos años, desde las instancias normativas y orientadoras de muchas diócesis españolas, y lo vimos en las últimas celebraciones de lasa JMJs, en la importancia de la confesión frecuente. Pues bien, aquí sí que habría que armarse de valor y recomponer toda la praxis eclesial desde la profunda, sutil, pero acertada sensibilidad de la fe del pueblo de Dios: excepto los miembros de unos grupos minoritarios, de todos conocidos, se puede decir que hoy ya nadie se confiesa. Y, sin embargo, cada vez comulgan más los católicos que acuden a la Eucaristía.

(Mañana sacaré conclusiones de estos presupuestos. Ahora no me quiero alargar)
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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