«Cuando las situaciones comienzan a hablar y las personas escuchan sus voces, entonces emerge el mundo sacramental»
Estamos en torno a una mesa, en la Residencia de Tiempo Libre de Aguadulce(Almería). Inconfundibles ellas, las Isabeles: Cari, Isabel y Turri. Ya nos habían visitado hace unos meses y les habíamos acompañado a conocer Baeza.
Coincidió con un día de inmensa niebla y un frío desolador. Mientras nos calentábamos con un delicioso caldito de cocido, como la bebida más apropiada a media mañana, les propuse una “entrevista”.
Nos íbamos a ver en esta convivencia cristiana a finales de marzo. Estamos al lado de su tierra y aquí se sienten más en su salsa. Ellas hablan y yo intento recoger cuanto dicen. Imposible consignarlo todo porque nos hemos tirado más de dos horas de charla.
Lo intransferible de esta conversación es que hablan las tres, se complementan, añaden nuevos detalles, nos reímos a mandíbula batiente… Te atragantas de tanta humanidad y de tanta experiencia cristiana, vivida con inmensa alegría y con una sencillez fascinante.
La “cosa” empezó hace ya unos pocos años (en 1963!!) allá en Huércal-Overa (Almería), su pueblo natal. Empezaron a tomarse en serio el evangelio y esa “locura” de la comunidad de bienes: -A partir de la experiencia de los primeros cristianos, a ver si se podía vivir como hermanos sin ser parientes. (Se enganchan a la tertulia Margarita, hermana de Isabel, y Juan, su marido, que viven en Cullera –Valencia-).
Marga apostilla: -En el pueblo, ya eran “rojillas”. Las “señoritas” del pueblo las tenían enfiladas. Le abrían los ojos a las criadas y empezaban a sacudirse el sometimiento y la casi esclavitud que soportaban. Un sólo dato: las “señoritas”, de comunión diaria, tenían su fregona para ellas. Pero las criadas tenían que fregar de rodillas. –Trabajando de criada, cumplí yo los doce años-, dice Cari. Y me daban doce duros al mes.
Cuentan una anécdota deliciosa sobre el alcalde del pueblo, quien después de comulgar se ponía con los brazos en cruz delante de una imagen del Nazareno. -¡Baje Vd. esos brazos!, le dijeron un día, precisamente porque se cruzaba de brazos ante el caso de una mujer a la que habían puesto los cuatro muebles en la calle por no pagar el alquiler. La historia es más larga. Pero también el cura recibió su andanada: -¿Y tiene Vd. agallas de darle la comunión a este hombre?…
Nos vamos haciendo una idea del talante de estas personas. Dios las cría y ellas se juntan. Por fin, el 21 de enero de 1971 (¡no se les olvida el día!), se lían la manta a la cabeza.
Se vienen a Balerma, un antiguo poblado, al abrigo de una torre de protección marítima. Pertenecía al municipio de Dalías hasta que, en 1982, pasó a depender de El Ejido, con la creación del nuevo municipio. Había empezado la gran expansión de los invernaderos almerienses. -No sabíamos ni dónde íbamos a dormir.
Nos buscamos una casilla. Pero sus familias no entendían nada: -Imagínate, en aquellos años, irse del pueblo. –Mi padre nunca lo entendió. -Mi padre decía: Pero esta chiquilla, teniendo una casa, teniendo posibilidad, irse a pasar faltas… (Y las pasaron. ¡Vaya que si las pasaron!). –Mi padre tampoco lo entendió porque mi trabajo era una entradilla de dinero en casa. En fin, salieron del pueblo a las seis de la mañana. El viaje fue otra experiencia. Iban en un camión, con aquellas maletas de cartón que tanto recordaban la emigración a Europa. Con la lluvia, el cartón se fue deshaciendo y sólo quedó un amasijo de ropa mojada que había que recoger casi con una pala.
El objetivo inicial era formar una “comuna” de inspiración cristiana, con comunidad de bienes. No había estatutos ni reglas.
Se contaba con la buena voluntad de cada persona. El trabajo en común se inició a base de préstamos. Llegaron a estar hasta 23 personas en el grupo. –Poca comida, mucho trabajo y poco descanso. A brochazos descriptivos, resumen la experiencia de muchos años que yo no puedo ni remotamente sintetizar aquí. Por una parte, el desconocimiento del trabajo en la agricultura (le quitábamos la flor a los tomates, en lugar de las hojas). La dureza del trabajo en el invernadero, en “La Cerca”. Los hombres le echaban la culpa a las mujeres, cuando en realidad eran ellos los que menos trabajaban. Los bancos se comían toda la producción, debido a los intereses altísimos… Un voluntarismo tesonero e inasequible al desaliento, pero muy poca organización. Y, ya se sabe, “cuando no hay harina, tó es mohína”.
La gente se iba yendo. –Todos querían su parte. Para conservar la tierra y pagar a quienes se iban, se pedían nuevos préstamos… Por fin, nos quedamos nosotras tres y un matrimonio con seis hijos… y ONCE PRÉSTAMOS a más del 18%, como estaban entonces. Mucha gente les había anticipado: -Cuando se los criéis, se van. Y así fue. La precariedad económica era tan extrema que, cuando visitaban a sus familias en Huércal-Overa, veníamos llenas de comida. Para sobrevivir, hubo que buscar trabajos alternativos que aportaran alguna liquidez. Se desplazaron a Adra para coger habichuelas. Cari entró como cocinera del nuevo colegio. Turri se colocó de contable en una cooperativa de productos fitosanitarios. Isabel trabajaba en el campo por la mañana y luego en la cocina del colegio. Contra viento y marea, seguían poniendo todos los ingresos en común. Los niños eran lo primero. Que no les faltara de nada.
En la trastienda de estos relatos y de estas anécdotas se deja entrever una experiencia agridulce. Mucha ilusión, enorme entusiasmo, esfuerzo incansable, utopía y generosidad a espuertas… pero la ruda realidad termina por imponerse. Y es que no basta la sola buena voluntad a la hora de organizarse desde el punto de vista económico y productivo. Desde las pequeñas escalas hasta el gran reto mundial, seguimos con la asignatura pendiente de crear estructuras de solidaridad que consigan atar todos los intrincados hilos de esta sociedad nuestra tan horrendamente injusta: garantizar el reparto de los bienes, el reparto del trabajo y el reparto de las responsabilidades.
Para hacer frente a los préstamos y para pagar “la parte” a quienes se iban del grupo, tuvieron que vender tierra y, por fin, se quedaron con 4.700 m2 de invernadero. -Fue separarnos ¡y la gracia de Dios nos vino encima! El rostro de Isabel se transfigura: – ¡Como un jardín estaba nuestra “finquita”! Entraron en la cooperativa de comercialización y allí se encargaban del envasado. -Fuimos a Holanda… En una palabra, se hicieron agricultoras de invernadero, aprendieron nuevas técnicas de cultivo. Aprendimos a amarrar los pimientos a tres tallos (¡!). Todavía les sobró generosidad para ayudar a Domingo, el párroco que se había secularizado, hasta que se fue abriendo camino en Granada.
No era poco el trajín que llevaban estas mujeres con su invernadero. Pero a ellas les parecía poco. Los ojos y el corazón muy abierto al mundo cercano del que formaban parte. Estamos hablando de los últimos años de la dictadura franquista y de los balbuceos de la democracia. Los terrenos agrícolas de Balerma eran de un solo propietario que vivía en Granada. Inicialmente se trataba de bancales semidesérticos y casi improductivos que el propietario arrendaba por parcelas. A medida que avanzaban los enarenados y los invernaderos, las tierras adquirían un valor insospechado. Aquello era “el Oeste” y despertó “la fiebre del oro-tomate”.
La gente bajaba en masa desde la vecina Alpujarra, primero, para trabajos de temporada y, luego, para quedarse. Se soportaban todas las penalidades y todas las carencias con la ilusión de mejorar y hasta enriquecerse.
A mediados del s. XX, El Ejido tenía apenas 3.000 habitantes. En el 2000, alcanzó los 53.000 y en 2007 pasaba de 78.000, sin contar la población inmigrante sin papeles. Por su parte, Balerma superaba los 4.200 habitantes en 2006. Si retrocedemos en el tiempo más de 30 años, podemos barruntar la colosal brecha que tuvo que abrir este pueblo de aluvión, haciendo camino al andar. -Cuando llegamos, había nueve luces en el pueblo. Por supuesto, las calles sin asfaltar. -Los niños tenían la escuela en un almacén y hacían sus necesidades en los cañaverales de enfrente. No estaban solas, desde luego, y hubo mucha gente que arrimó el hombro. –Nos ayudó mucha gente.
Un gran reto fue conseguir la propiedad de la tierra. En 1978, una delegación de arrendatarios negoció en Madrid con el antiguo Instituto Nacional de Colonización. Como medida de presión, otro grupo de agricultores realizaba simultáneamente una huelga de hambre en el salón parroquial. Se consiguió la venta directa de las tierras desde el propietario a cada arrendatario. Había que crear una Asociación Vecinal que ayudara a tomar conciencia colectiva de los derechos y que diera cauce a las reivindicaciones ciudadanas. Infinidad de visitas al Ayuntamiento de turno y a las distintas delegaciones provinciales.
Consiguieron un preescolar. Y, de nuevo, el conflicto: el alcalde de El Ejido quiso llevarse la unidad de preescolar al núcleo principal de población, en pleno crecimiento, y precisamente hacia unos terrenos que eran del propio alcalde. Nuevas movilizaciones hasta conseguir el servicio educativo para Balerma.
Hubo que realizar ingentes esfuerzos para que el Ayuntamiento asignara unos terrenos donde construir un colegio con 16 unidades. Fue inmenso cuando, en el 82, el pueblo entero se movilizó descargando todo el mobiliario y todo el menaje de cocina para que el colegio empezara a funcionar cuanto antes. Por si fuera poco, todavía tenían tiempo y energías para organizar una Asociación Cultural. Se sienten muy satisfechas del Grupo de Teatro que fue surgiendo y del que ahora forman parte muchos hijos de aquellos primeros inicios.
Teatro infantil y teatro adulto. Y un aliciente imaginativo, entre tantos otros. Realizan con niñas y niños recitales de poesía. Para darle más cercanía y vivencia, programan excursiones a los lugares de origen de los poetas que recitan. En concreto, ya han visitado Orihuela, para conocer la tierra de Miguel Hernández y Fuente Vaqueros para conocer el pueblo natal de García Lorca. Ahora están programando visitar Baeza para hacer un recital de poesía en el mismo Instituto de Enseñanza Media donde enseñó Antonio Machado (Campo de Baeza / soñaré contigo / cuando no te vea).
¿Más cosas? Pues sí. Ahí está la creciente inmigración que en El Ejido tiene resonancias tan penosas. El cuento de nunca acabar… A lo largo de estas dos horas de “entrevista”, el grupo inicial ha ido aumentando, atraído por las risas y los comentarios. Terminamos porque hay que seguir el horario de nuestra convivencia. Pero queda el broche de oro. Al principio de la charla, han puesto una canción de la Misa de la Alegría. También al final de la mañana del domingo, en la Eucaristía. Isabel no puede contenerse: salta al ruedo y empieza a bailar. Su inconfundible margarita en la oreja, su cuerpo menudo y juncal, su garbo, su elegancia y su ritmo arrancan el aplauso cerrado de toda la comunidad.
En ese contexto de intensa alegría y de vivencia fraterna, hemos profundizado nuestra experiencia de Cristo Resucitado, presente y activo en el grupo. Comprobamos, una vez más, que el mensaje de Jesús supera todas las fronteras religiosas, políticas, culturales y sociales porque es patrimonio y oferta para toda la humanidad.
¡GRACIAS, ISABELES! Por el cariño que os tenéis y por el cariño que derrocháis. Junto con otras muchas personas, habéis abierto senderos por donde ahora puede caminar mucha gente aunque no conozcan los esfuerzos que se derrocharon para abrir brecha. Como Jesús de Nazaret, seguís inyectando utopía y esperanza en vuestra concreta historia humana.