“Se empieza por ceder en las palabras, y se termina cediendo en todo” (S. Freud)
Querida Marga, hermana, amiga, compañera, mujer de la tierra…
Te dejo unos pensamientos matutinos e inspirados por la sabiduría de Freud. Ayer me escribiste (en esa belleza de carta que atesoro en mi corazón): «pero, Marian… haber seguido «atada» a Santa Cruz a través de la revista… era altamente probable que perdieras también ese espacio, esa conexión con la comunidad.» Aquí van unas breves reflexiones…
En primer lugar, yo tengo elaborada desde hace un largo tiempo mi salida de la iglesia católica y de la parroquia Santa Cruz en particular. Como mujer de la palabra que soy, así lo hice saber a todos mis compañerxs poetas en una «carta circular» de marzo de este año, en la que me pronuncié con claridad: «No puedo ni quiero que mi presencia o mi palabra avalen la ideología, la praxis ni los privilegios de esta institución.
Nunca más.» Sentí la necesidad de que todxs mis compañerxs supieran dónde estaba parada y desde dónde me comunicaría diariamente. De todos modos, el equipo de la revista me invitó (casi suplicando, agregaría como nota de color) a que siguiera escribiendo: «no es imprescindible pertenecer a la institución» para colaborar desde las páginas de la revista en dar cuenta de la pluralidad de miradas sobre la realidad nacional, internacional o la propia experiencia creyente. De hecho, si te fijás, hay otros colaboradores «externos»; ya sé, ninguno es marxista ni trotskista, y yo tampoco lo era al decidir continuar, pero no me pusieron como condición «no aceptamos escritorxs de izquierda».
Y de hecho siempre recibí muy buenas impresiones de mis textos, tanto del equipo como de gente de la comunidad que me llegó a decir «lo primero que busco en la revista es tu nota», o «por favor no dejes nunca de escribir». Te confieso: yo me sentía una diosa. Y libremente le hice durante tres o cuatro meses la campaña al Frente de Izquierda con nombre completo y programa, entremezclándolo con breves ensayos de política, opiniones sobre la coyuntura nacional, la crónica de mi viaje al sur, etc. Nadie dijo ni mu.
¿Qué pasó entonces con esta crónica intimista de la jornada electoral?, ¿qué disparó esta nota que la censura fue inmediata y tajante: «no la publicamos»? Aquí es el punto en que te invito a pensar, porque desvelar el misterio es aproximarnos a la comunión (permitime usar esta palabra tan significativa para los cristianos, es en verdad el «peso» que quiero otorgarle), digo entonces, aproximarnos a la comunión «sistema capitalista-institución iglesia católica»; y estamos hablando de una comunión de muerte, de hambre, de exclusión, de explotación que se contradice abiertamente con el discurso que la institución ha sotenido por siglos en memoria de su maestro y fundador.
Yo pienso que a la institución le subleva que haya hombres y mujeres comprometidos con lucidez y coraje en el cambio de las estructuras de explotación (de las que ella forma parte como «patrón» y «contenedor»), muy muy lejos del perfil inocente de una madre Teresa; pero agregaría que lo que más le subleva a la iglesia es que estos hombres y mujeres que ofrecen su palabra y su cuerpo para la lucha, y entre quienes orgullosamente me cuento, sean inmensa e intensamente humanos; tan humanos que se identifican con el dolor de los de abajo y hasta se duelen con ellxs, de tal modo que entre ellos/nosotros la palabra adquiere la fluidez que la iglesia ha perdido a fuerza de incoherencia y torpeza.
Y en ese terreno de comunicarnos humanamente unos con otros y darnos razones del estado de las cosas, donde unos pocos explotan y se enriquecen y otros solo trabajan de sol a sol para llevar apenas un poco de pan a su mesa, es ahí donde la iglesia pierde definitivamente la batalla sutil y silenciosa para salir a mostrar su verdadero rostro. «De eso no se habla» sentencian: la censura no refiere a mi postura política, ni a la difusión del nombre de un partido; la censura va por el silenciamiento de lo vital, de lo que vuelve a estar vivo, encendido a partir de lo que nos comunicamos humanamente, entre compasiones, ternuras y certezas quienes estamos decididamente del mismo lado, en la misma trinchera.
Segundo: perderme para la revista es una oportunidad de encontrar escritorxs mayores, no lo dudo. Pero perderme es por sobre todas las cosas perder una síntesis humanamente bella de raíces y sueños que la comunidad de santa cruz lleva en su corazón y reconoce en mis palabras; tanto como pierde la posibilidad de orientarse con otros mapas, o al menos de saber de su existencia y comparar. Perderme es quitar una lámpara encendida y dispuesta a iluminar. Y es en ese sentido que tu apreciación «era altamente probable que perdieras también ese espacio» junto con el silencio y la inacción de la mayoría, al menos de los que están al tanto de la jugada, me hablan del estado de la comunidad a pesar de sus liturgias y discursos.
Nadie se atreve a enfrentar política y colectivamente una injusticia. Entonces, querida Marga, no es la iglesia única responsabilidad de sus cúpulas autoritarias y opresoras; hay cantidad de hombres y mujeres libres y amorosos que siguen avalando con su presencia la ideología de la institución, que a esta altura de la historia, no está hecha de las anécdotas sobre curas que traicionan su celibato.
La institución es sostén y beneficiaria del sistema capitalista, y contra él yo lucho.
Te abrazo, Marga, en la profunda comunión de nuestro caminar como mujeres de la tierra
(ahora sí con el significado radical que nuestro cariño le otorga)
(Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base)