LA VIDA EN UNA COLA. Diego Barcala

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El País

Las esperas para tramitar papeles en Extranjería, Documentación y Tráfico oscilan entre una y cuatro horas. Si se estableciera una clasificación de colas de espera en Madrid, la lista estaría encabezada por la oficina de Extranjería, con más de cuatro horas, seguida de la Unidad de Documentación de la calle de Santa Engracia, donde se tramitan carnés y pasaportes, con más de dos. El tercer lugar lo ocuparía la Jefatura Provincial de Tráfico, con más de 60 minutos. En las tres oficinas admiten «deficiencias» y «colapso en el servicio» en el caso de la Brigada Provincial de Documentación y Extranjería.

«Desde hace un año estamos desbordados, pero en el Ministerio de Interior
nos dicen que no hay presupuesto para solucionarlo», afirman los
responsables de las instalaciones de Extranjería. A lo largo de los
soportales de la puerta principal de la antigua cárcel de Carabanchel, más
de 2.000 inmigrantes hacen cola durante más de cuatro horas todos los días.
«Algunos llegan al amanecer aquí para no soportar la cola». «Es inhumano».
«Una vergüenza», reclaman tres jóvenes de Colombia y Ecuador en un pequeño
corro. La inmensa cantidad de inmigrantes es atendida por 30 funcionarios.
Cuando se inauguró hace un año se dijo que trabajarían 500 para todo el
complejo, que incluye la comisaría de Latina y el Centro de Internamiento de
Inmigrantes.

«La oficina es moderna, pero aquí no se puede trabajar con tranquilidad»,
afirma una de las trabajadoras del edificio, mientras ordena una cola de los
afortunados que han llegado al interior. El horario es por la mañana de
nueve a dos y por la tarde de cuatro a siete. No hay billetes de turno. Se
hace «para evitar su venta», afirman los policías que vigilan la entrada al
edificio. A las siete se cierran las puertas sin guardar el puesto para el
día siguiente. «A veces abrimos hasta las nueve, para atender a todos, pero
no siempre es posible, y tienen que volver a hacer la cola al día
siguiente», afirman los responsables.

El calor es sofocante y en la cola aparecen los abanicos y los paraguas
utilizados como sombrillas. Las altas temperaturas hacen la espera
insoportable, pero «peor es el frío del invierno», asegura uno de los
agentes en la puerta del edificio. Mientras se seca el sudor, muestra un
ventilador atado artesanalmente al techo de la garita, que tiene todas las
ventanas tapadas con cartulinas azules para que no entre el calor. El aire
acondicionado no funciona.

Las caras de los inmigrantes denotan cansancio, sofoco y desesperación. Pero
siempre en silencio. La inseguridad por su regularización silencia las
quejas.
No ocurre lo mismo en la calle de Santa Engracia, en la Unidad de
Documentación de Españoles. Allí los lamentos se hacen palpables. «Creía que
iba a ser un trámite y he tardado dos horas y cuarto para renovar el
pasaporte, ahora llego tarde a trabajar», afirma una joven que tiene un
billete a Brasil para el día siguiente. «Lo dejan para el último día y se
forman las aglomeraciones», afirma Carlos Braña, inspector jefe al cargo de
la oficina.

No opina lo mismo Antonio Baldeque, un padre de familia que acompaña a sus
hijos de 14 años a hacerse el DNI y se queja: «Es indignante, he tenido que
abandonar la cola para cambiar el billete de aparcamiento cuatro veces y el
día 29 de junio sólo tardé 20 minutos».
Durante todo el mes se han registrado colas que llegan al final de la
manzana, en la calle de Zurbarán, reconoce el inspector jefe. «Pasa todos
los años lo mismo». Las escaleras de la iglesia del Monasterio, colindante a
la oficina, sirven de improvisados asientos de espera. Algunos precavidos
sobrellevan la espera con un libro o un reproductor MP3. La media de edad es
joven y muchos de ellos, como Paloma Zabala, dejan el papeleo para el último
día.

«No podemos hacer más. Expedientamos 400 pasaportes diarios y 300 DNI»,
afirma Braña, que destaca dos motivos por los que los madrileños eligen la
oficina de la calle de Santa Engracia antes de las abiertas en las calles de
Los Madrazo (Centro), 12 de octubre (Retiro), Javier del Quinto (Hortaleza)
y Gigantes y Cabezudos (Villaverde): «Es la mejor comunicada y tiene el
horario más amplio». Braña tiene en su oficina 11 funcionarios. «Hasta el 15
de septiembre, tenemos un horario especial para las tardes con horas extras
de los trabajadores», afirma el inspector.

«Entre que se van de vacaciones y a desayunar a media mañana, esto es
horrible», dice uno de los atendidos. Braña acepta parte de la queja y
reconoce: «Tenemos a 12 personas de vacaciones, y cuando vuelvan se irán
otras 12». A la una de la tarde, la cola acumula cerca de 100 personas. Ana
García, de 17 años, es la última. Sabe que a las 14.30 se cierran las
puertas y sólo se atiende a los que ya están dentro. «No puedo hacer otra
cosa, me voy mañana a EE UU y necesito el pasaporte».

Una cola célebre

Una de las colas desgraciadamente más célebres entre los madrileños es la de
la Jefatura Provincial de Tráfico, situada en la calle de Arturo Soria, 143.
Es la única oficina disponible en la región para hacer los trámites de los
permisos de conducir y los vehículos. La media de espera supera la hora. Las
«deficiencias de atención» son reconocidas por Cristóbal Cremades, jefe
provincial. «Sabemos que tenemos problemas y que necesitamos mejorar, pero
hay que aceptar nuestro enorme volumen de tramitación». De nueve de la
mañana a una y media de la tarde se tramitan en esta oficina 2.400 vehículos
y 1.800 permisos de conducir.

El desbordamiento en la sede provincial es palpable, por ello se ha
proyectado una nueva en Alcalá de Henares que Cremades espera inaugurar «a
principio de 2007». Hasta que se inaugure, la oficina tendrá que seguir
recibiendo reproches como el de Jaime Jiménez, un usuario que califica la
burocracia de tráfico como «tercermundista».

2.000 personas, dos letrinas

Periódicos usados esparcidos por el suelo, las escasas papeleras a rebosar y
restos de comida en las esquinas. Los soportales de la antigua cárcel de
Carabanchel se han convertido en un vertedero que desprende un olor
insoportable. Pero dan sombra, y a más de 35 grados, es el único refugio de
los más de 2.000 inmigrantes que acuden cada día a regular su documentación
a las oficinas de la Brigada Provincial de Documentación y Extranjería. Una
treintena de funcionarios atienden sus requerimientos durante ocho horas
diarias.

De todas las colas burocráticas que se suceden en Madrid, la de Carabanchel
es una de las más numerosas y la que menos medios tiene para tratar a los
que esperan. Dos únicas letrinas de plástico atienden las necesidades de los
inmigrantes que pasan allí cerca de cinco horas hasta que son atendidos.
Regina es una voluntaria de Médicos del Mundo que acude allí todas las
mañanas para informar de los proyectos de la asociación humanitaria. «Es más
fácil comunicar los problemas a gente que conoce en primera persona lo que
significa la miseria y la necesidad», dice la voluntaria.

A las dos de la tarde, la lenta fila se para. Es la hora de comer y los
funcionarios salen durante dos horas. Nadie se va. Ninguno quiere perder su
turno. Muchos abren su mochila para sacar un bocadillo. «¿Un refresco,
cerveza?». Varias personas, también inmigrantes, venden con sigilo bebidas.
«Hace unos días vino el Samur a atender a unos cuantos que se habían
intoxicado con comida en mal estado», afirma la voluntaria de Médicos del
Mundo.

Una carpa prestada por la comisaría del distrito de Latina, en el mismo
edificio, da sombra a los niños y las embarazadas. «No tenemos ningún
preparativo especial para el calor», dicen los responsables de las
instalaciones que se defienden: «Interior nos ha dicho que no hay
presupuesto para más».

«En una semana, un tercio de la plantilla se va de vacaciones», lamenta un
funcionario de la oficina. Sus puestos no serán suplidos aunque en el
Ministerio de Interior prometen «próximos refuerzos».
Desde el sindicato de funcionarios CSIF declaran que «es necesario un
aumento de personal para atender a la demanda». «Se atiende a todo el mundo
en el día», aseguran en Interior.

Gonzalo, un argentino que ocupa el último puesto, no se desanima viendo lo
que le queda. «Después de un año esperando, me llegó ayer la carta para
tramitar mi tarjeta».