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Religión y celibato -- Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nóbel de la Paz

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Alainet

El sentido de la trascendencia está en la vida de cada persona y de los pueblos, la necesidad espiritual de comunicarse con Dios, poseedor de la palabra de todos los nombres y de ningún nombre. La invocación de esa energía primordial está en la revelación que da sentido y contenido a la vida desde los orígenes de la humanidad. Cada pueblo, cultura, identidad y pertenencia encuentra la presencia de la divinidad en si mismo, en los demás, en la comunidad, en la naturaleza y en el cosmos, incluso en la razón, en todo aquello que no alcanza y que únicamente es aprensible y comprensible en la fe.

Religiones como el budismo, el hinduismo, la Iglesia Católica, a través del tiempo impusieron el celibato a sus miembros, sacerdotes, religiosas y monjes; la iglesia Católica tomó esa decisión en el Concilio de Trento, aunque desde hacia mucho tiempo estaba impuesto en la vida monástica.

No voy a analizar las razones que llevaron a esa resolución; pero el objetivo central fue el de fortalecer la entrega total a Dios, romper los lazos que pudieran establecer vínculos sentimentales y pertenencia a otros afectos y los desvíos provocados en la vida religiosa.

Jesús no buscó entre sus discípulos a los célibes, Pedro y los otros discípulos estaban casados. En los primeros siglos de la iglesia los sacerdotes formaban sus familias, tenían una vida “normal” dedicada a Dios. La iglesia en su estructura institucional ha diferenciado los roles e impuesto el celibato a los religiosos atándolos a condiciones que no son naturales; imponiendo aquello que debiera ser asumido en libertad para quienes quieren dedicar su vida religiosa a Dios.

Nadie puede exigir Amar por decreto o normas impuestas. La opción y entrega total a Dios es un acto de libertad que surge del amor. Jesús eligió a sus discípulos en libertad, incluso a quien sabía que lo iba a traicionar. Para abordar un problema tan complejo y delicado hay que hacerlo con mucho respeto y comprensión.

Muchos religiosos, sacerdotes y religiosas se encuentran como seres humanos con serias dificultades que muchas veces los llevan a tener que vivir el amor clandestino; eso no es bueno, llegando a situaciones dolorosas que atentan contra su conciencia, y pertenencia y compromisos asumidos, decisiones de vida.

Algunos, en su desviación sexual llegan a la pedofilia, son personas enfermas que dañan la vida de otras personas, a niños y niñas.

Hay que volver a las fuentes del cristianismo, a su mística y valores. Jesús frente a la mujer adultera condenada a apedrearla, pregunta: ”Aquel que esté libre de culpa que arroje la primera piedra”, y continuó escribiendo en la tierra. Al levantar su rostro no había nadie y dice: “Mujer, nadie te ha condenado. Yo no te juzgo. No peques más”.

La traición a Cristo es cuando se llega al ocultamiento y la mentira que ambula entre las sombras de la clandestinidad, cuando no se tiene el coraje y dignidad de buscar la verdad y ser coherente entre el decir y el hacer. Aquellas cosas impuestas por la fuerza nada tienen que ver con el sentido profundo de servir a Dios. Los esclavos nunca quieren a sus amos, los odian y temen al castigo. El amor y servicio a Dios es el acto de libertad, conciencia y entrega de vida asumidos con alegría y no como una carga.

Es mucho más honesto y digno lo de aquellos sacerdotes, religiosos y religiosas que decidieron asumir su responsabilidad en el amor a otra persona y a Dios, y se unieron en matrimonio, formaron una familia y no son signos de contradicción con el Evangelio, a pesar de las imposiciones de la jerarquía eclesiástica y el Vaticano.

Miles de religiosos fueron apartados de la Iglesia, marginados y rechazados, prohibiéndoles ejercer el sacerdocio, simplemente por optar por el amor hacia un hombre o una mujer. Recuerdo al Obispo Jerónimo Podestá, un amigo y militante en defensa de la vida y hombre de fe y pastor de la Iglesia que asume su responsabilidad con dignidad y amor a su compañera y esposa Clelia Luro, quien sufrió el rechazo, persecución, marginación por parte de la jerarquía eclesiástica y perseguido por la dictadura militar, que lo obligó al exilio.

Jerónimo fue una persona coherente en el decir y el hacer, tuvo el coraje y la decisión de optar en libertad de conciencia y ser el servidor de Cristo. Lamentablemente la iglesia institucional perdió a miles de pastores.

Las noticias no son alentadoras, día a día sale a la luz de los medios periodísticos y jurídicos, denuncias sobre la historia de sacerdotes que llegan a desvirtuar su misión sacerdotal cometiendo delitos como es la pedofilia. Algunos se encuentran sometidos a juicio y al descrédito de los fieles y dañan profundamente a la iglesia.

Otros tienen hijos clandestinos y amantes, viven la angustia existencial de su condición como personas y dañando a otras. Hay denuncias de misioneros que terminan violando mujeres y niños, incluso a religiosas, como los denunciados en África, en los Estados Unidos, en la ciudad de Boston, en la Argentina, entre otros lugares.

El celibato es una actitud de conciencia, de responsabilidad y opción de vida: teniendo en cuenta los caminos recorridos en el tiempo, la iglesia y su historia, creo que debiera revisarse a lo interno que es lo mejor, lo justo y necesario para la vida religiosa. El celibato debiera ser optativo y dejar en libertad a quienes quieren servir a Dios y sus hermanos y aquellos que deseen tener la posibilidad de constituir una familia.

Expulsar a los religiosos que optaron por casarse, es una gran pérdida para la Iglesia, mucho peor y dañoso es continuar en el ocultamiento y la mentira, violando los derechos humanos de los religiosos y religiosas, sometiéndolos a la esclavitud de conciencia, a la obediencia ciega y no a la obediencia en libertad.

Jesús no quiso, no quiere la mentira y falsedades, su voz es clara y contundente: “La Verdad os hará libres”. “Lo que le hagas a uno de estos pequeños, a mi me lo haces”. Es necesaria la opción en libertad. La iglesia tiene necesidad de religiosos, misioneros para llevar el mensaje y anunciar la Buena Nueva. Expulsarlos de su seno es la negación de sus derechos y libertad. Son hijos e hijas que han optado en la vida, sin renunciar a su fe y ministerio. Es un gran desafío repensar los caminos a seguir y es necesaria la oración para que Dios ilumine nuevos caminos.

La Iglesia en el tiempo histórico ha corregido muchos de sus errores, enderezado caminos y proclamado el Evangelio y tiene que tener una mirada y comprensión hacia su interior. Nadie puede dar aquello que no tiene. No se puede hablar del amor, sin comprenderlo y vivirlo

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