?Casi mil millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo terminan de creer, pero que arman la parranda o el negocio de la Nochebuena, y muchos más que, a pesar del festival del comercio para esta época, creen muy en el fondo de su alma que la Navidad de ahora se ha convertido, dolorosamente, en una fiesta abominable, y que no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso, sino social??
(Gabriel García Márquez)
¿Qué nos cuenta la historia?: Jesús no nace en la capital, mucho menos en una ciudad importante, sino en la periferia, en un pueblo pequeño y olvidado, como súbdito del emperador romano Augusto, cuando su país era dominado y explotado por esa potencia extranjera. Unos PASTORES atendieron el mensaje del cielo y fueron a adorar al niño Dios. Recordemos que tanto ellos como las PROSTITUTAS eran tenidos legalmente como impuros, por lo que social y religiosamente eran marginados: por ese motivo es que a ellos les llegó de primeros la Buena Noticia, convirtiéndose también en los primeros misioneros de la Navidad.
La periferia social (Israel), y religiosa (los pastores) se vuelve centro de unión entre el cielo y la tierra, Dios se despoja de su divinidad y asume nuestra débil condición: he aquí el centro del misterio de la Navidad.
Porque un niño nos ha nacido y se le llamará «el Señor nuestra Justicia» (Jr. 23,6)
y Emmanuel (Mt 1,23), «Dios que camina con su pueblo»??
nos unimos al agradecimiento de los más pobres,
con quienes soñamos familias nuevas, otro Guanacaste posible,
un país diferente, un mundo más solidario, en fin:
«cielos nuevos y tierra nueva».
Sin embargo nos han robado la Navidad:
?? Los ricos se la han apropiado como sus administradores, son quienes más convocan;
?? los Curas y Pastores creen que sus discursos navideños son los únicos válidos;
?? el Comercio nos domesticó para el intercambio de regalos con aquellos que nos podrían dar uno mejor, y para sonreír con hipocresía al que siempre ignoramos
?? la parranda, los bailes y la fiesta se han convertido en el más expresivo y común saludo navideño; la ?noche de paz?? se transformó en noche de jolgorio
?? la televisión programa historias que nos hacen llorar para seguir al día siguiente con nuestros mismos gestos deshumanizados;
?? la Radio nos invade con cantos llenos de tristeza y sentimientos vacíos y gangas que nos obligan a comprar lo que no necesitamos y comenzar a sufrir deudas desde el inicio del nuevo año;
?? los villancicos cantan a un niño del pasado que nada tiene que ver con los problemas de la niñez de nuestro tiempo, desconectándonos de la realidad;
?? el arbolito y el pavo navideño se vuelven monumento histórico a nuestro afán destructor de los árboles y la vida silvestre
?? La opulencia de luces navideñas humillan a los que carecen de electricidad y empeoran el calentamiento global
?? y hasta nuestros niños se confunden sobre el cumpleañero de estas fiestas: Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás o Jesús.
Qué distinta sería la Navidad si nos recordáramos del que renunció a su divinidad por hacerse uno más de nosotros; si cayéramos en la cuenta que de nada valen mil regalos de compromiso cuando no hay comprensión, paciencia y ternura hacia nuestros seres queridos; si vaciáramos nuestros armarios de uvas, vinos y manzanas para compartir con los que sólo tienen ayunos y Cuaresma durante todo el año; si apagáramos nuestra televisión y encendiéramos nuestro corazón para contemplar las desigualdades e injusticias que existen frente a nosotros sin inquietarnos cotidianamente, procurando ahora tener gestos solidarios ante el dolor ajeno; si en vez de lucirnos con los portales más caros y luminosos visitáramos los portales más humildes de la vecindad para reconocer al Jesús que sigue naciendo en el olvido y la marginalidad; si procuráramos reconciliar a los enemistados y perdonar a los que nos hayan hecho el mal… esta sí sería una verdadera Navidad.