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Amigos y amigas, hoy, en el silencio de sábado santo, os comparto esta reflexión.
Jesús murió abatido, como predijo el profeta Isaias en el «Siervo de Yahve». Desde lo alto de la cruz Jesús gritó «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» En medio de las torturas, de la humillación y desolación de verse ajusticiado en la cruz, expresa un sentimiento profundo de abandono y de impotencia.
La confianza en un Padre Dios justo y misericordioso se convierte en un sentimiento de fracaso. Le aterra el silencio de Dios. Pero aún así deposita su confianza en ?l, diciendo «En tus manos encomiendo mi espíritu». E inclinando la cabeza murió.
Aparentemente, Jesús murió como un fracasado, como tantos hombres y mujeres mueren aplastados bajo los escombros de los terremotos, inundaciones, bombardeos de guerras, migrantes ahogados en el mar cuando trataban de buscar una vida digna, enfermos crónicos sufriendo dolores horribles o ancianos abandonados…
Jesús cargó con todo el dolor de la humanidad sufriente.
Pero Dios no quedó en silencio eternamente.
Resucita a Jesús dándole una nueva Vida (con mayúscula). Y al resucitar a Jesús dice a toda la humanidad que el sufrimiento humano no es cosa perdida sino camino que lleva a la Vida.
Si Jesús resucitó también nosotros resucitamos con él. Su espíritu nos hace personas nuevas, resucitadas, fieles seguidores suyos, comprometidas con su causa de construir el Reino del Amor para toda la humanidad, que fue su sueño.
Vivimos ya dentro de la resurrección, dentro de la Vida de Dios. «En él vivimos, nos movemos y existimos», afirma san Pablo (Hch 17,28).
Somos parte de la resurrección de Jesús. Somos lo que buscamos y esperamos. Somos vida en camino de la plenitud de la Vida. Somos amor en busca del Amor, como diría san Juan de la Cruz.
Estamos hechos de resurrección todos los seres humanos, cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, porque Cristo Jesús murió y resucitó por la salvación de toda la humanidad. Así lo siento y lo vivo.
Vivir la resurrección es vivir como Jesús. Es ser otro Cristo. Es vivir la Vida de Dios en la cual estamos participando con alegría y agradecimiento.
Vivir la resurrección es convertir todo en vida, dar vida a todo, amando, sirviendo, particularmente a los más pobres y vulnerables, sin discriminación alguna. Es vivir perdonando, como hizo Jesús. Pero también denunciando todo aquello que se opone al proyecto de Dios.
Les deseo a todos y todas ustedes, amigos y amigas, que vivan esta experiencia. Si así lo hacemos, este mundo cargado de egoísmo, codicia ambición económica, consumismo violento y depredador de la naturaleza, cambiará.
Esta es nuestra misión mientras caminamos por la historia.
Reciban un abrazo pascual.
Fernando