Enviado a la página web de Redes Cristianas
La pérdida del buen ánimo (desmoralización) suele venir acompañada de indiferencia en el mejor de los casos, cuando no de desesperanza. En el momento actual, una característica añadida sería el desconcierto individual y social ante la que está cayendo en forma de crisis cada vez más crónica para los menos favorecidos.
Hemos perdido pie con los modelos considerados válidos pero no hemos logrado reemplazarlos por otros. El concepto de persona moral que hemos ido asimilando al hilo de una larga tradición, se ha roto encontrándonos ahora sin referentes sólidos. Y deberíamos intentar recuperar la moral. La de ánimo, pero también la que nos produciría una vida sin duda mejor, más solidaria y por tanto más humana. La Semana Santa puede ser un buen tiempo para la reflexión.
Ante el empobrecimiento humano que una crisis como esta propicia, es también una invitación a reinventarnos, a moralizarnos aunque solo sea para no alcanzar las cotas de alienación y exclusión social que vemos arraigadas en otras sociedades ?de referencia?? y ?más avanzadas que la nuestra??, hacia las que apuntamos con paso firme. ¿Por qué las razones éticas cuentas tan poco? Victoria Camps, reciente premio Nacional de Ensayo, lo resume así: No basta conocer el bien, hay que desearlo, interesarnos en él; no basta conocer el mal, hay que despreciarlo. Es decir, que el gobierno de las emociones es parte del contenido de la ética. La moralidad no es solo la norma de conducta sino la sensibilidad de la que habla Camps: más allá del conocimiento de lo que se debe hacer -lo permitido y prohibido-, existe el conocimiento de lo que es bueno sentir. O lo que es lo mismo, la ética va más allá de lo racional en forma de inteligencia emocional para facilitarnos vivir en convivencia. Y se manifiesta en los que se entusiasman con lo que merece la pena. Emocionarse así es bueno, igual de bueno que indignarse con aquello que lo merece (Hessel nos aleccionó sobre la indignación ética).
Esto de la emoción ética no es nuevo, pero como estamos afanados derribando todo el acerbo que nos construyó, nos limita para recurrir a otras formas de entender y afrontar la ética como necesidad humana. Aristóteles ya vinculó las emociones al conocimiento, expresando la excelencia de la persona (areté). Quizá sirvan estas breves líneas para facilitar al lector esperanzado y sensible una repensada sobre las virtudes o cualidades que conforman la excelencia del ser humano. O para que vivamos en la práctica que somos sujetos de derechos y de deberes, lo cual es lo mismo que la libertad tiene límites -la responsabilidad- para que no nos estrellemos ni atropellemos los derechos de los demás en nuestra vulnerabilidad.
Todos queremos ser felices, incluso quienes dicen que la felicidad es una mierda, que no es otra cosa que una boutade pequeño-burguesa. Lo que ocurre es que tenemos que aprender a ser felices; ejercitarnos en la razón para que se acostumbre a desear (sentimiento) lo bueno y no lo malo. Trabajar la inteligencia emocional hasta que el juicio recto actúe sobre la zona sensitiva y se acostumbre a desear lo bueno, que no siempre es lo más agradable, ay. Porque nadie nace sabiendo todo y la vida es una larga pedagogía. Feliz Semana Santa y todo el ánimo para recuperar la moral en su más amplio sentido de la palabra.