En este fin de semana de julio, mientras Valencia aún queda preñada por el dolor del casi centenar de víctimas, entre los muertos y heridos, por el terrible accidente en el metro de esta urbe mediterránea, allí el Santo Padre nos insta a rezar por el futuro de la familia, núcleo para muchos de la vida social y humana, fuente de transmisión de valores, a pesar de la variedad de sus tipos y de los acuerdos de apareamientos, que desempeñan, sin duda, un papel relevante en la compleja realidad de nuestro tiempo. Hay, sin embargo, quienes vienen cuestionando su presencia para este tema en la ciudad del Turia
, y ello lo hemos podido ver en las diversas concentraciones ante el arzobispado levantino o bien con las apostasías de fieles católicos y en las misivas de cuantos se quejan del excesivo gasto de dinero público empleado para la visita de Benedicto XVI , impropio desde luego en un Estado aconfesional, donde la Iglesia debiera caracterizarse más bien por su sencillez de medios y no por la puesta en escena representativa de otros tiempos pasados.
No hace muchos días, era el propio presidente del Pontificio Consejo para la Familia, el cardenal López Trujillo , quien planteaba en una entrevista, y con acierto, lo esencial que es la familia en todos los pueblos. Estoy plenamente de acuerdo con algunas de las manifestaciones hechas por el purpurado colombiano, si bien no puedo compartir con él sus propias afirmaciones acerca de que aquellas familias que se diluyen en la ficción de las parejas de hecho son una alternativa sin consistencia, sin racionalidad y sin futuro. No creo que el mañana de los hijos solamente pueda y deba manifestarse en un determinado modelo de familia, ya que, como bien debiera saber este príncipe de la Iglesia romana, existen hoy en día, como también las hubo a lo largo de la Historia de la Humanidad, una extraordinaria variedad de tipos de familias y de acuerdos de apareamientos: monogamia, poliginia y poliandria, matrimonios secundarios y matrimonios preferenciales entre primos, por citar tan sólo algunos de ellos. El conoce perfectamente bien que no existe una única forma natural de organizar la vida doméstica. Análogamente, tampoco se podría considerar a la familia nuclear como la célula constituyente básica de todos los grupos domésticos, ya que no siempre son ni tan siquiera los dominantes, pudiendo ser sustituidas sus funciones por otras instituciones. No existe una sola pauta que sea más «natural» que otra, por lo que no entiendo todo el montaje que se ha hecho ahora en Valencia, como tampoco lo alcanzan a comprender algunos grupos de católicos laicos y de sacerdotes que, como el padre Miguel Angel Ferrari , piensan que sólo ha podido servir éste para apoyar un determinado modelo de familia, la tradicional. Son muchos, pues, quienes creen que la Iglesia debería respetar más la pluralidad de formas y de situaciones familiares existentes en el mundo, incluidas las de personas del mismo sexo. Y lo entienden así porque aprecian que lo característico de los que siguen la estela de Jesús de Nazaret «no es la exclusión, sino más bien el reconocimiento, la acogida y el acompañamiento de las personas separadas y divorciadas y de las diversas uniones, parejas y matrimonios formados por grupos distintos y del mismo sexo». Es lo que reflexionan en alto algunos colectivos como Kristau Savea, las Comunidades Fe y Justicia o Somos Iglesia del País Vasco, que sí exigen a su Iglesia más respeto por la pluralidad de formas y situaciones familiares, incluidas las del mismo sexo, con motivo del V Encuentro Mundial de la Familia. Plenamente comparto con ellos la creencia de que las amenazas actuales contra la institución familiar no proceden en modo alguno de las diversas opciones de convivencia, tal y como se fija desde las posiciones más conservadoras de la Iglesia o de fuera de ella, sino «del sufrimiento provocado por la pobreza, la inmigración, el paro, la falta de trabajo digno y de vivienda, la precariedad laboral, la violencia en el hogar, las consecuencias del consumismo y del individualismo y la ausencia o pérdida del amor» Por ello, hacen bien en defender su tesis de que la tarea fundamental de quienes forman parte de la Iglesia católica sea la de «ayudar al crecimiento personal y en pareja, así como la curación de heridas, contribuyendo al fortalecimiento de lazos familiares y a la dignidad de las personas». Dicho compromiso, a juicio de estos colectivos vascos, requiere una aceptación de los distintos estilos de familias, sin prejuzgarlos, compartiendo con ellas sus éxitos y fracasos, sus alegrías y sufrimientos, sus satisfacciones y dificultades, así como una actitud de atención «al proceso de cambios que se vienen produciendo en estos tiempos en la realidad familiar». Por eso, en lugar de estar con el Papa en la magna reunión levantina, ellos se han concentrado ante la catedral de Bilbao, bajo el lema «Reconozcamos la diversidad familiar». Una realidad que, desde luego, reconocemos los antropólogos, por ser, hoy en día, sumamente complicado especificar la esencia mental y conductual de la relación marital como para que nos lleve a una única definición de lo que puede ser o no un matrimonio, o bien una familia.
Considero, pues, que el estudio del parentesco debería siempre dar comienzo con los componentes mentales y emic de la vida y no sólo, por tanto, defendiendo sin más la propia «integridad de la familia como institución», tal y como se viene haciendo desde los sectores conservadores de la Iglesia de Roma.