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PRINCESAS Y ALMIRANTES. Carlos F. Barberá

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Mayo, mes de las bodas, bautizos y comuniones

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Digamos, de una forma muy simplificada, que las derechas parten de la base de que lo que hay está bien y de que hay que mantenerlo con autoridad, ya que cambiarlo llevaría a mayores males porque la persona humana es básicamente mala. Por el contrario, las izquierdas han partido de la bondad innata del ser humano, al que sólo es necesario colocar en una situación favorable para que saque lo bueno que lleva dentro.

Respecto a los bautismos y comuniones, derechas e izquierdas eclesiales deploran que se hagan por motivos sociales y que se hayan convertido en festejos consumistas. Frente a esto unas optaron por aumentar el rigor de las condiciones -tres años de catequesis, reunión mensual con los padres, cursos prebautismales- y otras por animar a ser consecuentes. En ambos casos con resultados poco satisfactorios.

A principios de los setenta -recuérdese que entonces los ricos estaban mal vistos y había que ser pobre o por lo menos austero- tres parroquias de Leganés se pusieron de acuerdo para exigir a las niñas el vestido corto a la hora de la primera comunión. A los dos años abolieron esa norma después de haber valorado los resultados: los que habían tenido ocasión la habían aprovechado yéndose a otra parroquia, los que no pudieron se quedaron pero de mala gana. En todo caso no se había convencido a nadie. Colocar a los niños -o a sus padres- en una situación mejor no había logrado evitar que las niñas quisieran ser princesas y los niños almirantes; en definitiva, reyes por un día. (Más tarde los curas promotores del invento reflexionaron sobre cómo era posible que ellos no se vistieran como querían los obispos y en cambio hubieran pretendido decidir cómo se tenían que vestir los demás).

Pero también puedo contar un ejemplo contrario. En un colegio religioso de Madrid se decidió el curso pasado que la comunión se hiciera un viernes y que los comulgantes vinieran con el uniforme de diario. El resultado fue que la mitad aceptaron la norma y la otra mitad buscaron otros lugares para hacer su primera comunión.

Dilemas bautismales
En cuanto a los bautismos, son muchos los creyentes progres que decidieron no bautizar a sus hijos recién nacidos, con la intención de que eligieran responsablemente el día en que fueran adultos. Ausentes de todo contacto con una comunidad y faltos de una catequesis, en muchas ocasiones esos “nuevos paganos” no eligieron nada, salvo seguir como estaban. Pero también hubo reacciones de otro tipo: niños que a los siete años envidiaban a sus compañeros de clase que tenían fiesta y regalos o que se animaban a hacer la comunión empujados por una abuela piadosa…

Claro que es mejor un bautismo de un adulto que el de un bebé. Sin embargo, he conocido varios casos de bautismos de adultos que no han producido después ningún resultado tangible.

¿Qué consecuencias saco yo de todo esto? Pues, en primer lugar, que el buen salvaje ya no existe. Lo que existe es el salvaje aculturado y lo que hay que pensar es cómo se puede iniciarle a una vida nueva según el Evangelio.

Ya es un tópico señalar que antes eran la familia y la escuela las que socializaban, también en la vida cristiana. La religión se comenzaba a vivir en casa con el “Jesusito de mi vida” y el rosario en familia y se enseñaba en el colegio con su clase de religión obligatoria. Al menos así era en las clases burguesas. Para el resto estaba la religión popular y sus celebraciones.

Las cosas han cambiado mucho y no hace falta volver a referir las circunstancias actuales, de las que ya se ha hablado por activa y por pasiva. Sin embargo no han cambiado tanto como para que las costumbres con tintes religiosos se hayan perdido o carezcan de relevancia social.

Por otra parte es claro que la Iglesia no va a decir: se acabaron los bautismos de bebés ni tampoco va a retrasar la edad de la primera comunión. Por el contrario, lo que se quiere es adelantar la edad de la confirmación antes de que los chicos se escapen definitivamente. Al menos ya llevan todo lo que hay que llevar y que el Espíritu se las apañe con ellos.

Peajes sociales
Queda por añadir un dato más: pocos son los que entre nosotros pueden escaparse de la tiranía de las fiestas. ¿Quién va a hacer un bautismo o una primera comunión sin invitados? ¿y cómo lograr que los invitados no quieran cumplir con regalos? ¿Y cómo convencer al chaval o a la chavala de que no los deseen? Y si se trata de emigrantes (un elemento nuevo) los ecuatorianos visten al bebé para el bautismo de almirante con gorra y todo y a la hora de escoger vestido para la comunión tenderán a elegir el más repolludo.

Así pues, y visto lo visto, se me ocurren las siguientes consideraciones: por lo menos a partir de su toma del poder, el catolicismo ha querido convertir en cristiana la religión popular. Fue así como el solsticio de invierno se convirtió en la Navidad y el de verano en la fiesta de San Juan. Si hay que decir que ello fue básicamente un acierto, hay que añadir que no cabe disimular los riesgos. Tenía razón el gran inquisidor cuando reprochaba a Cristo su equivocación: las gentes no quieren libertad, sino que las piedras se conviertan en pan. En pan y también en algo de circo. Así pues, clamar contra el consumismo de la Navidad es caer en contradicción: no haberla convertido en una fiesta popular.

Claro está que no es lo mismo la Navidad. La celebración de la Eucaristía, que es específicamente cristiana y además pretende ser memoria y presencia de alguien que muere por los demás, pero en definitiva lo que se dice de la Navidad se puede afirmar de los bautizos (no bautismos) y de las primeras comuniones.

Dicho todo lo anterior, si es que hay que sacar algunas conclusiones, las mías son bastante irenistas. Ya está a la puerta el tiempo en el que la Navidad será simplemente la fiesta de invierno con papá Noel como oficiante. Quizá no tarde tanto otro en el que se popularice una fiesta civil del nacimiento y de la adolescencia (en México, por ejemplo, se celebran los XV años, así, con números romanos). Si esos tiempos llegan, algunos los interpretarán como el final de la historia cristiana. Sin embargo, acaso se dé entonces una buena oportunidad para que quien desee ser cristiano lo sea y pueda celebrar los sacramentos de la vida sin tener que pagar los peajes sociales. A la vez ya todos habrán descubierto que uno se salva por lo que haga en su existencia y por la bondad de Dios y no por unas ceremonias que hay que realizar oportunamente.

Pero mientras ese tiempo llega, personalmente no estoy por las soluciones drásticas sino más bien a favor de una fiesta en la que no se olvide a los que sufren. “No lloréis ni estéis tristes”, decía Esdras a sus correligionarios. Y añadía: “Andad, comed buenas tajadas y bebed vino dulce y compartid con los que no tienen, porque hoy es un día consagrado al Señor”. Una buena sabiduría, equidistante del desmadre y del puritanismo.

Y entretanto, si se puede hacer alguna invitación a ser más radicales y más coherentes y se convence -no se obliga- a algunos, miel sobre hojuelas.

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