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Releo las poesías de Teresa de Jesús para calibrar hoy su mística hispánica situada entre un amor compulsivo a Dios y un aparente masoquismo sublimado. El amor comparece como vida, mientras que el masoquismo comparece como muerte, así que se añuda, como diría la santa, la vida trascendente y la muerte inmanente, la vida que trasciende la muerte y la muerte como puerta celeste. Nuestra mística muere porque no muere, porque ansía la muerte de una vida mundana que le hastía, y quiere ver definitivamente a su amado (Dios). Sólo místicos y los anarcos de derecha a izquierda, de Millán Astray a Emil Cioran, dan vivas a la muerte de nuestra existencia alienada. Los extremos se tocan.
Curiosamente la poética del amigo místico de Teresa, Juan de la Cruz, resulta más íntima y femenina que la poética de Teresa de Jesús, más rotunda y masculina. En ella destaca la afirmación de la vida humana como tormento y su sustitución por la otra vida como éxtasis. Mediando está el amor divino que se encarna en humano, no sin impertinencias ni dolencias. Ello aparece claro en sus versos “Alma, buscarte has en Mi,/ y a Mi buscarme has en ti” En donde la búsqueda de Dios es la búsqueda del Dios interno o interior agustiniano. Pero ello no se alcanza místicamente sino a través de una ascesis o noche oscura, simbolizada por la Cruz y, por tanto, de nuevo por la muerte. Nos recuerda a Ignacio de Loyola cuando habla de obedecer a Dios como un cadáver, mientras la santa nos recuerda radicalmente que solo Dios basta.
La vida es lúgubre y amarga, y la mística desea morir para ver al Dios amado febrilmente. Pero para la fiel vasalla del Dios, este libera su corazón del cautiverio de la vida terrena, al tiempo que encierra al Dios en su alma. La muerte es solo un pasaje a la vida eterna desde la decrepitud temporal. Pero hay una reflexión martirial en que nuestra mística se rebela contra la propia muerte, en favor del sufrimiento por amor: padecer y no morir. Aquí se revela el ensalzamiento del quebranto, el dolor y la oscuridad, ya que místicamente en la oscuridad está escondida la luz, así como en la muerte la vida. Se trata finalmente de vencer a la contrariedad, y en lugar de tratar de superarla, supurarla. Un claro sobrenaturalismo sobrevuela en la poética de Teresa de Jesús, afirmando lo justo del padecer por nuestros pecados, vicios y fallos. No hay que olvidar su ubicación en el tiempo de nuestra Contrareforma.
Y, sin embargo, a pesar de ello nuestra mística eleva críticamente la voz frente al Dios invisible y silencioso que no alivia nuestro duelo terrenal. Es verdad que esta crítica comparece especialmente en el poema “Decid, cielos y tierras”, de fondo teresiano pero algo resabiado, como confirman los expertos, por lo que su atribución a la santa no está asegurada. En este gran poema se enfrenta con amor y dolor al Dios escondido en su madriguera (a veces madriguerra), tras una búsqueda tenaz y lamentablemente infructuosa: “Decidme donde está/ Aquel que hermosura y ser os da. /¡Ay!,Nada me responde, todo calla. / Mi alma en sí lo busca y no le halla./ Porque sin vos el mundo no me sabe”.
A veces entro en una iglesia para protestar frente al Dios no solo ausente, sino prepotente. Y para congraciarme con Jesús y su Dios compresente y
amor. Soy ateo por la gracia de Dios, dijo nuestro Buñuel: pues Dios no puede creerse a sí mismo como prepotente. Así que a veces los extremos se tocan en su medio o mediación.