Con los brazos en cruz se plantó ante la «lechera» de las Fuerzas especiales de Pinochet, que querían arrasar el barrio obrero y ‘rojo’ de La Victoria. La foto del cura Pierre Dubois dio la vuelta al mundo y se convirtió en el icono de la lucha de la Iglesia católica contra la dictadura militar chilena. En su barrio, con su gente, murió en la madrugada del viernes, a los 80 años, víctima de un avanzado Parkinson que padecía. Pero su imagen, su obra y su memoria permanecen en el recuerdo de todo Chile, especialmente de los más pobres, a los que entregó su vida entera. Y no retóricamente, sino de forma física y real.
Dubois era de la estirpe de los curas chilenos que optaron por una Iglesia encarnada con el pueblo y que, siguiendo a rajatabla el ejemplo del buen pastor del Evangelio, dieron su vida por sus «ovejas». De la misma estirpe que su compañero de parroquia, André Jarlan, abatido por una bala perdida del cabo Poveda de los Carabineros.
O del sacerdote español Joan Alsina, asesinado en 1973. De hecho, el padre Dubois había celebrado, el pasado domingo, una misa en honor de su compañero. Y, al ver a tanta gente joven en el acto, se emocionó y hasta lloró, pensando que el relevo estaba asegurado. Y es que sangre de mártires, semilla de cristianos.
Nacido en Dijon (Francia), en 1931, se ordenó sacerdote en 1955 y, desde sus primeros pasos eclesiales, siempre militó en ese sector de la Iglesia que opta abiertamente por la defensa de los pobres, es decir de los preferidos de Cristo.
Para defender a los pobres y a los obreros llegó a Chile 8 años después de su ordenación, como consiliario del Movimiento Obrero de Acción Católica.
Se encarnó desde su llegada en el barrio obrero de La Victoria y allí vivió y murió. Excepto la época en la que el Gobierno del dictador lo expulsó del país. En efecto, el 11 de septiembre de 1986 una orden del dictador lo echaba de Chile por «agitación política y perturbación del orden público».
Dubois tuvo que salir, pero aprovechó su estancia en el exilio para organizar la pastoral con los chilenos que habían corrido su misma suerte y se habían refugiado en Bélgica, Francia o Suiza. Sólo pudo regresar a Chile en 1990, a la muerte del dictador. Y volvió a La Victoria, para iniciar otra lucha por los suyos. Esta vez, contra la pobreza, la marginación y la droga.
En 2001, el Senado chileno le otorgó la nacionalidad por gracia. Y desde la Victoria siguió ejerciendo su magisterio de incansable luchador, de hombre de fe querido y respetado por todos. De hecho, por su humilde casa pasaban continuamente intelectuales y políticos de primera fila. La última visita que recibió fue la de la ex presidente Michelle Bachelet.
Los suyos le lloran y le recuerdan, pero se muestran orgullosos de él. En un comunicado, su comunidad de La Victoria recuerda que «el padre Pierre fue increíble, arriesgó su vida, desafió toques de queda y estados de sitio, por salvar vidas». Y concluye: «Por defender nuestra dignidad, fue golpeado, injuriado, apresado y expulsado del país. Su único delito: exigir justicia y defender la vida de los pobres».