El hombre venía desde su cuna arrastrando una vida laboriosa. Labraba la tierra. Primero la acariciaba preparándola para la siembra. Después tiraba en los surcos la semilla que se iba a convertir en pan. Y esperaba. Cada luna nueva salía a contemplar el milagro de la vida: nacían los brotes así como le nacían los hijos. El los trataba con igual ternura. Todo era sangre de su sangre. Abrazaba a su mujer como hubiera querido abrazar el mundo entero, todo el espacio planetario, con sus montes altos y sus valles verdes. Para él todo era divino. ··· Ver noticia ···