Hoy hace un año que las pantallas nos trajeron la desoladora noticia del accidente del vuelo 9525 de Germanwings. El avión se había estrellado en los Alpes franceses, terminando con la vida de las 150 personas que transportaba, 50 de ellas de nacionalidad española. Durante días fuimos conociendo detalles de la tragedia, como esos 16 alumnos y 2 profesores de una escuela de secundaria alemana que viajaban en el avión, de vuelta a casa.
Unos años antes de este accidente, y bajo la fiebre del miedo que trajeron los atentados de las Torres Gemelas, las autoridades europeas decidieron incrementar las medidas de seguridad en los aviones. Se dio a los pilotos la posibilidad de encerrarse en la cabina, ante una posible amenaza de secuestro.
El piloto Andreas Lubitz, hace hoy un año, decidió aprovechar ese privilegio para terminar con sus sufrimientos de una forma terrible. Se encerró en la cabina, él solo, aprovechando un momento de descanso de sus compañeros. La cabina se convirtió en una habitación blindada e impenetrable, y a partir de ese momento se convirtió en el dueño y señor del destino de todo el pasaje.
Sin embargo, parece que no hemos aprendido nada. Después de los brutales atentados de Bruselas, las autoridades vuelven a reunirse para realizar sus propuestas de restringir las libertades ciudadanas, especialmente en lo referente al uso de internet y las nuevas tecnologías. Aprovechan de nuevo la fiebre del miedo para quitar poder a la ciudadanía, ocultando algo que en el fondo saben muy bien: que quitar poder a alguien siempre significa dárselo a otra persona.
No aprendemos que el control y la seguridad deben mantener un equilibrio con la libertad, y que no estaremos más seguros por restringir más nuestros movimientos. Más bien, estaremos dando todo el poder a la persona que esté a los mandos.