“No quiero que me lloren cuando me vaya a la eternidad, quiero que me recuerden como a la misma felicidad; pues yo estaré en el aire, entre las piedras y en el palmar; estaré entre la arena y sobre el viento que agita el mar.»
Me impresionó que en la vigilia de los magos muriera Sandro, quien nos había llenado de magia; nos despedía casi pidiendo con piedad que lo recordáramos como a la misma felicidad. Los terapeutas decimos que cualquiera adicción es algo no dicho y que lo no dicho por Sandro en esta tierra, es ese “estar en el aire por encima y desde la arena y sobre el viento”. Y ese estar, no resulta sencillo ni para él ni para nosotros. Quizá por eso de su boca sonaba tan fuerte cuando decía: “ yo puede presentir que tú debes sufrir igual que sufro yo”. ¿Cuál era el dolor de Sandro? ¿Lo sabrá su medico su mujer sus amigos? ¿Quién lo sabrá?
A quienes hacemos teología nos recuerda el personaje de la novela «Don Manuel» -bueno y mártir- de Unamuno, aquel cura que hizo soñar y vivir a un pueblo transitando con su inmensa humanidad no pocas noches de profunda oscuridad y viernes santo.
El regalo de Sandro, nuestro «rey mago» ha sido habernos acercado el cielo con sus piernas, su cintura, su voz y el cariño de su pueblo. Aunque fue muy varonil su merito fue sentir como sus mujeres (Quiero llenarme de tí) y así reconciliados con nuestro femenino nos acercó el cielo. Díganme si con seres así tan amigo de sus amigos, el cielo no es menos inhóspito.